Cuando Hebert Hoover era presidente de Estados Unidos, la economía marchaba a todo vapor: existían empleos para 48 millones de personas, excepto para 3,2% de la población activa. El promedio de la remuneración por hora se había elevado de 20 centavos en 1909 a 56 centavos en 1929, mientras que los precios al consumidor se habían quedado rezagados como para impulsar un aumento en el sueldo real de alrededor de 10% a 20%.
Este increíble y hasta exuberante ambiente de optimismo había entusiasmado a 10 millones de personas hacia la Bolsa, donde “disfrutaban” del excelente placer de ver cómo su dinero (ahorros) iba aumentando sin mucho dolor o esfuerzo. Evidentemente, muchos observadores y economistas de oficio o sin oficio sostenían y admitían que todo esto era especulativo. Alguien que hubiese invertido o especulado con 1.000 dólares cada año a partir de 1921 en un grupo de acciones representativas, habría encontrado que valían más de 6.000 dólares en 1925, casi 9.000 en 1926, más que 11.000 en 1927 y después en el año de 1928 la estridente cantidad de 20.000.
Y esto apenas era el inicio. En efecto, durante los meses de junio y julio de 1929, la cotización de los valores había remontado tanto como lo había hecho durante todo el año de 1928, el cual en su momento había sido apreciado como un año de alza espectacular sin precedentes. Ya en agosto de 1929, esta furia compradora del verano había rebosado considerablemente el incremento total del año 1928. Esto implicaba que durante estos tres meses un inversionista que hubiese adquirido 100 acciones de la Westinghouse duplicaba casi todo su dinero; aun el comprador de acciones de la American Telephone and Telegraph, conocida por su mesura, habría aumentado su capital en un tercio de su inversión.
Esto se sabe muy poco: el celebérrimo economista John Maynard Keynes perdió mucho dinero en el “crash”. Sobre este avatar, los analistas del mercado formularon muchas advertencias a inicios del año 1929. Las razones que apuntaban se dividen en dos categorías: la primera era que las acciones tenían precios muy “altos”; y la segunda, era el nivel elevado de especulación debido al préstamo para comprar acciones.
De acuerdo con los patrones históricos, los precios de las acciones eran exageradamente elevadas o mejor dicho, caras, en 1929. Así la relación precio sobre ganancias había ascendido muy por encima de la regla 10 a uno.
Por otro lado, debido a la existencia de dinero barato que los bancos prestaban a los operadores del mercado con garantía de las mismas acciones, los préstamos apalancados subieron una enormidad. Hacia mediados del fatídico año de 1929, el valor en dólares de los préstamos (margin loans) destinados a financiar la adquisición de acciones alcanzaba más de tres veces la suma totalizada a principios del año 1927. Según algunos observadores que acostumbraban comentar estas cifras, el riesgo consistía en una contracción fuerte del mercado de valores que debilitaría el valor de las garantías, lanzando a los inversionistas a liquidar sus acciones para pagar sus préstamos. Esta venta indefectible exacerbaría el derrumbe del mercado alcista, y volcaría a la bancarrota a muchos inversionistas.
El día jueves 24 de octubre de 1929 fue el primero de los días que se vinculan a la gran caída. Ese día el mercado abrió con un sustancial volumen y los precios comenzaron su descalabro, rápidamente. De tal forma que la transmisión de la información de los precios a las oficinas de los corredores y operadores de todo el país, se mostraba incapaz de seguir el ritmo de las transacciones. Y esto incrementaba la incertidumbre. A las 11:30 am ya el mercado entraba en un descenso sin que nada lo impidiera. El desorden apareció y el terror aplastaba a la Bolsa.
En los alrededores del edificio de la Bolsa se notaba un ensordecedor rugido. Empezó a congregarse una gigantesca muchedumbre que impulsó al jefe de la policía de Nueva York a enviar un escuadrón para mantener el orden público. Se intentó, casi inmediatamente rescatar el mercado bajista con un grupo de banqueros, con relativo éxito, pero luego el lunes 28, la caída volvió de nuevo y hundieron sus precios 3 millones de acciones. Y casualmente la noche de ese mismo día, el conocido bolsista Bernard Baruch ofrecía una cena a Winston Churchill de visita en Estados Unidos.
