“Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido,
sino la intencionalidad del que miente”. Jacques Derrida
No se trata de una crónica que pretenda dar testimonio de lo que pasó y no intenta tampoco, desde un país que asemeja un episodio distópico, una descripción exhaustiva de lo que acontece allende de nosotros mismos, pero me mantengo en sintonía por todas las vías que tengo a la mano y por tanto, si bien no estoy allá, no estoy ausente.
El diario contacto con los apéndices tecnológicos que cooptan a los seres humanos, constituyéndose en una burbuja que los aloja para trabajar, estudiar y especialmente comunicarse con el mundo que han creado y así prescindir del que les era común, experimenta una paradoja, un forzoso regreso a la concienciación vulgar, a la pertenencia al conglomerado para, simultáneamente, dizque protegerse, alejarse de él.
En efecto, el covid-19 con sus implicancias y alcances variados de inestabilidad y vulnerabilidad sacude al mundo y al homo verus lo traslada en meses a una necesaria compensación entre sus giros simbióticos con la cibernética que lo individualizaban, sin embargo, y la súbita confrontación con sus impulsos gregarios que redescubre como si los hubiera perdido en las superficialidades de una presencia sin ánimo de trascendencia.
El homo verus, como yo le llamo; ese del primer mundo, de Europa, Norteamérica y Asia, ese que se asume como el producto del globo desarrollado, tropieza con el desastre, sin poder domeñar la contingencia por otra vía distinta a la inmersión en ella, modificando hábitos y viendo la estructura económica que lo sustenta, moverse, sacudirse, derrumbarse, mientras la potencia pública impotente pero omnisciente lo conmina o lo forza, a una subsistencia que lo disminuye y reduce en todos los ámbitos, pero especialmente en el de la autonomía más sencilla, la de la cotidianidad.
El despertar matutino se acompañaba de ese contacto que asegura su entidad y dominio con su celular que, por cierto, lo acompaña no obstante en el descanso, en la cama o en la mesa de noche, y al que entre parpadeos y modorra debe consultar. Aunque no espere nada de particular, hace el aparatico como otrora el cigarrillo, de compañero existencial.
Empiezan inmediatamente las restricciones a operar. No puedes y no debes, se congracian con aquello de solo si y en estos términos puedes incluso tomar café y mirar a los ojos con mascarilla como escudo para la defensa y miedo a que tus manos, si, las tuyas, se atrevan a tocar, que es lo que están llamadas a hacer, pero ¡cuidado, me puedo y te puedo contagiar!
Pero ¿está o sigue solo el homo verus? Antes, él se segregaba, volitivamente, se desciudadanizaba también porque los asuntos de la comunidad no eran con él ni para él, pero encaraba una realidad a la medida, para servirse de ella.
La tendencia al sincretismo cultural y laboral con el ordenador PC, vino en auxilio de muchos que hacían de esa mesa y ese rincón su universo frecuente y que ahora se convertía en una respuesta disciplinada al llamado del “quédate en casa”, pero no dejes de laborar y una alucinación de sujeción pesada solivianta su espíritu.
El confundido homo verus entonces, interroga en voz alta, ¿dónde estoy y hacia dónde voy? Y oigo voces que me hablan de que nuevamente somos, me dicen y entonces ¿no solamente soy yo? Sino que con otros soy, y ello es así, me guste o no.
Por la mala, además, advierto que ni que quiera me puedo completamente sustraer pero, por otro lado, tal vez sea mejor así, siendo que es peligroso el contacto y lo era ya y lo será porque, si la miró la acoso y si la toco, la intento violar.
Lacan nos regresa a Freud como si nos hubiéramos extraviado. El homo verus está impulsado por una pulsión que lo postula a ser por sí y no por el somos, al que también pertenece pero que sacrifica por el primero. La historia y la cultura que, como herencia a beneficio de inventario civilizatorio recibimos y tenemos, es convicta del delito de haberse mostrado como obsesa falócrata y debe corregirse porque las féminas no figuran suficientemente en el relato ni tampoco hubo justicia para con los homosexuales o aquellos otros que no menstrúan.
