La universidad como concepto y concreción de la educación, la sabiduría y los valores humanos asume en los actuales momentos amplios retos a escala planetaria, entre otras cosas, por las diversas transformaciones que la sociedad experimenta, adelantos en todos los órdenes, áreas y disciplinas, emergencia de nuevos fenómenos, flagelos y problemas que obligan a nuestras casas de estudio a dar respuesta a las demandas y desafíos en términos de tener sociedades más estables y florecientes en lo social, lo económico, lo cultural, lo humano y espiritual.
La emergencia de problemas como nuevas enfermedades, pandemias, drogas, terrorismo, contaminación, hambre y miseria, exclusión, fanatismos religiosos y demás conlleva a la revisión de nuestras universidades, a la evaluación de los procesos formativos de enseñanza-aprendizaje partiendo de que antes de formar profesionales no podemos dejar de formar ciudadanos con valores, sensibilidad y sentido de pertenencia con su entorno. En ese sentido el papel de nuestras universidades debe ser resituado, considerando que el nexo que tradicionalmente vincula al humanismo con la universidad pareciera haberse debilitado. Sobran las argumentaciones que claman un retorno a su fuente originaria, tomando en cuenta que la universidad es esencialmente universidad humanista.
Tendríamos así que todo proyecto actualmente debería señalar, descubrir y promover los vínculos del humanismo con el quehacer sustantivo de la universidad. En tal sentido, nos basamos en la premisa según la cual se debe promover un humanismo que trae sobre sus espaldas historia y más de mil años de desarrollo, un humanismo que la universidad trae en sus entrañas por su naturaleza. Repetimos, más allá de la titulación que otorga, la universidad no puede desvincularse de lo axiológico, de los valores, del humanismo que como corriente de pensamiento dignifica y la justifica como valor universal al ser semillero de profesionales y de seres humanos.
Ciertamente una universidad que pretenda desentenderse del humanismo será una universidad que aspira a su aniquilación o suicidio como casa de estudios, como semillero y como valor académico. Las atrocidades observadas tras la invasión de Rusia a Ucrania bajo las ejecutorias de Vladimir Putin, no sólo revelan en pleno siglo XXI la desproporción, la violación de todo derecho internacional humanitario, sino que además pone en vilo a Occidente y al propio concepto de autodeterminación de los pueblos, y masacra el concepto o categoría de ciudadano y del humanismo como tesis que centra su debate y accionar en el ser humano, y esto a propósito de la situación degradante a la que han sido sometidas las universidades autónomas en Venezuela, donde literalmente a quienes laboramos en ellas nos pulverizaron los salarios, no tenemos seguridad social, HCM, pensiones decentes y demás aspectos fundamentales para el buen desempeño, no sólo de los profesores sino también de los empleados, los obreros e incluso estudiantes, todos sin excepción desmejorados a niveles inhumanos es estos últimos años.
Volviendo al asunto medular de la universidad, en la actualidad con una inédita situación calificada de “emergencia compleja”, requerimos retomar algunos temas y debates. Entre ellos el humanismo que le compete a la universidad venezolana y por ende la necesidad de promover e incrementar cátedras, cursos y debates dentro de su espacio propio. No se trata de cualquier corriente humanista, sino de aquella que busca que el hombre se forme como ser humano y propicie la realización de los demás seres humanos promoviendo sensibilidad, pluralidad, tolerancia, reciprocidad y demás valores en una sociedad que se ha envilecido.
No perdamos de vista que cuando de humanismo se habla, como tarea primordial de la universidad, no nos referimos a la creación estrictamente de una cátedra sobre el humanismo que nunca estará de más, ni tampoco a la existencia de facultades de filosofía y letras o religión (que si bien es cierto sabemos de su importancia y trascendencia en la tradición de la universidad, no por ello el humanismo se circunscribe solo a ellas), sino y principalmente a la función que debe desempeñar la universidad de formar al hombre íntegro y cabal en todas y cada una de sus disciplinas (facultades). En este sentido, la universidad es esencialmente humanista.
La universidad, lo hemos señalado oportunamente, como comunidad académica que investiga y busca la verdad, cobra sentido cuando la labor que realiza la hace con auténtico espíritu humanista y libertario. El humanismo es consubstancial a la universidad. Si en la universidad tendemos a conocer objetivamente al hombre en su integridad, las humanidades resultan imprescindibles e inaplazables. Al hablar de humanismo implicamos, naturalmente, la búsqueda, establecimiento y exaltación de los más altos valores de la cultura.
El humanismo como ideal de la universidad nos induce a reflexionar sobre su conceptualización y afirmación en la búsqueda de la conformación de su identidad. La tarea de la universidad no puede circunscribirse nada más a la formación técnico-profesional de sus estudiantes, por más que esta sea la demanda principal de la sociedad, sino que su misión, además de la formación técnico-profesional, ha de ser esencialmente humanista. Es decir, se trata de formar al hombre íntegramente como ser humano. La universidad es así una comunidad académica en la que el hombre aprende a pensar y a vivir, donde el pensamiento se vuelve crítico y nos permite decidir consciente, libre y cabalmente. Es el lugar donde se forma al hombre auténtico.
Como señaló hace ya muchos siglos Platón, hay que buscar el camino más apropiado para alcanzar el saber más elevado y esto sólo se logra por el circuito más largo. Camino que nos induce a seguir un proceso ordenado y riguroso que nos permita llegar al fin propuesto. Tenemos demasiado por hacer no sólo en el seno de nuestras universidades, sino en toda la sociedad venezolana que reclama desde hace algún tiempo espacios más idóneos para la reflexión, educación, formación y vida. El momento actual exige como nunca antes de una universidad proactiva, abierta al debate permanente, a la confrontación de las ideas y naturalmente consustanciada con un momento sumamente crítico que atraviesa el país y su sociedad respectivamente. La universidad tiene sobre sus hombros una responsabilidad histórica tan importante como los demás actores políticos-sociales y económicos en la problemática actual. A pesar de los maltratos y desmejoras las universidades autónomas en Venezuela siguen de pie. Viva la universidad.