OPINIÓN

El golpe de Fidel Castro contra nuestra democracia

por Virgilio Ávila Vivas Virgilio Ávila Vivas

Saqueos en Caracas, 27 de febrero de 1989

En nuestra historia reciente se sucedieron dos hechos de gran relevancia y trascendencia histórica: el 27 de febrero de 1989 y el 4 de febrero de 1992. El primero, que fue bautizado como el Caracazo, viene a ser uno de los episodios más controversiales de los años finales de la democracia. Se ha querido presentar como una explosión espontánea, pero un estudio a fondo de este asunto sugiere otra cosa.

Empecemos por el “detonante”: un aumento de céntimos en el precio de la gasolina. Acabábamos de llegar al gobierno; habían transcurrido apenas 20 días cuando se produjeron protestas en Guarenas contra el aumento del pasaje que se produjo a raíz del ajuste de la gasolina. Inmediatamente, con la difusión que se le dio a esto a través de algunos medios de comunicación, se estimuló una situación de violencia y saqueos que −a la distancia y con más elementos de análisis− no me queda duda de que fue controlada por la extrema izquierda venezolana. Esta convicción −que va a contracorriente de la opinión generalizada de que todo ocurrió por generación espontánea− la sostengo luego de haber estudiado a fondo la participación de sectores de la izquierda comunista y de evaluar cómo en tan corto tiempo se pudo generar una situación tan perfecta si no hubiese sido el resultado de un plan para desarrollar actos vandálicos.

Para poner el tema en contexto, debo señalar que todo lo que se desencadenó desde el 27F hasta el 4F fue orquestado, sin ninguna duda, con la misma receta de actos similares que posteriormente, en nuestros días, se han desarrollado en otros países de América Latina bajo la dirección y activación de Cuba y el Foro de Sao Paulo, donde se elaboran los lineamientos de todas las explosiones y manifestaciones políticas desestabilizadoras, con el único fin de destruir las democracias en nuestra región. Pero esto no es plan de reciente data, sino una estrategia que se inició el 23 de enero de 1959 con la visita Venezuela de Fidel Castro, quien le solicitó una audiencia a Rómulo Betancourt y se encontró con el firme y lógico reclamo del presidente venezolano.

Betancourt recibió a Castro, pero lo increpó por haber llegado al aeropuerto de Maiquetía con un séquito que portaba armas de fuego. Durante la mencionada audiencia, Castro solicitó un trato preferencial especial para las compras de petróleo que Cuba estaba por hacerle a Venezuela. Betancourt fue enfático en rechazar tales pretensiones de recibir petróleo barato, por cuanto el crudo venezolano se negociaba a un precio internacional. Si quería Castro comprarlo, esas eran las condiciones.

Ese día marcó la implosión de las relaciones de la Venezuela democrática −liderada por Rómulo Betancourt− y el Partido Comunista cubano, representado por Fidel Castro. Para dar una idea del impacto de este episodio, baste con señalar que una consecuencia directa fue la creación en Venezuela, por parte del Partido Comunista local, de la organización subversiva FALN en 1962. Se iniciaron las guerrillas y la insurrección armada. Ese y muchos otros hechos que siguieron en el tiempo ponen en evidencia que aquel desencuentro entre Castro y Betancourt no fue simplemente una desavenencia entre gobernantes, sino un episodio de una confrontación que comenzaba a gestarse entre dos países sin los cuales no se comprende bien la historia reciente de buena parte de América Latina: Venezuela, que estrenaba la democracia en medio de dictaduras y le trazaba al continente un rumbo de libertades y apertura. Y Cuba que incubaba una autocracia y buscaría imponer su influencia a toda costa para rodearse de aliados y apropiarse de valiosos recursos.

En ese contexto se sucedieron golpes de Estado durante todos los años del ejercicio presidencial de Betancourt. El primero fue el golpe de Castro León en el Táchira, el 20 de abril de 1960. Luego vinieron el Carupanazo, el 4 de mayo de 1962, y el Porteñazo, el 2 de junio de 1962. Esos golpes, que fueron rápidamente neutralizados, iban en la misma línea de la insurrección comunista, estimulada y apoyada por Fidel Castro, que desde el primer momento fue ganado por la idea de las guerrillas. Pero los golpes fueron anulados y las guerrillas estaban siendo derrotadas. Entonces vino la invasión de Cuba a Venezuela.

Esta invasión se materializó con el desembarco en Machurucuto, el 8 de mayo de 1967 de un grupo de guerrilleros cubanos y venezolanos preparados en la isla caribeña. Tampoco tuvo éxito esta acción. En menos de 96 horas la avanzada invasora fue cercada y derrotada.

