La rebelión lo quiere todo, o no quiere nada

Albert Camus

Teníamos algunos años que no leíamos un buen libro, que nos llamara la atención. En una época nos contentamos mucho con una edición comentada de la Democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Libro motivador por la forma de expresar sus ideas y tesis, al punto de que es libro de texto en sociología en muchas universidades.

Pero hace pocos días concluimos con la perseverante lectura de El hombre rebelde, redactado por Albert Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, y quedamos cautivados y entusiasmados a más no poder. En principio, nuestro autor nacido en Argelia tuvo que soportar la carga emotiva de la lucha de independencia de este país contra Francia. De igual modo, compartió una amistad con Jean Paul Sartre, hasta que rompió con éste a causa de sus veleidades marxistas, y extremistas.

Este título de la obra de Camus —nos introduce sin querer queriendo— en la imagen de Rebeldes sin causa, largometraje que catapultó al estrellato a James Dean, como imagen icónica de una juventud rebelde en un Estados Unidos próspero, da la enorme casualidad de que la película se estrenó en 1954.

Esta obra, la cual sin duda alguna calificamos de brava y dura: puesto que en las primeras páginas (Introducción) nos previene: “Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y no podemos afirmar valor alguno, todo es posible y nada tiene importancia”.

Sobre la revolución, un punto interesante y actual, nuestro literato sostiene lo siguiente:

“En teoría la palabra revolución conserva el sentido que tiene en astronomía. Es un movimiento que riza el rizo, que pasa de un gobierno a otro después de una traslación completa. Un cambio del régimen de propiedad sin el cambio de gobierno correspondiente no es una revolución, sino una reforma. No hay revolución económica sean sus métodos sangrientos o pacíficos, que no parezca política al mismo tiempo. La revolución por esto, se distingue ya del movimiento de rebelión. La frase famosa ‘No, señor, no es una rebelión es una revolución ‘pone el acento sobre esta diferencia esencial. Más adelante, nos comenta este agudo escritor: “Los gobiernos revolucionarios se obligan la mayoría de las veces a ser gobiernos de guerra”. “La sociedad salida de 1789 quiere luchar en Europa. La nacida de 1917 lucha por el dominio universal”.

Es realmente conmovedor cómo Albert Camus revisa el caso de la muerte de Luis XVI juzgado por la Revolución, al decir: «El 21 de enero, con la muerte del rey-sacerdote termina lo que se ha llamado la pasión de Luis XVI. Ciertamente, es un escándalo repugnante haber presentado como un gran momento de nuestra historia el asesinato público de un hombre débil y bueno».

Así nos declama, nuestro filósofo y autor:

“Para adorar largo tiempo un teorema no basta la fe; hace falta además una policía. Pero se halla todavía intacta y bastará, si se ha de creer a Saint-Just, con gobernar según la razón. Después de él, el arte de gobernar no ha producido sino monstruos”. Es interesantísimo, este punto, porque una de las mejores pinturas de Goya es la del Sueño de la razón produce monstruos. En la Venezuela después de 1999, el sueño de la razón ha creado el monstruo más horripilante del poder que es la tiranía de unos incapaces y obsesivos perversos.

“La virtud absoluta es imposible; la república del perdón lleva, arrastrada por una lógica implacable, a la república de las guillotinas. Montesquieu había denunciado ya esa lógica como una de las causas de la decadencia de las sociedades, diciendo que ¡el abuso de poder es mayor cuando las leyes no lo prevén!” (signo de admiración nuestro). Aquí en Venezuela, la Constitución bolivariana trajo un proceso de persecución a los detractores de la “revolución”, el cual prosigue sin cesar todavía. Muy lejos quedó el espíritu que instituyó la democracia en Venezuela, “de que no habrían ni perseguidos ni perseguidores”.

“Todas las revoluciones modernas acabaron robusteciendo al Estado. 1789 lleva a Napoleón, 1848 a Napoleón III, 1917 a Stalin, las perturbaciones italianas de la década del 20 a Mussolini, la república de Weimar a Hitler”.  Aquí en este punto, Camus coincide plenamente con el ensayista y estudioso francés, el Barón de Jouvenel, quien en su texto Del Poder comprueba en un estudio profundo y meticuloso que la naturaleza del Estado, cada vez más crece mermando las libertades individuales, y concentrando un poder descomunal y omnímodo en las tareas gubernativas. Todo esto siempre elogiado y aplaudido por nuestros modernos politólogos.

