OPINIÓN

El gran no

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

No hay que ser muy docto en dialéctica para saber que todo proceso de cambio comienza con una negatividad, con un no, que es el preámbulo de una nueva positividad. Toda abstención es un no. La abstención electoral es un no, la negación a asistir a un proceso electoral fétido y vicioso a más no poder. Sobre todo, porque suma a las acostumbradas trampas y mentiras del despotismo la mala fe de un grupo de hormigas políticas que, llamándose opositoras, solo mendigan mendrugos de poder.

Que 27 partidos, en un mundo en que la unidad no es la moneda más corriente, se hayan alineado para decir unánimemente no al deseo de ser humillados y tracaleados es una buena señal de salida, un estupendo no. En absoluto hay que creer las pistoladas de Henri Falcón de que estamos caminando en la nada y otras infelices metáforas similares, propias de expertos en trepar por las ramas del cercado ajeno. Esa no es la afirmación de nuestra voluntad de lucha, de no ponernos de rodillas, de no comulgar con ruedas de molino.

De todos modos, es tal el cúmulo de obstáculos que tiene que sortear el gobierno y su estrafalaria corte para llegar al 6 de diciembre, para empezar por el temible ascenso exponencial del coronavirus y nuestra indefensión ante él, que anuncian trágicos días más que festividades electorales. Por otra parte, la abulia política no es solo opositora, también gobiernera: ¿no recuerdan aquellos días en que Chávez movía multitudes, tenía billetes para ofrecer castillos y villas, para la más extendida corrupción, para amamantar Fideles y Evos, para hablar horas y más horas y fascinar a sus focas embelesadas, para soñarse líder mundial? Buenos tiempos, Nicolás. No es grato sentirse odiado por tantísimos, imagino.

Y supongamos que llegan a las urnas algunos votófilos, con todo y metro y medio de distanciamiento y el sicariato con tapabocas que tan bien les asientan a sus funciones, ganan porque no pueden sino ganar, les dan sus mendrugos a los segundones. Nada, tendrán el mismo poder que hoy, porque botas y charreteras y policías, parapolicías y malandros tienen por montón para prevalecer con creces los ilusos debates parlamentarios. Son una dictadura que, como tal, no sabe de poderes, ni de autonomía de poderes. Siempre gana por el dolo y el bulo la casa de los tahúres.

En estos días el presidente interino dijo que no bastaba negar las purulentas elecciones: «Hay que movilizar y ejercer la mayoría en un contexto complejo, una pandemia”. La frase es importante y coja. A continuación, señala, con razón, que no se pueden hacer concentraciones en pandemia; pero tampoco indica de qué manera es que hay que movilizarse, vacíos frecuentes y evitables en el discurso opositor, el “cómo”. Importante porque señala a continuación que la tarea primordial es la lucha contra la pandemia, la batalla por la vida de los venezolanos que tan poco parece importarle a los déspotas al mando. El hecho de que estemos a las puertas de una tragedia nacional de dimensiones imprevisibles por la ineptitud y sed de poder y riquezas de una banda sin escrúpulos. Todo lo que se haga por aminorarla es moralmente válido.

No obstante, y a pesar de nuestra inmovilidad, yo creo que todavía podemos al menos gritar contra el atropello. Continuar consolidando una opinión internacional, ya lo suficientemente asombrada de la desvergüenza de la dictadura con respecto a las elecciones, sus últimas fechorías claman al cielo: fractura de la Asamblea Nacional con uso de la fuerza, CNE hecho a la carta, robo de los partidos opositores, sus nombres y sus signos, violación alevosa de la Constitución en los casos del número de diputados y el voto indígena, etc.

Pero también creo que la sociedad civil en todos sus estratos, grandes y pequeños, sindicatos, gremios, asociaciones de todo color, colegios profesionales, religiones, universidades y academias deberían fijar posición contra el desafuero.

Y, por último, me imagino que debe estarse confeccionando una nueva estrategia para enfrentar las novedosas situaciones que impone la dictadura. Y que habrá que hacer del conocimiento de todos, más temprano que tarde.