La historia y la cultura son, pues, culpables de discriminación y condenadas al permanente cuestionamiento por lo que fueron y, especialmente, deben fijar su foco, su registro, su ethos en ese individuo que fue victimado al agregársele con otros y perderse en esa comunidad su especificidad.
¿Soy posible si no somos? ¿Soy si, acaso somos también? El covid-19 como una tormenta huracanada pero silente, fría, vindicativa, letal, perturba esa insolente liviandad en que la sociedad se mira como una suma y no como un conjunto de ofrece identidad. Suerte trágica que contrasta mi soledad y mi pertenencia para vivir y para morir.
Mientras tanto, el Estado no es hoy sino el poder con elásticas jurídicas que lo desafían, y también se extravía o se reencuentra según se mire. Tiene a su cargo, en la lejana teoría que lo justifica como propósito la seguridad y la libertad, pero que igualmente conoce una demanda constante para dignificar a sus destinatarios mientras estos, cada día más frecuentemente y muy numerosos, además, lo retan con sus compulsiones anómicas y sus tendencias hacia el ilícito.
El índice del covid-19 invita al Estado sin que haya objeciones porque todos comprenden que a ese leviatán corresponde operar el asunto de algunos pero que amenaza a todos y así, “Helas”, en el mismo barco navegamos sin mayor incidencia en el rumbo que llevamos y unidos por el infortunio de esa pandemia.
Claro que en Occidente cabe la protesta y el reclamo, pero más libres queremos vivir y obtener del Ogro no tan filantrópico y a esas seguridades, más vulnerables, más precarios, más morbilidad pareciera notarse. En China es más sencillo y en otros países asiáticos hay similitudes; el poder continúa en mayor o menor medida asemejando a un señor feudal y los pobladores seudociudadanos, suerte de siervos de la gleba. Un grito, un resuello veraz resuena urbi et orbi, el Estado está en crisis y su viabilidad comprometida. Ello es así aunque continúe con la policía y su rodilla en la nuca de otros Floyd, en Hong Kong, Pyongyang, Moscú, Budapest y más allá.
La economía contemporánea de su lado no se guía por sentimientos morales con todo respeto por Adam Smith y su teoría; más bien acude a Hume y desde allí a los utilitaristas para con los números a la mano anunciar que doblan las campanas por el mercado aullando por Keynes y otras ayudas más. El covid-19 que llamaré el “enemigo común” amenazando a todos, con sus reverberaciones y ebullentes, desnudo simultáneamente que como bien escribió Slavo Zizek, estamos ante un “permanente estado de excepción económica”. No hay un orden estable, fehaciente y creíble sino circunstancias que nos llevan de cataclismo en cataclismos financieros y de desorden a desórdenes sociales, y de injusticia a más injusticias.
El covid-19, como el niño en el cuento de Andersen, reveló que el hombre y su cosmos, su cosmogonía, su mundología societaria están desnudos y a la merced de la intemperie que su membresía humanista le exige cubrir, proveer para seguir siendo un instante perfectible en el universo, un testimonio de Dios mismo.
El mundo del islam anacrónico y totalitario hace ya tiempo que arrancó al Corán o tachó las palabras del amor y se quedó con su yihad y su odio. El mundo en desarrolló debe darse por aludida también y admitir que es tiempo de encontrar otros actos en el teatro de la vida, novedades bajo el sol.
Es menester entender que solo en la unión de los hombres puede encontrarse la salvación de los hombres. En lo común que, es el primer concepto a trabajar y para articular, los movimientos que lleven a la superación de los “enemigos comunes” que en el libertinaje y en la amoralidad del materialismo y del egoísmo que desde dentro conspira contra el “homo verus.”
Desde una Venezuela desfigurada, sedienta, hambrienta, a oscuras y envilecida no damos lecciones, si no hemos sido capaces de defendernos nosotros mismos; pero podemos humildemente coincidir en que el covid-19 es un aldabonazo en las puertas de la conciencia humana para que salgan de ella los demonios y los fantasmas que paralizan corrompen, anatematizan y estigmatizan al inerme ser humano para que se atreva a cambiar, trastocar, transformar y en suma, despertar en su espíritu más que unas ideas aisladas, un apasionado compromiso por una genuina revolución que no reconstruya porque no sería revolución sino que edifique otras civilizaciones. ¡Dios quiera!
@nchittylaroche