En julio de 2019 en la ciudad de Amiens al norte de Francia, es descubierta por un grupo de arqueólogos La Venus de Renencourt, este hallazgo es una nueva y grandiosa contribución a la ciencia y al arte. Las llamadas Venus del Paleolítico (Venus de Brassempouy, Venus de Willendorf, Venus de Lespugue, etc.) son de las primeras representaciones de la mujer y cuya antigüedad data en algunos casos de más 25.000 años a.C., estas singulares piezas, ocultas entre las capas estratificadas de la tierra nos revelan un secreto enigma que durmió durante miles de años en los suelos. La feminidad representada en las estatuillas bien pudiera ser una alegoría a La madre Tierra, quizá alguna deidad ligada a la fertilidad o la idílica visión de la mujer en la prehistoria, en todo caso, queda para nosotros este testimonio artístico o religioso sobre la importancia en la estructura sociocultural que tenía la mujer y la admiración e interés que desde tan remotos tiempos existe por la hembra de nuestra especie.
A fines del siglo pasado y la proximidad del nuevo milenio sacudía a todos los estamentos, la humanidad corría frenética mirando hacía adelante buscando fijar su rumbo, los retos para el siglo XXI eran el paradigma, desde la sociedad se invitaba constantemente a la revisión de lo establecido, lo femenino y masculino fueron sometidos a un exhaustivo escrutinio de sus géneros. En 1995 se produce un auténtico descubrimiento, desde las salas de cine se reescribiría un nuevo tratado sobre la relación entre mujeres y hombres; con una exploración a un universo de feminidad y liberación, Pedro Almodóvar nos daba La flor de mi secreto, título que a 25 de años de su estreno puede evaluarse como un sentida excavación a nuestras fibras sociales, reflexión que nos grita cual prehistórica Venus abriéndose paso a la posteridad.
Almodóvar con este filme retomaba la senda por la que había sido aclamado mundialmente. Pocos artistas, usando la fuerza telúrica con la que amaba, sufría, se extraviaba y renacía la mujer, podían esculpir de esa forma una obra cinematográfica. En La flor de mi secreto nos aproximamos a Leocadia (Leo), escritora que con el seudónimo, Amanda Gris, logra ser una prestigiosa e incógnita autora de novelas rosa, a la cual Leo sepulta como su más grande secreto. Esta madura y atractiva dama, interpretada magistralmente por Marisa Paredes se aferraba a la esperanza de recuperar a su amado esposo Paco, coronel español destacado en la guerra de Bosnia (Imano Arias), mientras intenta necesaria transformación en una una autora alejada de esas historias, que aunque exitosas estaban reñidas con su auténtica expresión, como bien lo dice la protagonista en una célebre frase: “No creo que la literatura sentimental se ocupe lo más mínimo de los sentimientos. No hay dolor, ni desgarro. Sólo rutina, complacencia y sensiblería…”. En este intrépido viaje, Leo confronta a los horrores del mundo frágil y filoso que enmarcaba su vida; incesantemente “acechada frente a la locura” ella comprende que el ejercicio de sentir la condenaba irremediablemente a la dependencia emocional, hipotecando el destino y otorgando al otro la definición de su existir.
En el filme confluyen personajes arquetípicos tan presentes en las obras de este autor, quienes aportan crudeza a la historia, cada quien tiene un rol que sirve como eslabón flotante en ese cruce a nado entre dos distantes orillas que separan a nuestra protagonista. Ángel, editor del diario El País (Juan Echanove), nos muestra un varón acoplado y consciente, quien despejado de los obstáculos y patrones que se les impone al macho, se vincula estrechamente con su parte femenina, logrando un retrato consistente de masculinidad interna y vigorosa; este personaje se expande más allá de la corporalidad hasta rozar el corazón de Leo, a quien estrecha, cobija y estimula. La relación entre Leo y Ángel se podría considerar uno de los aportes sustanciales de esta obra, este caballero sin el rigor de la armadura, no tiene reparos en mostrar sus sentimientos, los cuales van sedimentando el alma de ella hasta ser una nueva capa, firme y fecunda donde Leo Macías podrá sanar para echar raíces.
Esta cinta contó con memorables actuaciones de soporte, Chus Lampreave, Rossy de Palma, Carmen Elías, además de las glorias del flamenco Manuela Vargas y Joaquín Cortés, enriquecidas por la hermosa creación de Affonso Beato en la dirección de fotografía, la envolvente dirección de arte y decorados de Wolfgang Burmann y Miguel López Pelegrín, el acertadísimo vestuario de Hugo Mezcua, la solvente edición de José Salcedo y una entrañable música a cargo de Alberto Iglesias que daba así inicio a una fructífera colaboración con el realizador español. La importancia de esta película radica en ese viaje en espiral, por el que nos conduce su director con una fuerza centrípeta que nos va adentrando en las capas intimas de la feminidad. A medida que nos acercamos a su núcleo se nos revela no solo a Leo, sino a las millones de mujeres que a través de los siglos buscaron una emancipación de sus sentimientos siendo protagonistas de sus emociones. Con un emotivo recorrido a una mujer, plasmada de manera vibrante y accidentada, pero indetenible, este artista rinde tributo a ellas y a su fundamental rol en la creación. Este filme nos congrega, acercando a las personas en una comunión de la que somos gestantes; nos hacemos tierra para ser uno solo, hombres y mujeres jugamos ocultándonos, hundiéndonos en las entrañas del tiempo, aguardando que sea revelada la flor de nuestro secreto.
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