El hambre del oro ha generado el hambre de la nación. La voracidad por el enriquecimiento voluminoso, fácil y grotesco ha llevado a la implantación de un sistema autoritario y corrompido que ha producido el más descomunal saqueo conocido en un estado del hemisferio occidental, y como su derivado, una hambruna colectiva.
La sociedad venezolana y la opinión pública fueron duramente impactadas por las imágenes de una dama, vinculada a los esquemas de corrupción recientemente evidenciados por los conflictos del gobierno madurista, que exhibía con orgullo unas cajas con lingotes de oro.
El oro ha sido una obsesión de riqueza que nos ha perseguido desde los tiempos del descubrimiento y la conquista. El mito de El Dorado lo hemos tenido presente a lo largo de toda nuestra historia. La camarilla roja, destructora de nuestra Venezuela, no podía estar ajena a ese afán crematístico. El extraccionismo a cualquier precio ha sido una política decida de Maduro y sus colaboradores.
La destrucción de nuestra industria petrolera aceleró la voracidad por sacar oro de nuestro escudo guayanés sin importar para nada las consecuencias ambientales, humanas, económicas y sociológicas de tamaña ambición.
Sacar ese oro, satisfacer el apetito de dinero y poder de la cúpula roja, atesorarlo y acariciarlo ha pesado mucho más que la opinión de la nación y el mundo exigiendo respeto por la biodiversidad, el agua, el oxígeno, el clima y demás elementos de la vida que se están afectando de forma directa y calamitosa.
Son miles y miles de hectáreas destruidas en el corazón de la Amazonia venezolana. Esa devastación no puede ser apreciada por la censura existente y por la imposibilidad de acceder a los campamentos mineros que los agentes del régimen tienen instalados en el sur de Venezuela. Allí impera la ley de la selva. El estado ha sido sustituido por las bandas criminales que controlan las minas.
Lo más triste es, además de la destrucción de la naturaleza, el robo descarado de aquella riqueza. A la hacienda pública nacional no ha ingresado la mayor parte de ese oro o los recursos financieros derivados de su venta.
Es un mineral precioso que sale a otros países en manos de los cabecillas de esas mafias. Si esa riqueza extraída a tan elevado costo ambiental y humano le sumamos su apropiación, y además, la del petróleo, podemos entender el hambre de nuestros compatriotas.
Mientras millones de ellos padecen por los salarios miserables que Maduro paga y con los cuales no pueden comer, los integrantes de la camarilla roja, como acaba de evidenciarse con el caso de Pdvsa, viven en la más grosera opulencia.
La red de personajes que han saqueado nuestras riquezas exhiben sin rubor sus lujosos aposentos en Dubai, Europa, Estados Unidos y otros países. Esa hambre por el oro nos ha traído esta otra hambre, la de millones de compatriotas. Las consecuencias se están evidenciando de forma progresiva. No solo es la legión de personas buscando qué comer, hasta en los recipientes de la basura, sino el volumen de enfermedades que están apareciendo como resultado de tamaña anomalía. A todos nos conmovió la información de un niño fallecido por ingerir alimentos en un depósito de basura en Caicara de Maturín el pasado viernes 7 de abril de 2023 (https://diariolavoz.net/2023/04/12/muere-nino-tras-comer-de-la-basura-en-caicara-de-maturin/). Por supuesto que para el régimen este drama no es importante. Su única preocupación es su permanencia en el poder. La prioridad de su cotidiano quehacer es el poder. Para nada la persona humana importa.
Es hora de parar la destrucción de nuestra naturaleza, de poner orden en nuestras finanzas, recuperar nuestra economía y atender el hambre de nuestros compatriotas.