«No es la pobreza virtud, sino el amor a la pobreza”.
Fray Luis de León
Quizás en esa frase lacónica del ilustre escritor español esté la solución al problema de la pobreza en el mundo, problema que cada día se agudiza, pues, si siempre hubo pobres, no en todas las épocas de la historia hubo conciencia de que la pobreza en sí, la miseria y la carencia extrema eran un mal, y por consiguiente, había que combatirlas.
En Venezuela ocurre un fenómeno muy curioso que impide –a todas luces– aplicar el aserto del Fray para resolver las calamidades que en el sentido descrito padecemos. Al desgobierno pareciera gustarle que haya pobres, ello como sustento de su fatídico plan de mando. Criminal y terrorista es la barbarie roja que destruyendo al país, condena a su pueblo a peregrinar de cola en cola por alimentos y medicinas.
Eso es el chavismo, esa cosa de nuevo cuño que ha pretendido eternizarse en el poder; la compra y venta de sueños y conciencias; vulgar aprovechamiento del pobre, manipulación de sus miserias; grotesca igualación hacia abajo, como lo sugirió sin desparpajo alguno el inefable Héctor Rodríguez, cuando afirmó: “No los vamos a sacar de la pobreza para que se vuelvan escuálidos”. (sic)
La peste que nos desgobierna sigue en su afán de perpetuarse en Miraflores, sin permitir la alternancia democrática, de modo que no les resulta conveniente resolver la grave crisis que sufrimos. Ellos representan al chavismo, esa otra metáfora de la pobreza, dentro del macabro proyecto de aquel milico golpista y delirante que encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano.
Hoy vemos con tristeza cómo un miserable sigue convenciendo a un pueblo noble e inerme, escaso de talento para advertir la verdad. Ya pasará esa nube negra coloreada de un rojo alarmante
Reducidos a bolsas y cajas; país enfermo, angustiado y desnutrido. Incluso, se roban entre sí, sin miramientos ni reparo alguno. Por eso digo, CLAPtomanía entre otros vicios que signan al chavismo. Eso sí, ni las bolsas CLAP ni en el Cuartel de la Montaña hay nada sembrado. No hay.
Una vergüenza resulta la existencia de “Centro de llenado o empaquetado de CLAP“. Nada de siembra, cosecha, producción ni nada de parecida naturaleza. ¡Cínicos! Y para más INRI, ha dicho algún rojo funcionario: “El CLAP llegó para quedarse“. O sea, no hay voluntad de abrir ni de facilitar la producción nacional, la libre competencia y mercado. ¡Qué desgracia!
“Que si los productos son malos, la bolsa llega tarde o no llega; el arroz picado, la harina lleva cal, el carnet, la lista, la cola …“. ¿Hasta cuándo? La mayoría de los venezolanos anhela se acabe la manipulación.
Esa cosa que nos desgobierna hiede a resentimiento y venganza; a timo y corrupción; a ineptitud, torpeza e improvisación. Tufo detestable.
Siendo el chavismo la encarnación de todos los defectos morales del venezolano, sus operadores no escatiman esfuerzos en enaltecerlos e intentar convencer a sus seguidores de que eso es bueno. El régimen que manda desconoce –eso parece- el valor del trabajo, lo que nos permite el pan, y alcanzar otros propósitos de bienestar personal y familiar.
Promueven la pobreza, mientras ellos exhiben grandes capitales, disfrutan de muchos gustos y prebendas, viviendo en los algodones de la comodidad que le brinda la impune libertad de poder robar el erario venezolano hasta la carroña. Hay que eliminar al chavismo, electoral y políticamente hablando.
A pesar de la hora de angustia, no conviene encerrarse en una esclerocardia malsana ante las injusticias diarias; ver las desigualdades sociales y no tratar de corregirlas, por miedo o indiferencia radical, es también omisión perjudicial que puede ser tan grave como la comisión de un hecho.
Contra la abulia parroquial que nos acogota, contra la tranquilidad de la indiferencia de muchos, el país bien vale la pena. Evitemos que la sufrida Venezuela caiga víctima de la desmoralización, lo que es un riesgo que hay que conjurar en lo inmediato.
Un pueblo que no tiene hambre sonríe, y es feliz. El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Sufrir es malo en sí mismo y punto.
Insisto, en Macondo llovió cuatro años, once meses y dos días. ¿Por qué no habría de escampar aquí después de un torrencial aguacero de calamidades de casi 25 largos y tortuosos años años?