OPINIÓN

El guayacán de Francisco Tamayo tiene nombre propio

por Sergio Foghin Sergio Foghin

Guayacanes a un costado de la iglesia de Santa Ana del Norte, isla de Margarita, estado Nueva Esparta, Venezuela / Fotografía: Simón José Díaz, febrero 2024

En memoria de Efraín Moreno (1947-2024)

El 14 de febrero de 1985 falleció en Caracas el insigne naturalista Francisco Tamayo Yépez. El sabio Tamayo. El profesor Tamayo. Como lo registran sus biógrafos [1], había nacido el 4 de octubre de 1902, en una hacienda cercana a la ciudad larense de El Tocuyo. Entre su obra conservacionista, destaca el exitoso proyecto iniciado en 1947, por el cual se logró la recuperación de la cobertura vegetal del abra de Tacagua, en la vía que une a Caracas con el Litoral Central, degradada por el continuo sobrepastoreo de caprinos. En lo tocante a su interés por la investigación ecológica, la fundación de la Estación Biológica de los Llanos, en Calabozo, a comienzos de la década de 1960, constituye uno de sus logros más importantes. Como divulgador ambiental, entre otros medios impresos, Tamayo fue columnista del diario El Nacional, desde 1962 hasta 1985 y sus escritos han sido recopilados en varias publicaciones [2].

Francisco Tamayo sentía predilección por las plantas de austera ecología; así lo comprueban algunos de sus más conocidos ensayos, tales como “La lección de la verdolaga” y “La lección del cardón”, o las encomiosas líneas que dedicara al cují yaque –Prosopis juliflora-, en el artículo titulado “Sabiduría de las campesinas” (El Nacional, 1º de febrero de 1984): “Este cují es una bendición desde su follaje, inclusive flores y frutos, ramas y tronco, hasta las más ínfimas raíces. En esos eriales donde crece el árbol de prosopis, lo que la naturaleza les negó en agua, se los compensó en cují”.

Sin embargo, por lo que se ha podido indagar, resulta que el profesor Tamayo no escribió nota alguna dedicada en particular al guayacán, también denominado palo sano y palo santo, la especie Guaiacum officinale de los botánicos, perteneciente a la familia de las Zigofiláceas, designado en 1952 como el árbol emblemático del estado Nueva Esparta, del cual afirma Jesús Hoyos que “se desarrolla bien en los suelos pobres, donde se caracteriza por su resistencia a la sequía”. Agrega el botánico lasallista que son árboles “de raíces profundas, crecimiento lento y larga duración” [3]. Así lo había señalado también Henri Pittier, maestro de Francisco Tamayo: “Es árbol de los lugares áridos de la tierra caliente, en cuyos montes xerófilos se hace descubrir a lo lejos (…) por el color oscuro de su follaje” [4].

Tierras calientes y secas, pues, constituyen el hábitat del guayacán. No obstante, observaciones de campo en diferentes comarcas venezolanas de climas áridos y semiáridos, han permitido comprobar que la presencia del guayacán no es general ni extendida, como ocurre con cujisales y cardonales, con las relativas excepciones de las áreas secas de los estados Nueva Esparta, Sucre y Anzoátegui. Los registros toponímicos parecen confirmar estas observaciones, puesto que en la cartografía neoespartana el topónimo Guayacán, o derivados, como Guayacancito, se presenta siete veces, seguido de los estados Sucre, con dos casos y Anzoátegui con uno solo [5]. Por otra parte, en las mismas fuentes el topónimo Palo Sano aparece dos veces en Anzoátegui y Guárico, y una en Sucre, pero hay que advertir que con este nombre vernáculo se designa igualmente a la especie Bulnesia arborea, una Zigofilácea como el guayacán, también conocida popularmente como vera.

En la región noroccidental, el estado Falcón registra dos veces el topónimo en cuestión, uno de ellos en la Península de Paraguaná, donde figura como El Guayacanal, denominación que sugiere una conspicua presencia de la especie, al menos en tiempos pasados, puesto que en el presente no se ha podido observar tal abundancia. Esto último podría deberse a la casi extinción de las poblaciones locales de guayacanes, debido a la intensa explotación de la que fueron objeto desde la época colonial, para exportar su fuerte y duradera madera, del mismo modo que su corteza, entonces muy valorada como supuesto remedio contra la sífilis. Ya para la segunda década del siglo XX, Pittier anotó que se trataba de una de las maderas de mayor demanda, escasa en las cercanías de los puertos de embarque [4, p. 272]. Igualmente, llama la atención el hecho de que, en Lara y Zulia, entidades con extensas regiones áridas y semiáridas, el topónimo Guayacán no aparezca registrado en la cartografía regional.