«Mussolini, jurista latino, se contentaba con la razón de Estado, sólo que la transformaba, con mucha retórica, en absoluto. ‘Nada fuera del Estado, por encima del Estado, contra el Estado’. La Alemania hitlerista dio a esta falsa razón su verdadero lenguaje, es el de una religión».

Otro análisis, que admirablemente nos exhibe nuestro Premio Nobel de Literatura, es la exposición del positivismo de Augusto Comte que establecía que “la era positiva que sucedería necesariamente a la era metafísica y a la era teológica debía marcar el advenimiento de una religión de la humanidad. En otro texto (pp.230-231) Comte, lo sabía, por lo demás, o al menos comprendía que su religión era, ante todo, una sociolatría y suponía el realismo político. La negación del derecho individual y el establecimiento del despotismo. Una sociedad cuyos sabios serían los sacerdotes, 2.000 banqueros y técnicos reinando en una Europa de 120 millones de habitantes donde la vida privada se identificaría absolutamente con la vida pública, donde una obediencia absoluta de acción, de pensamiento y de corazón “se prestaría al gran sacerdote que reinaría sobre todo”. No sé por qué esta descripción nos recuerda la estructura actual de la Unión Europea.

Nuestro libro realiza un examen exhaustivo tanto de la filosofía preconizada por Hegel,  como de las ideas de Karl Marx sobre la sociedad industrial y su devenir. En estos planteamientos e ideas, el sensible analista nos conduce con paso firme:

“Toda colectividad en lucha necesita acumular en vez de distribuir sus beneficios. Acumula para agrandarse y agrandar su poder. Burguesa o socialista, deja la justicia para más tarde, en beneficio del poder únicamente. Pero el poder se opone a otros poderes. Se equipa, se arma porque los otros se arman y se equipan. No deja ni dejará de acumular nunca sino, quizá, desde el día que reine sola en el mundo. Por otra parte, para eso tiene que pasar por la guerra. Hasta ese día, el proletario no recibe sino apenas lo que necesita para su subsistencia. La revolución se obliga a construir, con gran gasto de hombres, el intermediario industrial y capitalista que su propio sistema exigía. La renta es sustituida por el trabajo del hombre. La esclavitud se generaliza entonces y las puertas del cielo permanecen cerradas».

Adicionalmente, esta obra, que ha sido editada muy fina y gallardamente por la Editorial Losada, de Buenos Aires, en su colección Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento, publicada en el año 2003, nos trae a colación este terrible juicio:

“Quien ama a su amiga o a su amigo, le ama en el presente y la revolución no quiere amar sino a un hombre que no existe todavía. Amar es en cierta manera matar al hombre perfecto que debe nacer con la revolución. En efecto, para que viva un día hay que preferirle a todo desde ahora. En el reino de las personas los hombres se unen mediante el afecto; en el imperio de las cosas los hombres se unen mediante la delación” (p.282).

En otro plano, solo el furor irracional de un bruto puede imaginar que haya que torturar sádicamente a los hombres para obtener su consentimiento. Esto se escribió en 1951, jamás los que vivíamos en Venezuela en esos tiempos nos suponíamos que eso sucedería en nuestra nación.

Para concluir nuestras acotaciones, es bueno tener en cuenta que este intelectual fallecido prematuramente en un accidente automovilístico, nos destapan las profundidades y matices de los pensamientos y doctrinas de individuos como el Marqués de Sade (polémico per secula seculorum), Nietzche, Rimbaud, Hegel, Rousseau, y Bakunin. Por si todo esto fuese poco, nos dedica un maravilloso capítulo al estudio de la Rebelión y el arte.

Albert Camus nunca estudió en una universidad como la Sorbonne, o la Ecole Normal Superieur, provino de una familia muy humilde. Su erudición y la potencia de sus argumentos y postulados nos han demostrado notoriamente que la voluntad de saber y explicar es un motor poderoso en la formación intelectual y humanística de cualquiera que desee aprender.


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