José (Pepe) Suárez Núñez, periodista cubano radicado en Venezuela desde 1963, ese mismo año publicó un libro con este título para saldar sus cuentas con Fulgencio Batista, a quien admite que sirvió con lealtad incluso después de su derrocamiento, el 1º de enero de 1959, hasta los primeros meses de su azaroso exilio, empezando en Santo Domingo hasta recalar en Funchal, islas Madeira, Portugal.
Ya en el subtítulo de la obra introduce la interrogante de “¿Cómo 12 guerrilleros aniquilaron a 45.000 soldados?”, aclarando después que esto sería imposible sin los errores estratégicos y tácticos, la subestimación del adversario, desatinos solo explicables por la psicología de Batista, su soberbia, mezquindad, desidia y falta de voluntad para el combate, lo que llevó a la convicción de sus subalternos que “Batista no quiere capturar a Fidel Castro”.
La ambigüedad de Batista tiene un trasfondo histórico, ciertamente, había ganado las elecciones para su primer período, del 40 al 44, con la Coalición Socialista Democrática que contaba con el apoyo del Partido Socialista Popular, de Blas Roca. Tuvo acercamientos con la Unión Soviética y rechazó la propuesta de crear un cuerpo de inteligencia asesorado por la CIA, que no le hubiera costado un centavo, alegando razones de soberanía nacional.
Antes del golpe del 10 de marzo de 1952, siendo candidato del Partido Acción Unitaria, Batista recibía en su residencia campestre de Kuquine, en Arroyo Arenas, a los más disímiles personajes del espectro político, entre ellos Fidel Castro, para Pepe “un joven ortodoxo lleno de ambiciones”; pero Batista comentaría: “Tuve que decirle a (Rafael) Díaz Balart que no me llevara más a Fidel Castro a mi casa, porque es un pistolero”. A la sazón también su cuñado, esposo de su hermana Mirta Díaz Balart.
Irónicamente esta apreciación coincide con la de Rómulo Betancourt que, en las antípodas, declaró en una entrevista: “La llamada revolución cubana fue dirigida por un grupo de pistoleros, bandas de universitarios secuestradores. El señor Fidel Castro es el personaje al que describe Rómulo Gallegos como Justo Rigores en su novela cubana Una brizna de paja en el viento; abatieron a otro líder universitario llamado Manolo Castro, secuestraron para quitarle un millón de dólares a Julio Lobo, el zar del azúcar, esos métodos fueron trasladados a Venezuela por los agentes del quintacolumnismo castrista en nuestro país”.
En su ámbito periodístico, Pepe devela algunos mitos de la tramoya urdida alrededor de la célebre entrevista realizada por el periodista de The New York Times Herbert Matthews a Fidel Castro en la Sierra Maestra el 17 de febrero y publicada con gran despliegue en la edición dominical la semana siguiente, el 24 de febrero de 1957.
La entrevista hoy no sirve ni siquiera como instrumento de propaganda del castrismo porque lo que muestra es una desconcertante sarta de mentiras que no han resistido el juicio del tiempo, un panegírico que presenta a Fidel Castro como “líder rebelde de la juventud cubana”, un idealista, adorado por sus hombres, “sus ideas de libertad, democracia, justicia social, necesidad de restaurar la Constitución (de 1940), de celebrar elecciones, están bien arraigadas”, escribe Matthews y publica The New York Times.
Pero además Matthews afirmó: “Lograr que yo penetrara en la Sierra Maestra y entrevistara a Fidel Castro significó un riesgo terrible para docenas de hombres y mujeres en La Habana y en oriente”. La verdad, reseñada por Pepe, es que “Herbert Matthews la primera y segunda vez que visitó La Habana, fue recibido por el presidente Batista. Para llegar a la Sierra Maestra fue autorizado por Batista que le aseguró poder moverse con entera libertad por todo el territorio cubano”.
Su llegada a la Sierra Maestra fue tarea del propio Fidel Castro que comisionó a René Rodríguez Cruz para que lo transportara desde el Hotel Sevilla (a dos cuadras del Palacio Presidencial) hasta las lomas orientales. Durante su estancia en la Sierra, Fidel Castro se las arregló de manera tal que hizo desfilar varias veces ante él y Matthews la misma pequeña tropa de apenas setenta hombres.
Matthews calificó a Castro como un Robin Hood moderno que lucha contra los ricos para ayudar a los pobres. La información apareció desplegada de tal forma que fue un impacto periodístico sin precedentes. La noticia cayó dentro de las esferas gubernamentales como un ataque avieso del periódico neoyorkino. Batista personalmente tomó en sus manos el contraataque. Mandó a buscar al representante Rafael Díaz Balart, quien le había presentado a Fidel Castro, como la persona más acreditada para aportar información sobre el alzado.
La reunión se efectuó en el Palacio Presidencial, con las fotos de The New York Times a la vista, ambos las examinaron durante largo tiempo. Batista no quería creer aquello. Díaz Balart comentó que le parecía que la foto no era de Fidel Castro: “Es lampiño y no se parece a él, insistió Díaz Balart”.
Eso fue suficiente para Batista. Sin más confirmación ordenó la presencia de un taquígrafo y le dictó unas declaraciones en las que decía que “era una entrevista apócrifa, que no se trataba de Fidel Castro y que no tenía tropas…”. A la mañana siguiente aparecieron en todos los periódicos habaneros las absurdas declaraciones de Batista, pero no firmadas por él, las puso a nombre del ministro de Defensa, Dr. Santiago Verdeja. El ministro se enteró por la prensa de la declaración que se le atribuía pero no pudo desmentirla porque del palacio le replicaron que “el general Batista personalmente la había redactado por conocer bien la realidad”.
La contrarréplica de The New York Times no se hizo esperar y en ediciones sucesivas explayaron más fotos y declaraciones desautorizando por completo al régimen, exaltando a Fidel Castro y sus barbudos, creando un mito a la medida del consumidor americano.
En su segunda visita a La Habana para presenciar “la caída del régimen el 9 de abril”, en una huelga general convocada por Castro que fue un rotundo fracaso, al salir del despacho presidencial el periodista Herbert Matthews, entraban los jefes del Estado Mayor. Cuenta Pepe que: “Esa noche el general Tabernilla Dolz me comunicaría algo inexplicable. En la conversación entre Batista y Matthews -según Batista- el periodista de The New York Times le sugirió que con 300.000 dólares se podría iniciar una campaña a su favor en todos Estados Unidos, para cambiar la pésima opinión que había de su gobierno en el extranjero”. Batista después recalcó ante los altos oficiales, refiriéndose a Matthews: “A mí no me chantajea nadie”.
The New York Times ha sido el más consecuente soporte mediático del castrismo al que no ha dejado de alabar por más de 60 años, todavía hoy sigue publicando artículos y reportajes laudatorios, celebrando los supuestos éxitos de la revolución en educación, medicina y deportes; silenciando encubridoramente sus crueldades y miserias. Como órgano de partido, es mucho más eficaz que el periódico Granma.
De entre las muchas concepciones que existen de la historia, Pepe Suárez Núñez parece haber escogido aquella que la considera como una contienda entre grandes personajes. Sin duda, la segunda mitad del siglo XX cubano no podría entenderse sin la figura de Fidel Castro. Fulgencio Batista sería su contrafigura, su retrato al negativo, de la primera mitad.
El duelo histórico lo perdió Batista y se llevó consigo la primera República de Cuba, cuya vida efímera duró apenas 57 años.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional