OPINIÓN

El horizonte es nuestro

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Se llama peso  a la unidad monetaria de países como Colombia, o el Uruguay. El duro español es una moneda de plata y la peseta, también española, existe desde 1809. Antiguamente se decía “cambar la peseta” aludiendo al estado de  borrachera. Un dicho cargado de cierto sarcasmo como decir “cambiarle el agua al canario”.

Se define al peso como la fuerza que ejerce la Tierra sobre todo cuerpo que se encuentre en su superficie. Tiene que ver con la masa, con el volumen. Se dice con cinismo que el peso del dinero es mayor que el del oro y la plata,. En las categorías del boxeo se establecen diversos pesos de acuerdo con la contextura del boxeador: peso pluma, peso gallo, peso pesado. De igual manera el peso marcha asociado a  las medidas.

Ambos son considerados como símbolos de exactitud, de precisión y en sentido figurado como esmero, cuidado, buena conducta, justicia y armonía, pero yo me refiero al peso que anida en el corazón humano, al alma de clara e inevitable presencia en nuestro bullicio mental. Sin embargo, centenares de médicos forenses dicen que han practicado miles de autopsias y jamás han visto nada que parezca ser un alma. Ignoran, tal vez, que el alma no tiene peso; carece de cuerpo. Brota en las miradas, sale por la boca cuando habla; se expresa a través de las manos cuando se mueven y trazan invisibles dibujos en el aire; se la pude ver en la sonrisa o en las lágrimas cuando la noticia que llega es favorable o dolorosa. ¡Es misteriosa como los gatos que en las noches rondan silenciosos por los tejados!

Los diccionarios con estentórea frialdad tratan de definir al alma y afirman que es el «principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida». Yo prefiero definirla como la propia vida humana. Es más, definirla y considerarla como mi propio yo, como mi propia persona, ser, habitante, individuo o víctima de una maltrecha y perversa dictadura militar enredada en tráfico de estupefacientes. Soy alma y mucho más: soy conciencia lúcida, ventana abierta al aire de la mañana, un fuego que no se apaga; la tolerancia con inevitable repugnancia de ideologías que considero perversas porque han permitido que crezcan plantas venenosas o flores carnívoras como el nazismo o el comunismo y seres desalmados y bolivarianos.

A veces intento o quiero ser otro, maligno o mal intencionado, de esos que odian y maltratan a sus semejantes, que impiden u obstaculizan el amparo, el refugio, la ayuda humanitaria a quienes la imploran. Pero consigo todo lo contrario: mi alma sufre, se entristece; se enfurece porque constata que el aire que entra por la ventana no es fresco ni enaltece; no encuentro cómo enfrentar y vencer al infortunio que pesa sobre el país y sobre mí, que es como decir sobre el alma del desdichado país y sobre la mía. No sé hacer otra cosa que escribir este desconsiderado e incongruente artículo que insiste tercamente en colocarse en primera fila de combate, a sabiendas de que se trata  de mi alma enfrentada a un fusil bien aceitado y profesional.

Pero el aire fresco de mis mañanas asegura que mis palabras son a la larga más eficaces que los disparos en las emboscadas. «Mi pluma lo mató», exclamó el escritor ecuatoriano cuando el dictador supercatólico cayó abaleado a las puertas del palacio de gobierno.

¡No pretendo que sea ese mi caso! ¡Válgame Dios!

¡Alma dormida! ¡Alma despierta! ¡Vigorosa! ¡Desalentada! Un día amanece risueña: el país va a regresar y con mis amigos y todo aquel que quiera acompañarnos navegaremos hacia el sol; pero en otros, el sol no grita en mi ventana y mi alma llora de desconsuelo. porque no acudió a mi llamado la política audaz que nos liberaría de los oprobios.

Y pasan los días y mendigamos un poco de alegría y solo recibimos sorna y escupitajos desde acá e hipócritas sonrisas y elocuentes e inútiles documentos solidarios desde la acera  internacional, además de sinuosos proyectos de acuerdos entre gobierno y oposición que garantizan, exenta de toda culpa, la huida hacia adelante de los malhechores convirtiendo al sol en un ciego de anteojos oscuros tanteando el aire con un bastón blanco.

¡Y  me sigue pesando el alma…!

¡Pero el horizonte es nuestro!