OPINIÓN

El gran despeñadero

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

No vale la pena hacer un inventario de los atropellos a la dignidad nacional que el gobierno chavista, a la cabeza su ilegítimo TSJ, ha cometido en unos pocos días. Tan solo decir que son de tal magnitud y falta de decencia cívica y jurídica que marca uno de los grandes hitos de la tiranía. El haber nombrado de la manera más ilegal un CNE y, sobre todo, desbaratado los partidos mayores de oposición para entregárselos a unos traidores y corruptos —un negocio “entre ladrones”, dijo Henrique Capriles— sorprendió a muchos observadores atentos, incluso a los que esperaban lo peor. Y, probablemente, no ha terminado la función.

Pero quiero señalar que, si la oposición ha sido golpeada, el gobierno también. Y que esta pelea no tiene fin, el tiempo y la historia y sus avatares continúan sin cese, querámoslo o no. Por lo tanto, tenemos que prepararnos para seguir con la mayor intensidad la batalla por liberar el país del atroz destino al que pareciera condenado. Hacernos de proyectos para el futuro. Pero ante todo creo que hay que pensar realmente en el país, todo, en los daños que esta nueva fractura de su contextura esencial puede acarrear.

Porque sí hemos sido despojados una vez más y habrá más represión y se han robado otros derechos; hasta han fraguado una oposición domesticada y servil, de oportunistas sin careta, todo un lujo si a ver vamos. Y la Asamblea, muy probablemente; que al fin y al cabo no es mucha ganancia porque a la presente la habían castrado al nacer, y en un país sin el menor Estado de Derecho, como hemos vivido mucho tiempo, no tiene mayor valor legislar y controlar si la pandilla gobernante puede hacer lo que le venga en gana impunemente. El poder de las armas garantiza el terror y el atropello y la hegemonía mediática implanta la sociedad de la mentira y el descaro. Pero siempre el mal se horada a sí mismo, el gobierno se muestra de nuevo ante el mundo civilizado como de una insania poco común y ello lo aislará todavía más de lo ya establecido, como otro virus espantoso. En muy pocas horas ya ha recibido una redoblada condena planetaria por sus abusos. Y el hundimiento del país será cada día mayor, lo sentimos deshacerse más y más a cada instante. Un día cierto, la cólera del pueblo ante su desgracia y humillación sustituirá su pasividad y su angustioso silencio de hoy. A lo mejor los desafueros de esta hora lo precipitan.

No soy partidario de esas soluciones barrocas, fantasiosas diría, que seguramente de buena fe se han estado sugiriendo. Referendo por la libre o gobierno en el exilio, por ejemplo. Creo que la experiencia reciente nos ha demostrado la fragilidad de lo simbólico en determinados escenarios, por noble y valeroso que este sea. Deberíamos añorar lo terrenal y lo sólido, así sea más lento y fatigoso. Siempre suma. Quiero decir unidad, partidos que crecen, denuncias y protestas incesantes, mecanismos de defensa, política exterior audaz e independiente, conciencia clara de la fuente de todas nuestras penas y, por lo pronto, una combativa propuesta de justificada abstención.

Pero sobre todo no perder de vista que esta expresión de barbarie y descomposición, la definitiva escisión de la nación con ciega temeridad, sobre todo en vísperas de una arremetida de dimensiones imprevisibles del criminal virus planetario, frente al cual no tenemos sino ínfimas defensas, carencias y más carencias, resulta realmente criminal. Hemos insistido en la probabilidad de esa posibilidad caótica que pudiese producir un infierno – amasijo de enfermedad, hambre y violencia social de dimensiones incalculables. Y que, como ya se ha probado, las oportunidades para convocar la ayuda internacional, decisiva en estos momentos, va a sufrir un obvio descalabro por ese comportamiento que ha multiplicado las dificultades para alcanzar circunstanciales entendimientos, como se hizo recientemente. La banda gobernante no solo ha hecho, en grado sumo, lo que siempre ha hecho para conservar su ilegítimo poder, y con ello su peculio, sino que ha lanzado el país a una de las más delicadas circunstancias de su historia. En eso debemos pensar primero que todo.