Las utilidades de las firmas industriales chinas duplican ya las de hace un año. La explicación es sencilla: la demanda interna se ha disparado en la medida en que la economía del país y la externa también van presentando signos de recuperación. Eso en el lado positivo de la ecuación. En el lado negativo estamos viendo como el costo de las materias primas en el mundo entero también se ha disparado debido a la escasez, provocando el efecto de que este incremento se traslade rápidamente al bolsillo de los consumidores a escala planetaria.
Un ejemplo sirve para ilustrar el impacto de la sobredemanda china de ciertos productos básicos. La mayor parte de los estímulos fiscales puestos en marcha desde Pekín para acelerar la expansión van dirigidos a la construcción de infraestructura, un sector que tiende a provocar un efecto multiplicador inmediato sobre la economía de 1.400 millones de personas. Este sector consume ingentes cantidades de mineral de hierro y coque de carbón. Así, pues, durante el primer trimestre de ese año China importó 8% más que el año anterior de sus necesidades de hierro y de hecho, dos terceras partes de este material provinieron de los exportadores australianos quienes aumentaron sus precios hasta 150,79 dólares la tonelada, es decir 64,5% más que hace un año. Una cantidad de medidas arancelarias se pusieron en marcha desde Pekín para facilitar las importaciones de bienes dirigidos a apuntalar la actividad de la construcción dentro del país y para evitar que se disparara la exportación que aspira, ella también, a beneficiarse de los más altos precios mundiales. China, el mayor productor de aluminio en el mundo, requiere mantener dentro de sus fronteras la mayor cantidad producida para sus propias necesidades.
Si a esto le sumamos la desbocada demanda de petróleo en los países que comienzan a remontar la cuesta de su propio crecimiento, ello ha hecho escalar los precios del crudo niveles insospechados y por ende el costo del transporte marítimo. El efecto del incremento de la demanda mundial, cuando aún los productores asiáticos no han sido capaces de llevar sus plantas a niveles óptimos de funcionamiento es tal que los fletes entre Shanghai y Rotterdam se han disparado 485%. Si a ello, además, se le agrega la demanda incremental de productos agrícolas de la población china lo que ha provocado también un aumento de al menos 15% de sus precios, el resultado de este cocktail de situaciones sobrevenidas no puede ser sino dramático para el resto del planeta.
Pero lo anterior no es todo, porque es menester aclarar que a la demanda de los países del escenario global, donde proliferan los planes de recuperación acelerada, se contraponen las medidas de protección que la segunda economía mundial está poniendo en marca para autoabastecerse en momentos de escasez y cuando el futuro no promete nada mejor en este terreno. Sobreabastecerse ha pasado a ser una necesidad para las industrias asiáticas porque el panorama luce sombrío.
En definitiva, si la economía mundial deberá expandirse 5,6% este año, el crecimiento más rápido experimentado en los últimos 80 años, y la locomotora será la recuperación de las economías más grandes –Estados Unidos 6,8% y China 8,5%–, es claro que el fenómeno traerá consigo tanto escasez como inflación. Ninguno de estos dos fenómenos es atribuible a China solo, pero sin duda que el tamaño de su economía y su necesidad de acelerar su recuperación, además de la dependencia del mundo de la producción industrial del gigante de Asia, la colocan en una posición de inevitable preeminencia.