La selva del Darién, ese impenetrable y agreste territorio que separa a Colombia de Panamá, se ha convertido en el escenario de la tragedia dolorosa que desgarra el alma de Venezuela.
Entre quienes cruzan esta inhóspita región, destacan los migrantes de nuestra tierra. 65% de los individuos que desafiaron al llamado “tapón” en el año 2023 eran venezolanos. Estamos hablando de más de 328.000 personas, una cifra que, lejos de menguar, sigue en aumento.
Detrás de estas estadísticas secas y números increíbles se esconden relatos desgarradores, heroicos y una lucha humana incansable por la supervivencia. Estas personas, obligadas a abandonar sus hogares por una crisis que los empuja a buscar un futuro mejor, enfrentan en este trayecto una prueba de fuego, que puede costar literalmente la vida.
Hablamos de una odisea plagada de peligros. El terreno inhóspito, la presencia de animales salvajes y las inclemencias del clima son solo algunos de los desafíos a los que se enfrentan.
Pero más allá de los elementos naturales adversos, lo que alarma es la vulnerabilidad extrema de estas personas, expuestas a abusos, explotación y violencia por parte de traficantes y grupos criminales que se aprovechan de su situación desesperada.
¿Por qué son tantos los venezolanos que se exponen a esta aventura extrema, que incluso ya ha costado la vida a muchos? El país, arrinconado por una profunda y prolongada crisis económica, empuja a sus hijos a buscar refugio y oportunidades en tierras extranjeras. Sin embargo, esa travesía hacia una vida mejor se ha convertido en una odisea marcada por la vulnerabilidad.
La incertidumbre se ha vuelto insostenible para los hogares, empujando a muchos a partir, en busca de estabilidad. A esto se suma la adversa situación sanitaria, el desempleo en aumento, la dificultad para acceder a necesidades básicas como alimentos, vivienda digna o seguridad financiera.
Muchos incluso emprenden la arriesgada travesía con niños, algo que para algunos es criticable por los riesgos que ya se conocen; pero que otros entienden desde el punto de vista de la urgencia que sienten los padres por encontrar alternativas de futuro dignas para sus hijos.
Por si todo esto fuera poco, la inestabilidad política y económica en algunos países receptores ha generado tensiones, exacerbando la xenofobia y la discriminación contra quienes buscan reconstruir sus vidas lejos de su tierra natal.
Adicionalmente, se conoce de tragedias extremas, como las de las jóvenes compatriotas que fueron asesinadas en Pittsburgh y Chicago a finales de 2023. Dos muchachas trabajadoras que encontraron un destino fatal lejos de su tierra y sus familias.
Esto apunta a otra tragedia que se ensaña contra la migración venezolana: la de los feminicidios. La mujer sola en condición de migrante es particularmente vulnerable.
Es evidente que la situación actual no puede perdurar, y la urgencia de un nuevo enfoque económico se vuelve cada vez más acuciante. Entre otras razones, porque esta sería la única manera de detener la ola migratoria e incluso de invitar a regresar a muchos de quienes se han ido.
Es crucial reconocer que el camino hacia la estabilidad y el desarrollo no radica en políticas a corto plazo, sino en la implementación de un modelo económico sólido y fundamentado en principios de largo alcance.
Es imperativo que el nuevo modelo otorgue un espacio predominante a la libertad económica. La iniciativa particular y la libre competencia son motores que impulsan el crecimiento y generan oportunidades. Un robusto sector privado no solo fomenta la innovación y la eficiencia, sino que también crea empleo y diversifica la economía.
Sin embargo, la libertad económica por sí sola no es suficiente. La prioridad debe ser la educación. Una población educada y capacitada es el cimiento sobre el cual se construye cualquier modelo económico exitoso.
Invertir en la educación garantiza capital humano calificado, ciudadanos informados y capaces de contribuir al desarrollo. Una educación de calidad es la llave que abre las puertas hacia la productividad y la prosperidad colectiva.
El camino hacia esta transformación requiere de un compromiso sólido por parte de todos los sectores de la sociedad: desde el gobierno y el sector privado hasta la ciudadanía en general.
Además, será crucial dejar de lado los vaivenes políticos y las decisiones improvisadas que han caracterizado el panorama económico en años recientes.
Venezuela posee el potencial y los recursos para reinventarse. El cambio del modelo económico es un paso fundamental, pero la transformación hacia un modelo perdurable y sostenible requerirá de un consenso nacional. Solo así se podrá dejar al Darién en el pasado. La referencia de un doloroso pasado que no debe repetirse.
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