El Congreso estadounidense, como todos sabíamos y esperábamos, votó el juicio político a Trump. Lo acusó de abuso de poder y obstrucción al Congreso. Votaron a favor 230 demócratas y 197 (195 republicanos y 2 demócratas) en contra por el cargo de abuso de poder y por el de obstrucción un demócrata más desertó: fue 229 a 198.
Ahora el gran show continúa en el Senado, que es el que decide. Se sabe ya que el juicio no caminará; se necesitan dos tercios de votos en un cuerpo en el que los republicanos tienen mayoría. Y estos ya anunciaron que no votarán el juicio.
Y entonces, “la commedia e finita”.
Se trata de todo un show con fines electorales. Nancy Pelosi al frente de los demócratas ha procurado desgastar la imagen de Trump. Lo quiso hacer con lo de “la trama rusa” y no le prosperó y después arremetió con el tema de Ucrania. Los demócratas no tenían otras alternativas y a Pelosi le vino bárbaro, ya sea para su eventual candidatura o para conseguir un lugarcito en la historia.
A Trump se le acusa de haber presionado al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, para que le “metiera diente” a una investigación de las actividades de Hunter Biden, alto jerarca de una empresa gasística ucraniana. Hunter es hijo del ex vicepresidente y precandidato demócrata Joe Biden.
“Estamos aquí para defender la democracia del pueblo”, exageró Pelosi.
¿Por qué un presidente de Estados Unidos presiona a un presidente de otro país? Eso es lo que ha pasado casi siempre. Hasta invasiones. Muy pocos presidentes de Estados Unidos se habrían salvado del juicio.
El pobre Zelenski quedó en el medio, casi como un pusilánime que recibe o cede ante presiones de Estados Unidos. Parece que poco le importó a Pelosi y la prensa estadounidense el buen nombre de ese señor.
Mientras tanto nos quedamos sin saber lo de Hunter, cómo le fue, qué hizo en Ucrania, si estuvo bien o mal. Tampoco se sabe si su papá cuando era vicepresidente habló o presionó al presidente de Ucrania por el empleo de su hijo.
Visto de afuera son temas cantados para investigar, el Congreso o la prensa.
Lo que pasa es que, repetimos, esto se enmarca en el show electoral.
Hasta ahora parecería que el recurso no le salió bien a los demócratas. Desde septiembre el índice de aprobación de Trump ha mejorado en 6 puntos y se ubica en 45%. No está tan mal.
Los demócratas deberían buscar algunos otros caminos para ganarle a Trump. Pero se han empecinado en echarlo, confiando en que casi todo el mundo lo odia. Quizás no sea para tanto.
Sin abrir juicio sobre sus actitudes y sus respectivas gestiones es un hecho que tanto Trump como Bolsonaro resultan ideales para un “blanqueo”: en todas partes conservadores, derechistas reconocidos, malos patrones, empresarios “favorecidos” y algunos intelectuales retorcidos hacen gárgaras contra los dos presidentes para resaltar sus convicciones democráticas.
Trump es un enemigo de la libertad de prensa y para mí con eso me basta. No tengo que escarbar más.
Ha utilizado a los medios a gusto y ganas y así llegó a presidente. Pero él desprecia y odia a la prensa y los periodistas. La prensa a su vez desprecia y odia a Trump, pero sabe que fue usada y ahora hace mucha fuerza para echarlo.
No sería un mal esfuerzo si se lleva a cabo sin perder la línea. Los medios en Estados Unidos en su mayoría parecen enceguecidos. Muy parcializados y eso les quita credibilidad.
Desde el atentado a las torres gemelas los medios de Estados Unidos, que en mucho eran ejemplo, han cambiado y no para bien. La obligación de ser patriota les hizo virar un poco el timón. Luego vino Obama, que atacó y sancionó como nadie a funcionarios que eran fuentes de información y tras él apareció este fenómeno de Trump que también la ha descolocado.
El hecho es que por ahora Trump les va ganando y no creo que ello sea por muchos méritos propios.