Desde hace algún tiempo, el ciudadano venezolano le viene hablando muy fuerte y claro a su clase política. Lo que el pueblo le dice a sus dirigentes y a sus partidos políticos es muy simple. Es un reclamo por los errores cometidos en su representación. Esa es una forma políticamente correcta de decir: o corrigen su errático accionar o no cuenten más con nuestro apoyo.
Ese mensaje lo han transmitido de diferentes modos y en ocasiones muy contundentes. Ha sido consistente, constante y la intensidad de su fuerza se incrementa con el paso de los días. El mensaje más contundente de todos los que han enviado ha sido el desánimo y la abstención en los procesos electorales por lo desatinado de la conducción de esos liderazgos.
De nuevo el país le sigue repitiendo el mensaje a ese grupo. En una encuesta reciente (Mayo 2022) de la empresa Datincorp, 62% de los encuestados manifestó que no siente ninguna confianza en los políticos venezolanos; y 63% indicó que el próximo presidente no puede ser alguien perteneciente al chavismo o a la oposición. Al mencionarle una serie de posibles candidatos a la presidencia en 2024, el 40% dijo que ninguna de esas personas debería ser el próximo presidente de Venezuela. Sobre la gestión de los diputados la reacción ha sido la misma: 48% piensa que ninguno ha tenido un desempeño adecuado. Otro 48% no se siente identificado con ningún partido político. Y más de 60% dice no conocer a organizaciones de reciente aparición.
Es un mensaje muy claro y directo. Es la expresión del hastío que siente nuestro país. Una señal clara de que Venezuela está reclamando un nuevo marco de referencia para la participación política. Esas estadísticas no son una novedad, porque se han venido repitiendo desde hace ya algunos años. Lo que realmente sorprende —y confieso que no dejo de preguntarme por qué—, es que los destinatarios de ese mensaje, los políticos a quienes el país se dirige, continúen desoyendo y menospreciando el grito desesperado de nuestro pueblo. ¿Es tal su soberbia que prefieren persistir en su torpe empeño a sabiendas de que jamás lograrán el apoyo ciudadano? ¿Está tan deformado su ego que no pueden aceptar que el país necesita de una nueva clase política? ¿Qué debe suceder para que recapaciten y empiecen a corregir el rumbo? ¿O será tanta la arrogancia como para considerar que el venezolano es un pueblo ignorante? ¿Hay tanta desconexión con la realidad para ignorar un reclamo tan directo y contundente?
La respuesta a esas preguntas no provendrá jamás de quienes aún no conocen al pueblo venezolano. No es allí donde están esas respuestas porque hay demasiada mezquindad en esos grupos como para detenerse a pensar en las necesidades del país y del pueblo venezolano. Porque hay muchos de ellos solo les motivan sus propios intereses, y esa no es la clase política que Venezuela necesita. La respuesta, entonces, provendrá de donde históricamente siempre han surgido cuando las sociedades llegan a estos extremos de ruptura entre la dirigencia y el pueblo: será un movimiento renovador e independiente el que le dé respuestas a las demandas históricas y sociales que hoy tiene Venezuela. Serán las comunidades, el liderazgo comunitario, la organización cívica la que resuelva la crisis. Y lo hará de forma tan contundente que escribirá un capítulo dorado en nuestra historia.
El pueblo ha hablado. Ha dejado de apoyar esa clase de candidatos. Ha rechazado sus partidos políticos (ni siquiera los conocen). Ha hablado en las encuestas y ya está dando muestras de que han comprendido que deben ser ellos mismos, en colectivo, los que deben organizarse para resolver lo que partidos políticos y dirigentes han sido incompetentes en dar una solución.
Ese es el momento que avizoramos. Ya la mayoría de la población ha escuchado ese grito con toda claridad. ¿Y porque los líderes no lo escuchan? o ¿será que no son tales esos liderazgos?
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