Con el mismo título que encabeza estas notas, en agosto de 2012 publicamos en la BAT de San Cristóbal un libro. Al agotarse su existencia asumimos el reto de una segunda edición. Ya contamos con ella, cuidadosamente corregida y ampliada. Estamos en espera de que ocurra el tan necesario cambio en Venezuela que traiga el renacer de la situación socioeconómica del país, o de que alguna generosa persona natural o jurídica asuma su publicación.
Para entrarle al tema que nos proponemos tratar en el presente artículo debemos, ante todo, formularnos esta interrogante: ¿Qué es el hombre? A algunos lectores les será muy fácil responderla, no así a aquellas personas que cuidadosamente escudriñan bien su mente antes de emitir opiniones. En verdad, el apresuramiento no siempre es aconsejable. Podríamos, simplemente, afirmar que el hombre es un ser humano complejo y muy dinámico. Pero si acudimos a los estudiosos, a quienes con verdadero acierto se han ocupado del tema, hallaremos las más calificadas definiciones. Así tenemos, por ejemplo,(en el Diccionario usual de Guillermo Cabanellas), que «hombre es todo individuo de la especie humana, cualquiera sea su edad y sexo». No se detuvo mucho este autor para calzar otra definición: «Hombre genéricamente es el animal racional». Como nos basta con esas elocuencias, cerramos los postigos.
Bien sabemos que el hombre no es solo esa escultura humana tangible que percibimos visualmente. Lo más importante del ser humano es lo que está dentro de él, lo invisible, lo que podríamos denominar el aparato intelectual o psíquico -para darle un nombre- donde reside su intelecto, su emotividad y su vida de relación. Y es allí, precisamente, donde se generan todas las inquietudes que nunca le dejan vida tranquila. Gracias a esas inquietudes intelectuales, tan propias y únicas de los seres humanos, existen la ciencia, la filosofía, las artes, la tecnología y todo cuanto llamamos civilización que nos ha permitido distanciarnos aceleradamente de los primitivos tiempos y disfrutar de la atmósfera cultural.
Gracias a la aludida capacidad intelectual, al hombre le acompaña siempre el deseo, o mejor, el incansable afán de saber, de descubrir y de inventar. En razón de ello, si afirmamos que el hombre es amante de la sabiduría, concluiremos afirmando, igualmente, que es un filósofo, acatando así el concepto etimológico que los griegos le dieron al vocablo filosofía. En fin, no cabe en nosotros el propósito de endiosar al hombre, pues él es un ser imperfecto y, por lo tanto, desprovisto de la infalibilidad. Tampoco es un dechado de virtudes, aunque las posee en abundancia junto con su prodigioso talento, habilidades y destrezas.
Indiscutiblemente, por su condición de imperfecto, el hombre siempre está tentado por inocultables debilidades y flaquezas. Entre ellas, la ambición inmoderada de la posesión de riquezas materiales, al igual que la del dominio en cualquiera de sus formas. Ocurre, pues, como lo afirmó José Martí: «Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen».