La Nueva crónica de buen gobierno (NC), obra de don Felipe Guamán Poma de Ayala editada en 1615, se ha convertido en la biblia de lo indígena en el Imperio español. Es un texto donde un ‘andino’ narra la historia y religión de los incas y de las instituciones coloniales. En estas lecturas, varias facciones españolas compiten por destruir las sociedades aborígenes que resisten. Para liberales, decoloniales, y mestizófilos nacionalistas, la NC nos permite hacer la arqueología de un etnocidio. Los hispanistas usan a Guamán Poma para resaltar el mestizaje cultural de la denodada monarquía hispánica; después de todo, se trata de un inca que escribe en español más de 1.200 páginas sobre catecismos, sermones, apóstoles-conquistadores y ermitaños.
Para nosotros, la NC cuenta una historia diferente. Es uno de los textos más importantes para reconstruir un periodo en las Indias completamente ignorado: el inicio del imperio radical español en donde el orden social indígena y europeo colapsó y fue reemplazado por olas de grupos insurrectos y desobedientes buscando una reorganización radical del mundo y de las Indias. Un nuevo orden social fue negociado desde abajo y las nuevas jerarquías que asociamos con América colonial emergieron. Paradójicamente el radicalismo se expresó y fue promovido por el uso masivo de peticiones, no por las armas.
Los historiadores se han acostumbrado a caracterizar al Imperio español en las Indias como vertical, un Estado que nació gracias a las acciones y leyes de la Corona y sus burocracias laicas y religiosas. El gran historiador John Elliott en ‘Imperios del mundo Atlántico’ (2006) diferenció las colonias británicas, algo pobres pero autogobernadas y religiosamente tolerantes, con las españolas, religiosamente intolerantes y homogéneas debido a la conquista burocrática de la Corona. La NC es un documento que desmiente este mito pero que también le da al lector la llave para entender la nueva sociedad de órdenes que surgió en América a finales del XVI, cuando Guamán Poma empezó a escribir su crónica.
Guamán Poma no fue un profeta decolonial sino un individuo de orígenes muy humildes que se reinventó como príncipe inca durante esta época radical. En su gran obra, su padre Martín y su madre Juana, criados en un hospital de indios de Guamanga, se convertirán en sus manos en príncipe y reina inca. Sabemos que estas son invenciones porque después de una carrera fulgurante como tinterillo indígena en visitas de extirpaciones de idolatrías y de acuerdo con títulos y documentos, Guamán Poma empezó en 1595 a reclamar extensas tierras en Guamanga como señor de indios y príncipe inca. Nuestro protagonista consolidó apoyo local y obtuvo en visitas a Lima aprobación de esos títulos. En 1600, sin embargo, los comuneros chachapoyas de esas tierras lo llevaron a corte por falsario. Los chachapoyas probaron que él era hijo de comunero-esclavo y que había sido criado en un hospital de indios. El juez lo condenó al exilio y a fuete (látigo). Es esa crisis la que llevó a Guamán a moverse al sur y ocupar una modesta posición de administrador de bienes en comunidades indígenas. Y a escribir una larga petición quejándose de ochenta años de desorden social que había trastornado de raíz la homeostasis social de España y de América. La NC es una típica probanza de méritos extraordinarios de servicio y linaje. Sólo un falsario hijo de esclavos podría ofrecer una radiografía tan íntima de cómo un nuevo orden social surgió paulatinamente, a partir del engaño, el dinero, pero sobre todo el uso hábil, ladino, del papeleo. Millones de peticiones, contrapeticiones, juicios, y denuncias hicieron y deshicieron grandes y pequeños señores, de los Pizarro hasta los Poma. Este mundo insumiso se ha desestimado en las más grandes narrativas sobre la época.
En The Radical Spanish Empire (que editará Harvard) estudiamos este proceso en detalle. Subrayamos cómo millares de indígenas, y las más complejas facciones de españoles, lucharon durante décadas mediante guerras de papel. La NC empaca cientos de ejemplos de cómo diferentes facciones usaron el papeleo para destruir a otras fracciones, incluidos caciques, corregidores y curas, y para reinventar nuevos y extraordinarios linajes a esclavos, criados, y forasteros desarraigados. Lo narra en el mismísimo origen de los incas, atribuyéndole a Manco Cápac y su madre Mama Ocllo todos los atributos de falsarios, creadores de títulos, linajes, y escudos de armas imaginados. Ofrece un extenso estudio de las guerras civiles en el Perú como el producto de un mundo al revés, en el que sastres, judíos, moros, olleros, panaderos, negros y oscuros mercaderes vinieron de Europa a hacerse príncipes y a reescribir su pasado con la ayuda de comuneros locales, quienes, a su vez, usaron a los europeos para destruir a otros príncipes indígenas e inventar nuevos linajes. Cuenta la historia de cómo rebeliones de papel destruyeron a muchos de estos falsos príncipes y cómo el orden social feudal que tanto deseaban europeos, indígenas y la Corona colapsó totalmente. La NC culmina con la llegada del virrey Toledo en 1570, que integra las ordenanzas sabias incas de respeto al orden y la autoridad.
Guamán Poma denuncia, no obstante, que el orden toledano-incaico no creó un nuevo mundo de obediencia. Surgió más bien un nuevo campo de batalla, dominado por las mujeres. La NC es una obra profundamente misógina. Cuenta cansinamente la historia de mujeres indígenas ‘bellacas’ que usan el papeleo y las visitas eclesiásticas y laicas para denunciar a curas, corregidores y caciques de abuso sexual. Nadie estaba a salvo. Guamán Poma describe con cuidado casos de cacicas que destruyeron caciques reclamando en testimonios que sus hijas, hermanas, y ellas mismas fueron violadas por sus esposos. Relata casos de comuneras que destruyeron las carreras burocráticas de indígenas alegando estupro, pedofilia, e incesto. Guamán consideró a todas estas mujeres falsarias. Rebeldes. Putas. Denuncia cómo ellas deseaban de buena gana cruzar barreras estamentales copulando con curas, mestizos, y mulatos. Las mujeres en general (sobre todo las indias) alteraban el orden y al cruzarlo destruían el linaje, haciendo de los príncipes como él pobres. Y no contentas con estos cruces, quebrantaban a sus rivales con papeleo sin piedad, denuncia por denuncia.
El mismo Guamán Poma no era menos mañoso. Su último intento por ascender a la élite incaica desde el exilio fue su magnífica crónica, que dedicó al Rey Felipe III y al Papa, prometiéndoles acabar con los males de las Indias. Su curiosísimo texto no obtuvo éxito –otros incas habían ya persuadido a la Corona de su legitimidad. En realidad, hemos sido nosotros las víctimas de su estafa más prolongada y espectacular. Guamán Poma ahora nos sirve para ‘reconstruir’ el mundo incaico. Se ha convertido, por fin, en lo que él tanto deseaba: ser portavoz de los incas y el buen orden. Quitémosle la máscara a Guamán Poma, y por qué no, a la mitología del Imperio español. No fue un mundo creado por don Felipe II desde su Escorial, ni por el Rey Planeta, sino por la agencia de millares de pecheros, mujeres insurrectas, e indígenas falsarios. Mediante la espada y la cruz, sí pero sobre todo mediante el papeleo.