La mañana del domingo 30 de marzo de 1952, el diario El Impulso de Barquisimeto desplegó en su primera página el aterrizaje forzoso de un avión en la región de Boca de Aroa, noticia preliminar que, a la 1:00 de la madrugada, hora del cierre de aquella edición, informaba que el aparato identificado como un DC-3 distinguido con las siglas YVC-AZU, perteneciente a la Línea Aérea TACA de Venezuela, “realizó ayer tarde un aterrizaje cerca del balneario de Boca de Aroa”.
El aparato había despegado del Aeropuerto de Maiquetía que sirve a la ciudad de Caracas, el sábado 29 de marzo a las 2:07 pm., con destino a Barquisimeto haciendo escala en San Felipe, estado Yaracuy. El último reporte del avión lo recibió la torre de control del Campo de Aviación de la capital yaracuyana, en el cual se informaba que, volando sobre Ocumare de la Costa el tiempo había cambiado bruscamente obligando al capitán a remontar en un intento de evadir el temporal. Desde allí no se conoció más sobre el estado del vuelo.
Momentos de consternación
Al conocerse la noticia de la desaparición de la aeronave, la oficina de la Línea Aérea Aeropostal Venezolana emitió un comunicado y se comunicó con el teniente Raúl Briceño Ecker, representante del gobernador de Lara, Dr., Carlos Felice Cardot, con el objetivo de adoptar medidas de búsqueda y salvamento.
Entretanto, familiares y allegados de los pasajeros se aglomeraron en las afueras de los aeropuertos de Barquisimeto y San Felipe, buscando detalles de la angustiante noticia. Un camión cisterna del Cuerpo de Bomberos salió de Barquisimeto con destino a la región montañosa de Yaracuy. Una de las hipótesis que cobraba mayor fuerza, era que la aeronave tuvo que desviarse a otro campo de aviación por el mal tiempo en la región, por lo que Aeropostal envió alertas a todos los aeropuertos circundantes, pero desde todas partes la respuesta era negativa y nada se sabía de la aeronave.
La tripulación del DC-9 estaba constituida por el capitán Juan Federico Bermotti, nativo de Valencia, estado Carabobo; el copiloto Enrique Arcaya, de nacionalidad chilena; y la aeromoza Olga Ocanto, de 19 años, nacida Maracaibo, estado Zulia.
Cuando ya la desesperación comenzaba a manifestarse entre los familiares de los pasajeros y tripulantes del DC-9, ocurrió el milagro y, a las 10 de la noche de aquel 30 de marzo de 1952, una comunicación telefónica desde San Felipe avisó que el avión había dispuesto aterrizar en un campo abierto de Boca de Aroa, destacando: “No hay víctimas afortunadamente, y ni siquiera heridos”.
Conforme iban pasando las horas, la alentadora noticia fue disolviéndose en medio del silencio ensordecedor de las autoridades que ya predecían el horror que estaban por presenciar.
Sin localizar el DC-9
La mañana del martes 1 de abril de 1952, la búsqueda del DC-9 estaba compuesta por la Fuerza Aérea que con helicópteros y aviones sobrevolaban las cimas de las exuberantes montañas yaracuyanas donde se creía había caído el avión. En tierra efectivos del Ejército y la Guardia Nacional, bomberos y civiles, peinaban la zona de la costa.
A estas labores se sumaron aviones de LAV, Avensa, TACA y Ransa; así como un gran número de voluntarios barquisimetanos liderados por el joven Edgar Yepes Gil y don Jorge Arévalo González, ambos familiares de varios integrantes de la aeronave, se sumaron a las tareas de rescate y exploración de la zona selvática de los cerros Bombón, Bucaral y Río Amarillo.
Por otra parte, vecinos de Campo Elías (Yaracuy), aseguraron haber visto pasar el sábado en la tarde, un avión a baja altura para luego escuchar un estruendoso sonido en una sierra cercana, sonido que confirmaron igualmente habitantes de Río Claro (Lara), versiones que precisaron que el suceso ocurrió a las 5:30 de la tarde, aproximadamente. Sin embargo, fue infructuosa la búsqueda durante todo ese segundo día, donde se inspeccionaron todos los predios de las regiones descritas. La desaparición del DC-9 había sembrado consternación y angustia en todo el país.
Aglomerados frente a la sede de varios periódicos capitalinos, vecinos y familiares se mantuvieron expectantes durante toda la noche hasta el amanecer del 2 de abril, esperando por noticias de última hora, y en todos los rostros solo se configuraba dolor y desesperanza.
La devastadora noticia
Y la noticia que nadie quería conocer se supo después de tres días de intensas jornadas de búsqueda infructuosa, cuando el martes 1 de abril, a las 6:10 pm., el capitán J. V. Lavada sobrevolaba en un avión de TACA, unas serranías conocidas como Cerro Grande, al sureste de San Felipe a solo nueve kilómetros del caserío San Juan de la Paula, y a cuatro minutos de vuelo del Campo de Aviación de esa ciudad.
