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El humanismo de ciertos «revolucionarios»

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Ilustración: Juan Diego Avendaño

Casi todas las revoluciones de los tiempos modernos (de cualquier signo ideológico o religioso) se han iniciado con promesas de liberación del hombre para su realización integral. En Occidente han afirmado inspirarse en el humanismo, entendido en sentido amplio (el ser humano como objeto final de la acción) y han señalado como propósito principal permitir a todos la realización de sus aspiraciones. Notable ha sido esa tendencia en América Latina, donde no pocas han hecho referencia a los valores cristianos. Sin embargo, muchas de esas declaraciones pretendían realmente esconder la intención de establecer un sistema de poder absoluto, necesariamente opresivo.

Con alguna frecuencia Hugo Chávez definía la “revolución bolivariana” como “humanista”. Y el mismo se calificaba de tal. A veces – especialmente en sus tiempos finales – precisaba, con  crucifijo en la mano: “cristiana”. Parecía extraño después que propuso en 2007 el establecimiento de una sociedad socialista (del modelo totalitario). En esa estructura, el individuo (sin esfera propia) se convierte en simple pieza del estado que dirige y controla todas las actividades. Lejos está, pues, del “personalismo” – primacía del hombre – del pensamiento cristiano. Aquella proposición fue rechazada categóricamente en el referéndum de diciembre del año mencionado. Su sucesor, en sus casi 12 año de mando, ha mantenido la calificación. Y la repite. Pero los hechos parecen contradecir sus palabras. Recientemente ordenó preparar cárceles especiales para encerrar a quienes lo desnudaron ante el mundo. Y uno de sus segundos, a través de los medios, les señaló destino tenebroso: “los vamos a j…er” ¿Humanistas?

Conviene precisar conceptos, porque el término, polisémico, se usa con pluralidad de significados (que han variado en el tiempo). En este texto se toma para designar una doctrina o movimiento – también una actitud – que tiene al hombre como fin y valor supremo. Reclama (explica el Diccionario de la Academia Francesa) el desarrollo completo y armonioso de la persona humana y el respeto a su dignidad. Las revoluciones de los últimos tiempos se han proclamado “humanistas”, en nombre del “hombre” (centro de la vida social desde el Renacimiento). Pero, no existe una concepción única y permanente del ser humano. Extrañamente, dado el acuerdo sobre ciertos elementos básicos: se atribuye a todos el mismo origen (por tanto, son iguales) y se les reconoce las mismas características esenciales. No obstante, algunos alegan que cada sociedad tiene ideas propias al respecto (de donde derivan diferencias sobre los derechos que les corresponden). Lo señaló recientemente Xi Jinping.

En general, las revoluciones ofrecen al ser humano – pareciera ser su propósito fundamental – crear las condiciones necesarias para atender sus necesidades esenciales. Con tal objeto, tanto las revoluciones liberales (de los siglos XVII al XIX) como las socialistas y otras (del siglo pasado) proponían proyectos de una ilusoria felicidad total. A cambio de un cierto progreso general, las primeras condenaron a la miseria a millones de personas; y las otras, en nombre de la igualdad, a la pérdida de la libertad de todos. En realidad, olvidaron ambos movimientos que los hombres son personas, y que persona es – según la precisa definición de Boecio (485-524) – la sustancia individual de la naturaleza racional. En consecuencia, todos y cada uno de los hombres – por cuanto son personas – están dotados de una dignidad especial y deben tener la posibilidad de ser, de desarrollar sus capacidades, de realizar su destino (trascendente para los creyentes),

En América Latina, muchos de los movimientos revolucionarios (democráticos o socialistas) de la segunda mitad del siglo XX de declararon “humanistas”: proclamaban al hombre como objeto central de la acción del estado y consideraban la persona como un ser dotado de derechos inherentes (unidos a su naturaleza), signado por dignidad que se debe respetar. Esa tendencia, que se afirmó tras las largas dictaduras y la derrota de los totalitarismos (fascismo, nazismo, comunismo), derivaba de una tradición resultado de la prédica del cristianismo y de las tesis de la revolución francesa, así como de una reflexión propia sobre la realidad americana. En el mudo de las ideas se había manifestado entre los pensadores desde el siglo XIX. Entre otros destacaron el cubano José Martí (“Nuestra América”), el uruguayo José Enrique Rodó (“Ariel”) y el mexicano José Vasconcelos (“La raza cósmica”). Elogiaron las cualidades del hombre americano y los beneficios de la libertad.

