“Filosofar es aprender a morir”, dijo Michel de Montaigne. Vaya frase de Montaigne que pretende encerrar el misterio de la muerte que, a filósofos o no, les aterra ante la idea de su propia desaparición. No creo que ninguna filosofía y ninguna religión proteja de ese miedo. Imaginemos por un momento que con todos los avances tecnológicos y además tenemos la certeza de que en pocos años tendremos robots metidos en nuestras casas; inventen, creen cursos y técnicas para aprender a morir. “Aprenda a morir en diez sencillos pasos”. Pienso que fracasarían en el instante. Todo el mundo, todo el mundo, repito, tiene miedo a morir. En los textos religiosos podemos ver como los héroes también tienen miedo a morir, y cuando mayores son, más apegados a la vida son. El ejemplo más celebre es Moisés que se niega a morir.
Los estudios dicen que el hombre que se entera que va a morir por una enfermedad que está en su fase terminal pasa por varias etapas: negación, ira, negación, depresión y resignación. El 11 de marzo de 2020 se declaró la pandemia del COVID-19. Como prevención, millones de personas se sometieron al confinamiento. Sin embargo, había algunos que se saltaron las normas, se negaban a ponerse el tapabocas, se negaron a vacunarse: explicando que todo era parte de una conspiración y cosas por el estilo; es decir, al parecer no tenía miedo a morir, sin pensar que millones de personas morían en los hospitales colapsados en todo el mundo: privando a los familiares de enterrar a sus seres queridos en el cementerio y hacer los ritos de duelo que existen para acompañar a los que ya no están, pero más aún para acompañar a los que se quedan: como dice Antoine de Sant-Exupery en su libro El Principito: “Los ritos son necesarios”.
Así como nadie estaba preparado para una pandemia que causó 15 millones de muertes, nadie está preparado para morir: se conocen casos de personas que se obsesionan tanto con el tema que planifican su funeral: qué tipo de flores van a ir al lado del féretro, la ropa con que serán vestidos, el tipo de café, galleta, vino y comida que se va a dar en el velorio y los familiares que podrán hablar en la iglesia antes de ir al cementerio. Toda esta planificación es sinónimo de que la persona que está planificando su funeral no está preparada para morir. Nadie quiere morir, e ignoramos el cuándo y el cómo y hay muchos que no piensan en ello; es la reacción más natural y legítima. Pero ¿qué pasa cuando ignoramos por completo la muerte? El hombre que ignora por completo la muerte tiene un problema también. Pensando que tendrá tiempo para todo: de renunciar a proyectos diciendo que el año que entra, conversaciones y palabras sin pronunciar pensando que hay tiempo para más tarde, no completar un libro o una película, una partitura o un cuadro dejándolo para después. Pensamos que estar vivo es normal y nos dará tiempo para todo; como dice Octavio Paz en unos de sus tantos poemas: “El olvidado asombro de estar vivos». La vida es un lujo en países donde la muerte y la barbarie son monedas corrientes y es moneda corriente ver vidas deliberadamente mal gastadas en países donde no pasa nada. No se sabe qué hay después de la muerte y si hay algo, todavía no se ha revelado; lo que sí estamos seguros es de que la vida pertenece a los vivos.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional