Los seres humanos deberíamos tratar de ir cada día, por no decir siempre, en búsqueda de iluminación: de la luz intelectual, mental, espiritual y laboral y, o al menos, aspirar acercarnos un tanto a ella, como lo hace el intangible fenómeno que nos bendice con la irradiación producida por el astro rey para alumbrar todos los espacios y brindar soporte vital a cuantos seres vivos pueblan la bella naturaleza.
Sí, verdaderamente, la luz es símbolo de vida y de sabiduría. De allí que el privilegio de los seres humanos es doble, o mejor, múltiple, y recíproca, pues conforme tenemos la necesidad de aprender también estamos obligados a enseñar. El misterioso don de la vida que generosamente hemos recibido es para saberla vivir, administrándola en el sentido de emplearla en ser útiles a nuestros congéneres y servir a ellos en la medida de lo posible. El hombre, como siempre, debe valerse de la prodigiosa luz intelectual que posee para abrir y alumbrar caminos, no para hacer sombras; sí para proyectarse haciendo constructiva historia. Esa misteriosa luz ilumina nuestro desenvolvimiento cultural, laboral y social, y ha hecho posible la cultura y, con ella, se ha creado la civilización. Advertimos, el comportamiento del ser humano no es absolutamente autónomo, está sujeto al acatamiento de virtuales normas éticas, morales y sociales.
El vocablo Ética etimológicamente alude a comportamiento humano, al modo de ser y de actuar, es como la ciencia de las costumbres. No es una norma religiosa, aunque indudablemente hay conexión entre ambas. La ética no nos viene por el nacimiento, es una disciplina adquirida mediante la formación moral. Se ocupa del estudio de los actos humanos, los cuales suelen ser buenos o no muy buenos siempre que, conscientemente, los ejecutemos con plena libertad y voluntad propia. Pues el hombre, gracias a su dignidad humana, debe actuar según su conciencia y libre determinación, por convicción, no por coacción. Así, en razón de su naturaleza, está llamado a realizar sólo actos buenos. Pero, por su condición de imperfecto, no está exento de patologías.
Como quiera que el preciado don de la vida, primer derecho natural que adquirimos, estamos obligados a defenderla, perfeccionarla y conservarla, al Estado y a todas las autoridades, corresponde la grave obligación de respetarla y al protegerla.
Indiscutiblemente, esa prodigiosa luz intelectual fue la que iluminó a los científicos, inventores, investigadores, creadores y descubridores, así como a los artistas, en los diversos géneros, para legar inmortales obras a la humanidad. Brillante historia cumplida. Entre los muchos que pudieran citarse, solo vamos a ocuparnos, muy brevemente, de uno de ellos.
Al eminente sabio alemán Albert Einstein, nacido en Alemania, naturalizado suizo y más tarde estadounidense, hombre revestido de notable sencillez, fue quien formuló la Teoría de la relatividad. Con base en sus teorías se fabricó, años más tarde, la bomba atómica sin que su mente hubiese abrigado alguna vez idea letal alguna. Sus profundos estudios analíticos le condujeron a descubrir que el universo no solo tiene tres dimensiones, sino que es cuatridimensional: espacio, tiempo, altura y profundidad. Igualmente, descubrió que la materia y la energía no son distintas, sino una misma cosa, presentadas sí en dos formas: la energía sería la materia evaporada, y la materia, la energía solidificada. Arribó, también a otra conclusión: que la luz está sometida a la fuerza de atracción, a la gravedad. Descubrió, también que el mundo está gobernado por las leyes de causa y efecto. Se le consideró la primera inteligencia del mundo durante largo tiempo. En brillante gesto de justicia y reconocimiento, en 1921 le fue otorgado el Premio Nobel de Física.
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