El capitán Lavada avistó el timón de cola y un plano en una montaña denominada Cerro El Zapatero. Inmediatamente un helicóptero de la Guardia Nacional intentó descender en el lugar, pero por la densa vegetación no pudo realizar la maniobra. En consecuencia, se formó un contingente que a pie llegó a un sitio indicado y menos escarpado en donde improvisaron un punto de aterrizaje para el helicóptero, a dos horas distante del lugar del siniestro.
El armatoste yacía sepultado entre la maleza y los árboles derribados por el impacto, formando un gran amasijo de hierro humeante, pues se había incendiado al estrellarse. Todos los ocupantes habían perecido. El teniente Jesús Briceño Ecker acompañado del Dr., Antonio Rodríguez Cirimeli, fueron los primeros en llegar al área del desastre, reconociendo así a algunos de los fallecidos.
Las víctimas mortales
La catástrofe aérea, con repercusión internacional por su magnitud y por ser el tercer accidente aéreo comercial en Venezuela, dejó como saldo 12 víctimas fatales; tres tripulantes y sus nueve pasajeros.
Se identificaron los cuerpos de Lirio Cirimeli de Rodríguez, de 51 años, esposa del Dr. Pedro Rodríguez Ortiz, poeta, médico, ex senador de la República y ex gobernador del estado Portuguesa; Carlos Romero Agüero de 41 años, secretario del Despacho del Gobernador del Estado Yaracuy, Héctor Blanco Fombona; Máximo Fonseca de 28 años, comerciante y natural de Barquisimeto; Miguel Vidal, de 33 años, de Caracas Fiscal de Obras Públicas Nacionales; Yolanda Medina, estudiante del Servicio Social; María Luisa Montesinos, larense de 25 años.
Igualmente fallecieron Gilda Yepes Gil, de 21 años, considerada una de las mujeres más bellas de Barquisimeto, que regresaba de Curazao tras comprar el traje de novia, pues contraería nupcias en los días posteriores al accidente con el capitán de navío Ramón Arismendi, que estaba en Washington DC en entrenamiento de rigor al momento de la tragedia; y Dilcia Yepes Gil de Sequera, esposa del Dr. Julián Sequera Cardot, hermano del Dr. Carlos Sequera Cardot, gobernador del Estado Lara para la fecha; ambas hijas de Don Daniel Yepes Gil, expresidente (e) del Consejo Municipal de Iribarren y fundador del Central Tarabana, y doña Nelly Arévalo, hija del reconocido periodista, telegrafista y escritor, opositor al régimen de Juan Vicente Gómez. De igual forma muere Eddy Luz Yepes Gil Oropeza, de 23 años, casada con Pedro Rodríguez Cirimeli; hija de don Mariano Yepes Gil, fundador del Central Tarabana y hombre ligado al progreso del estado Lara.
Error de cálculos o falla mecánica
Sobre las posibles causas del aparatoso accidente aéreo, se conoció extraoficialmente dos hipótesis: la primera sería que el DC-9 venía realizando un vuelo instrumental debido al mal tiempo y la nula visibilidad. Cuatro minutos antes de llegar al Campo de Aviación de San Felipe, el piloto se comunicó con la torre de control, solicitando la dirección del viento.
Informó igualmente que volaban a 4.000 pies de altura y que estaban un poco desviados hacia el norte de la ruta ordinaria. Otra de las hipótesis fue que el aparato presentó fallas y el piloto erró en sus cálculos, lo que derivó en el impacto contra el macizo yaracuyano.
Concluyen cinco días de tensión
Los restos mortales de 10 de las 12 infortunadas víctimas del trágico accidente del DC-9 de TACA, fueron sacados del escabroso lugar en bolsas negras y trasladados hasta el caserío San Juan de la Paula, y de allí hasta el hospital Plácido Daniel Rodríguez Rivero de San Felipe. Los otros dos cadáveres quedaron dentro del avión siniestrado debido a la penumbra y la fatiga que presentaban los rescatistas.
Posteriormente los 12 féretros fueron colocados frente al altar del templo San Rafael. Ocho de las víctimas fueron trasladadas a Barquisimeto, tres a Caracas y una quedó en San Felipe. Las exequias en las tres ciudades fueron multitudinarias. Los cuerpos llegaron al Aeródromo de Barquisimeto ya casi a la una de la tarde del jueves 3 de abril de 1952. La muchedumbre ataviada de luto lloraba a sus deudos y la aflicción se hizo colectiva al observar con turbación como descendían los ataúdes. El cortejo fúnebre fue realmente impresionante.
Los oficios religiosos se efectuaron con gran solemnidad en el templo de la Inmaculada Concepción de Barquisimeto, cuyos espacios, tanto dentro y fuera de la iglesia, fueron colmados por la multitud taciturna. Los actos religiosos fueron presididos por el excelentísimo monseñor Críspulo Benítez Fontúrvel, obispo de la Diócesis, acompañado de altos dignatarios del clero barquisimetano.
Durante el sepelio en el Cementerio Bella Vista, se observó una imponente manifestación de duelo público, una conmovedora escena de cintos de personas para ofrecer su adiós perpetuo.
Fuente: Centro Interno de Documentación del diario El Impulso.
Fotos: Diario El Impulso / Luis Heraclio Medina Canelón
IG/TW: @LuisPerozoPadua
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