El escritor escudriña entre recuerdos que dormitan en su mente y en informaciones de la web porque, al igual que muchos, necesita encontrar refugio en algo que le dé paz.

Construir un búnker imaginario, creyó él, le permitiría defenderse de ideas oscuras, problemas, miedos y paranoias que emergen de esta cadena de malas noticias en la que se ha convertido la vida de un país en donde, incluso ya antes de la pandemia, era difícil vivir.

Esta inmisericorde peste que azota al mundo ha transformado a nuestros hogares en cárceles y a nosotros en presos temerosos. Quizás, pensó él, fue la angustia la que lo impulsó a escribir sobre Reinaldo José.

La historia de Reinaldo José ocurriría en un país que no existe pero que pudo haber existido, en un lugar en donde muchos quieren vivir pero del que deben huir si buscan un futuro próspero.

Desde el principio, Reinaldo José quiso contribuir con el nacimiento de una historia digna de ser contada. Deseó ser partícipe de la construcción de un país bonito. Pero cada vez que creía lograr una meta, algo malo ocurría y sus ideas sobre un futuro hermoso, eran embestidas por sombras oscuras.

Los habitantes de ese bonito país no albergarían en sus almas envidias ni egoísmos. Lucharían por el bien común y Reinaldo José, como valiente caballero de armadura, combatiría la corrupción aplicando el mayor peso de la ley en contra de aquellos que roban y despilfarran la riqueza de una nación. Eso era parte de su sueño… era ese, su proyecto a futuro.

En ese país bonito no solo existirían leyes justas. Existirían leyes que se cumplirían y nadie, léase bien, nadie intentaría violarlas, enmendarlas, desvirtuarlas y menos aún, utilizarlas a conveniencia con fines egoístas y perversos.

Si Reinaldo José lograba cumplir su sueño, en ese bonito país, todos los servicios básicos funcionarían. La luz no se iría a no ser que la gente, por voluntad propia la apagara. A las iguanas nadie las difamaría. Nadie les echaría la culpa de ser causantes de fallas eléctricas que ocurren por falta de mantenimiento y desidia. La salud, la alimentación de un pueblo y la educación serían prioridad y es que Reinaldo José confesó jamás haber amado a nadie igual que a ese país bonito.

Por increíble que parezca, los habitantes de ese país bonito serían ciudadanos íntegros y solidarios. Seres humanos honestos y respetuosos con principios sólidos que, desde la infancia, abnegados y respetados maestros y profesores, les habrían inculcado para formarlos como ciudadanos de ética y moral elevada. Poner en práctica ese proyecto era su plan. Cuando tomó la decisión, la vida dibujó una sonrisa en su rostro, lo vistió de valor y lo hizo sentir digno.

“Yo no quiero ser presidente como quien dice ‘Quiero ser torero’. ¿Tú sabes por qué quiero ser presidente del país? –dijo Reinaldo José con auténtica pasión durante una entrevista– ¡Porque tengo el deber de ser presidente! Yo estoy aquí, simplemente cumpliendo un deber. ¿O es que tú crees que yo quiero ser presidente porque quiero hacerme famoso, o porque quiero una buena casa, o porque quiero un buen carro? ¡Perdóname!, pero ya todo eso me lo gané con mi trabajo. ¡Yo quiero ser presidente de este país porque tengo que serlo! Por la sencilla razón de que este país tiene que ser manejado bajo otros conceptos. Tiene que ser manejado estableciendo la meritocracia…”. Así pensaba Reinaldo José y sin ningún tipo de trampa luchó para ocupar el más alto cargo político y hacer de ese país bonito, pero imperfecto, un país mejor.

En ese momento el escritor cayó en cuenta de que su personaje no era ficticio y recordó el final que en la vida real tuvo Reinaldo José. El teclado de su laptop se cubrió de impotencia y la tristeza, adolorida e indignada, lo borró todo.

Durante media hora, quizás cuarenta y tantos minutos, ya ni de eso estaba seguro, el escritor no había hecho otra cosa que escribir y borrar… escribir y borrar. Parecía una condena imparable, eterna… como si al borrar y escribir pudiese cambiar la historia que ya se había cumplido y es que Reinaldo José sí existió pero, en extrañas circunstancias, falleció en un accidente aéreo que nunca debió pasar.

El escritor, sobre sus páginas ahora en blanco, había hecho referencia a Venezuela. Ese era el país. Y Reinaldo José, el ser humano íntegro, visionario y honesto, amado y admirado a quien la historia no le dio la oportunidad de cumplir su sueño, era conocido como Renny Ottolina, el hombre que debió ser presidente de lo que hoy habría sido un país bonito.

@jortegac15


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