En el momento en que las acciones tocaron el piso en julio de 1932, el conocido índice industrial Dow Jones había descendido de 89% de septiembre del año 1929 a un simple 41,22. Las acciones más importantes del país lucían reducciones sensibles: US Steel disminuyó de 262 a 22, General Motors de 73 a 9 y AT&T de 304 a 73, y RCA la favorita de los finales de los años veinte se hundió en un 98% desde su valor más elevado del año 1929.
La Gran Depresión anunció su debut: hacia mediados del año 1932, el producto nacional bruto había descendido un tercio desde los niveles del año 1929, la producción industrial se encontraba en 12% de su capacidad y el desempleo bordeaba 25%. Toda una cantidad de factores se sumaron de repente para provocar esta terrible contracción de la producción y el consumo.
En referencia con los elevadísimos niveles de finales de la década de 1920, los precios de las acciones continuaron -hacia finales de la década de 1930- en niveles muy bajos. El volumen negociado en la Bolsa de Nueva York, adicionalmente, estaba debilitado; durante el mercado alcista que hubo en 1933, se vendieron un promedio de 2,5 millones en acciones por día, muy por debajo del promedio de 4,2 millones correspondientes al año 1929. De esta forma, el volumen del año 1934 fue la mitad del año 1933 y, si bien la actividad se recobraría en los años siguientes no fue sino hasta 1955 cuando se recuperaron de las cifras relativamente bajas del año 1933.
Según Alfred Cowles, uno de los grandes expertos bursátiles, “cobrar honorarios por dar consejos acerca del mercado es algo que encierra una paradoja. Cualquiera que realmente supiera alguna cosa no compartiría sus conocimientos con nadie más. ¿Por qué lo iba a hacer? En cinco años sería el hombre más rico del mundo. ¿Por qué iba a revelar el secreto?” Un ataque despiadado a las firmas consultoras de inversiones.
Durante la Gran Depresión, la Bolsa de Nueva York no fue la única en caer vertiginosamente. Según un índice 1929=100 para 1932, las bolsas de Alemania pasaron a 40,3; Bélgica 37,4; Holanda 47,0; Inglaterra 60,4; Francia 47,0. Y además las quiebras de grandes empresas se multiplicaron por toda Europa. En Inglaterra la gran compañía de navegación Royal Mail, en Austria el Kredit Anstalt de Viena, en Alemania la Favag (empresa de seguros), en Francia la Banque National de Crédit. Por si fuera poco todo esto, el comercio internacional experimentó una enorme contracción. En efecto, para 1929 el monto mensual de los intercambios comerciales era de 5.350 millones de dólares, pero ya en enero de 1930 había pasado a 4.850 millones y entonces para 1933 llegaba a 1.785 millones.
En la actualidad, desde finales de 2008, el índice Standard and Poor S&P 500 se ha incrementado 300%. Este índice bursátil donde están las 500 empresas de mayor capitalización que cotizan en la Bolsa de Nueva York y en otras más localizadas en Estados Unidos, exhibe el creciente optimismo en la economía estadounidense, que se refleja en un alza de los precios de las acciones inscritas en las bolsas norteamericanas.
Como podemos atisbar o comprobar, a largo plazo la tendencia ha sido creciente. “¡Alea Jacta est!” La suerte está echada, como diría Julio César, o, Audentes fortuna iuvat, la fortuna favorece a los valientes, como diría Virgilio el gran maestro de Dante Alighieri, quien le acompañó y recorrió los infiernos para ir al paraíso. Al ver este anuncio en un portal dedicado a las finanzas: “Las acciones en Wall Street medidas por el S&P 500 cerraron en 2021 su tercer año consecutivo con ganancias de dos dígitos. De hecho, solamente arrojaron pérdidas anuales dos veces desde 2009 a la fecha y la última caída importante había sido en 2008 en medio de la crisis subprime.”
No dudamos que invita a la especulación desenfrenada y atrevida. Puesto que no sabemos que las cosas seguirán tan buenas como los analistas las predicen.
Bibliografía
HEILBRONER, Robert; La formación de la sociedad económica, México, Fondo de Cultura Económica, 1970.
POMMERY, Louis: Apercu d’ Histoire economique, París, Librairie de Médicis, 1946
SMITH, B. Mark: Hacia una abundancia racional, México, ediciones Turner Océano, 2001.