Casi desde su constitución surgieron en casi todos los nuevos estados de América Latina regímenes alejados de los principios del humanismo. Fue la negación de las ideas y valores que habían inspirado sus luchas. Se había combatido por la independencia de la Metrópoli y el reconocimiento de la soberanía “popular” (ciertamente limitada); pero, también por la libertad de las personas, necesaria para su plena realización. Dos influencias notables se habían encontrado en aquella gesta: la del cristianismo, herencia espiritual, que reconocía la dignidad del hombre, libre desde su origen; y la de los pensadores de la Ilustración, que habían difundido el carácter natural y universal de los derechos humanos, fuente del poder político. Bien lo expuso Juan Germán Roscio en libro revelador: “El triunfo de la libertad sobre el despotismo” (1817). “Unos usos y costumbres tales, como los de la monarquía absoluta, y despótica, no podían conciliarse con el cristianismo”.

No se habían apagado las llamas de la emancipación cuando aparecieron las primeras formas del autoritarismo criollo, animadas por héroes del proceso: el “doctor” Francia en Paraguay, Rosas en Buenos Aires, López de Santa Anna en México. Tan alejados como ellos del espíritu de 1810, ejercieron después el mando algunos que se pretendían ilustrados y progresistas: Rafael Carrera (Guatemala), Porfirio Diaz (México), Guzmán Blanco (Venezuela). Entrado el siglo XX se consolidaron dictaduras patriarcales, como las de “don” Manuel Estrada (Guatemala), “el benemérito” J.V.Gómez (Venezuela) o “el prócer” Augusto Leguía (Perú). No faltaron regímenes familiares (Trujillo, Somoza), primitivos y oprobiosos, extraños a su tiempo y circunstancias. Con frecuencia, compartían el poder con empresas extranjeras (caucheras en Brasil, bananeras en Centroamérica, petroleras en Venezuela), o nacionales (Patiño Mines en Bolivia), apoyadas por potencias imperiales. No siempre fueron respetuosas de los derechos humanos proclamados por la Comunidad Internacional; y contribuyeron a mantener el subdesarrollo.

En pocos países (Costa Rica, Colombia) la democracia se ha consolidado, a pesar de los ensayos emprendidos desde el fin de la II Guerra Mundial. Vuelven, como en movimiento pendular, las dictaduras (con variadas fachadas). La restauración parece definitiva en el Sur. En otros espacios está sometida a duras pruebas. De otra parte, América Latina no ha escapado a los levantamientos  armados. Globales o limitados, han estallado “en beneficio del pueblo” y algunos han proclamado tener orientación “humanista”. Sin embargo, han causado muerte y destrucción. Se calcula que durante la Revolución Mexicana (1910-1921) murieron 1,4 millones. Y hasta 600.000 durante los conflictos en Colombia (más de siete décadas). Las guerras en Centroamérica (de los ’60 a los ’80) dejaron cerca de 400.000 muertos. A ese costo terrible, se debe agregar las pérdidas materiales, inmensas. Han retrasado el desarrollo y, en consecuencia, la superación de la pobreza, exigencia primordial del humanismo.

Los casos de Cuba y Venezuela son emblemáticos. En la isla caribeña, la revolución tiene como su principal fuente de inspiración a José Martí, considerado entre los primeros humanistas de la región. Estando en el exilio escribió: “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”. No obstante, la revolución se inició con la ejecución de miles de militares que habían servido al régimen anterior (juicios de La Cabaña). En Venezuela, Hugo Chávez advirtió que su revolución “era pacífica, pero armada”. Y en efecto, en las protestas contra el régimen han muerto centenares de manifestantes (27 en los últimos días), Pero, en “enfrentamientos con agentes de seguridad” (desde 1999)  35.619 personas, en su mayoría jóvenes de barrios populares ¿Humanismo?                

Pocos han sido los procesos revolucionarios recientes que no han derivado en sistemas totalitarios sostenidos por la fuerza y la violencia. Los emprendidos en Sudáfrica, la Península Ibérica y Europa Oriental constituyen notables excepciones. Estaban dirigidos por pensadores que querían convertir en historia principios e ideas asumidos tras seria y larga consideración sobre la naturaleza humana y el objeto de la sociedad. En otros, las proclamas iniciales ocultaban ambiciones de poder, de dominio sobre las diversas riquezas y hasta el cumplimiento de “mandatos” confiadas a fanáticos religiosos. Ocurrió así frecuentemente en América Latina, donde paradójicamente temprano se predicó el humanismo.

X: @JesusRondonN    

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