Con todo, en la isla de Margarita los guayacanes son aún abundantes, localizados estos árboles a lo largo de calles y avenidas, en plazas y jardines, frecuentemente alineados y muchas veces con escasa separación entre los ejemplares, lo que indica una evidente práctica de plantación y no la simple reproducción natural por la dispersión de las semillas. Si esta situación deriva de la declaración de la especie como árbol emblemático del estado Nueva Esparta, es asunto que sería interesante investigar en el contexto de la historia local.

El caso es que la fortaleza y resistencia del guayacán se identifican plenamente con el recio carácter neoespartano, probado, entre otras gestas, en la célebre batalla de Matasiete, cuando el 31 de julio de 1817 las tropas del coronel Francisco Estaban Gómez derrotaron a los batallones del general realista Pablo Morillo, hecho bélico que se desarrolló en las cercanías de las poblaciones margariteñas de La Asunción y de Santa Ana de El Norte, o El Norte, de donde era nativo el oficial patriota. Adyacente a la plaza de este pueblo, dedicada al héroe de Matasiete, se encuentra el templo en el que, en 1816, Simón Bolívar fue aclamado como Libertador y reconocido como jefe supremo de la República.

El abuelo Bernardino Díaz –Ño Berna-, de vieja raigambre norteña, fue sacristán en esta iglesia por más de 50 años y vio crecer los guayacanes que aún sombrean la plaza y los costados del templo de Santa Ana del Norte. Procede de uno de aquellos árboles la semilla del guayacán que desde el 14 de febrero de 2001 acompaña al busto de don Francisco Tamayo, en el centro del pequeño jardín botánico del Instituto Pedagógico de Caracas. El 14 de febrero se celebra también el Día del Amor y de la Amistad y, en afectuoso recuerdo de otro margariteño de pura cepa, como el viejo sacristán de la iglesia de Santa Ana del Norte, el Guaiacum officinale del profesor Tamayo recibió el nombre propio de Perucho. Desde entonces, el profesor Efraín Moreno –“Monseñor”-, discípulo de don Francisco Tamayo, tuvo muy a mano una especie de la interesante familia de las Zigofiláceas, para sus clases de Botánica Sistemática. En alguna medida, su obra investigativa y docente fue continuación de la de Tamayo, como la de don Francisco lo fuera de la de Pittier.

“La huella, la huella es lo esencial” había escrito el gran maestro tocuyano, porque “es constancia del hecho. Del hecho de ser, de haber sido. Es constancia de haber estado, de haber pasado, de haber visto, sentido, reaccionado” [6]. Acorde con la cosmovisión espinosista, asumida por el propio Francisco Tamayo, esa es la única inmortalidad posible para el ser humano.

Busto de don Francisco Tamayo en el jardín del Instituto Pedagógico de Caracas / Escultor: Germán Moreno, 1994. Fotografía: Cristian Sánchez, marzo de 2021

El guayacán Perucho, plantado el 14 de febrero de 2001, frente al busto del profesor Francisco Tamayo, en el jardín del Instituto Pedagógico de Caracas. En plena temporada seca, el guayacán mantiene el verdor de sus hojas / Fotografía: Cristian Sánchez, marzo de 2023


[1] La publicación más completa sobre la vida y obra de Francisco Tamayo, disponible en Internet, es la tesis doctoral del profesor Omar Hurtado Rayugsen, Francisco Tamayo. Estudio de su vida y aproximación a la vigencia de su obra (UCAB, 2002).

[2] Entre otras:

Tamayo, Francisco. (1987). El color de la tierra. Vivencias y reflexiones. Caracas: Ediciones del Congreso de la República.

Tamayo, Francisco. (2000). El Tocuyo de 1918 y otros ensayos. Caracas: UPEL.

[3] Hoyos, Jesús. (1985). Flora emblemática de Venezuela. Caracas: Armitano.

[4] Pittier, Henri. (1978). Manual de las plantas usuales de Venezuela. Caracas: Fundación Eugenio Mendoza.

[5] Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables. (1978). Gacetilla de Nombres Geográficos. Caracas: Dirección de Cartografía Nacional. Oficina Central de Estadística e Informática. (1987). Nomenclador de Centros Poblados. Total nacional. Caracas: OCEI.

[6] Tamayo, Francisco. (2000). La Chaya y Abigail. En: El Tocuyo de 1918, p. 53. Caracas: UPEL.

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