Joaquín Javaloys, economista, escritor e historiador español, nacido en la ciudad mediterránea de Murcia, publica el libro titulado El gran secreto de las monarquías europeas: sus raíces judías (Kálathos ediciones, 2022) un texto en sí que se asemeja a una oveja sagrada que se ha oído de su existencia pero que se mantiene en cierto silencio con el paso del tiempo, un tema tabú en la sociedad. El autor en sus casi 300 páginas busca, concienzudamente, esbozar a esa oveja, deslanándola, a través de una investigación documental que trata sobre la unión originaria entre, por un lado, los príncipes cristianos y, por el otro, miembros de la realeza seguidores de la estrella de David, enlazando así a la comunidad judía y las monarquías nacientes europeas.
La vena investigadora del autor une los vértices entre el pueblo judío, la realeza y el cristianismo para desembocar en el embudo del ejercicio del poder movido a través de los hilos de la diplomacia, dicha teoría vio la luz inicialmente en 1999 tras publicar un artículo titulado “Los reyes europeos descendientes de la Casa de David”. Pues, si bien el reinado de David fue el segundo en la historia del pueblo judío -posterior al del Rey Saúl- el Rey David se transformó en el ícono de la época de los reyes para todas las generaciones judías, a tal punto que la tradición judía determinó que el Mesías provendría de la dinastía de David (Jeremías 33:15; Ezequiel 37:25). Así las cosas, en Sobre el gran secreto de las monarquías europeas: sus raíces judías, Javaloys arma finamente la trama de su hipótesis acerca de la realeza en el antiguo reino de Israel y en los dadívicos exilarcas de Babilonia, para después dedicarse a Jesús de Nazaret; la alianza (para repartirse el poder) entre el Califa de Bagdad y los reyes francos Pepín el Breve y Carlomagno, a este último le dedica un capítulo como emperador cristiano de la realeza, habiendo de esta forma el historiador, en ese primer centenar de páginas, hilvanado entre uno y otro: los orígenes del judaísmo, la realeza y el cristianismo, para coserlos después en las doscientas páginas siguientes y unir sus costuras hasta llegar a Felipe II y El Escorial en donde afirma que «para comprender mejor lo que significa El Escorial hay que tener en cuenta que Felipe II, descendiente de la medieval estirpe Davídico-carolinguia, fue básicamente un rey católico y piadoso; pero, como advierte M. Fernández Álvarez, “…la devoción del Rey iba también dirigida hacia la dinastía, como si fuera algo sagrado puesto por la Divinidad en la tierra para el buen gobierno de los hombres y, por ende, de su salvación. Política y religión estarían estrechísimamente unidas en el ánimo regio. En esa política religiosa, en ese régimen teocrático, seguía vivo el modelo de la familia imperial”» (Pags. 282 y 283).
Puede vislumbrarse del estudio Javaloysz la participación de miembros de la sociedad judía; monarcas y eclesiásticos en los primeros compases de la diplomacia de las monarquías europeas que hoy día, en tiempos modernos, lo vemos común porque no se nos puede pasar inadvertido cómo el ejercicio del poder a través de los hilos de las relaciones exteriores -iniciado con formalidad en la época bajomedieval- el autor fundó sus cimientos en su propuesta actual. De lo dicho, el presente libro representa para la historiografía un aporte documentado para el conocimiento de la evolución de la diplomacia de las monarquías europeas.
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