Poco tiempo después, en 1971 −ya sofocadas las guerrillas aunque con la persistencia de pocos focos aislados− se da el primer paso del nuevo plan con el ingreso de Hugo Chávez y otros jóvenes a la Academia Militar. Castro y sus aliados sabían de estrategia y ya no querían seguir recurriendo a la invasión ni a guerrillas ni a golpes de Estado. Ahora lo que vendría sería una conspiración desde el seno de la propia escuela de formación de nuestros oficiales en combinación con la izquierda comunista y la complicidad de Cuba. En ese cambio de idea y en esos planteamientos jugó un rol principal el comandante Douglas Bravo.

El ingreso de Chávez a la Academia Militar fue el 8 de agosto de 1971, en tiempos de Rafael Caldera. Egresó y recibió el sable de manos del presidente Carlos Andrés Pérez el 6 de julio de 1975. Es decir, su carrera la hizo bajo dos gobiernos democráticos que se sucedieron en el poder, una alternancia que él se encargaría de eliminar. Pero, volviendo a aquellos años, hay que decir que fue cuando apareció por primera vez en escena la influencia de uno de los mentores de Chávez: José Esteban Ruiz Guevara, secretario general el Partido Comunista en Barinas, quien se convierte en la persona más cercana al entonces cadete con sus consejos y sus clases de marxismo. Este era primo hermano del general Ramón Guillermo Santeliz Ruiz, oficial que colaboró con el ingreso a la Academia de bachilleres de varios liceos.

En la línea de tiempo de este análisis, hay un episodio que hoy resulta ocioso insistir en verlo como un hecho aislado y que fue bautizado por los medios como “la noche de los tanques”. Ocurrió el 26 de noviembre de 1988, estando encargado de la presidencia Simón Alberto Consalvi, ministro del Interior del gobierno de Jaime Lusinchi.

Aquel fue un incidente muy extraño, que según los implicados habría sido producto de una confusión. Lo cierto es que sus alegatos hoy resultan aún menos convincentes que en aquel momento. Lo cierto es que de esto no se supo más nada y no se le dio la importancia que realmente tenía.

Vino luego la huelga de la Policía Metropolitana, a finales de la administración de Lusinchi. Oficiales de este organismo solicitaban reivindicaciones para ingresar a la cúpula de la policía, bajo el argumento de que debían dirigirla sus propios miembros. ¿Es casualidad que para el momento del llamado Caracazo la PM estuviera ya bajo otras condiciones de comando? Veamos los hechos.

El Caracazo estalla apenas 15 días luego de instalarse el gobierno de Carlos Andrés Pérez. La planificación de este evento que se inició en Guarenas, estimulado por gente de izquierda y comunistas, con el acompañamiento de algunas televisoras que facilitaron que se extendiera una situación tan delicada en todo el país. Este evento estaba evidentemente planificado para finales del gobierno de Lusinchi, pero por alguna razón se retrasó y se inició unos días más tarde, el 27 de febrero, con la excusa del aumento de la gasolina. Los primeros brotes no fueron debidamente contenidos, la televisión transmitía en vivo y el caos continuó hasta regarse por toda Caracas.

Cuando esto ocurrió, nos tomó a todos prácticamente por sorpresa. Recuerdo que ese día yo salí del Alto Hatillo a las 6:00 de la mañana bajo una lluvia muy fuerte y con un tráfico totalmente desbordado. En medio de la situación, llegué al despacho de la Gobernación y me dirigí al Palacio de Miraflores a conversar con el presidente Pérez.

Nuestra conversación fue muy rápida y las instrucciones fueron terminantes. El gobernador se ocuparía del abastecimiento de los grandes mercados del Distrito Federal y del equipamiento de los hospitales de la red hospitalaria del Gobierno del Distrito Federal. El presidente se reservaba la conducción policial y militar de los acontecimientos. Acontecimientos que, si los analizamos y los vemos bien, tienen las mismas características de actos similares que han ocurrido en Chile, Argentina, Ecuador, Perú, Colombia, y otros con la misma estrategia de aquel entonces.

En el caso de Caracas, la policía se encontraba fuera de su función operativa, que es la vigilancia y custodia del orden público. Como he señalado, veníamos de una huelga que respondía a las aspiraciones de controlar y manejar el ente de modo que estuviera en manos de los mismos policías y no de un personal traído de las cúpulas de la Guardia Nacional. O sea, que el estallido “espontáneo” se dio justo cuando se sabía que la policía no iba a responder como era debido.

Estoy seguro de que, si siguen estos indicios, se verá la verdad: que todos estos eventos fueron diseñados por Cuba y el Foro de Sao Paulo.

Si se ve la dimensión real del ajuste de la gasolina, resulta difícil tomarlo hoy como argumento válido. Pero sí se puede entender que fue uno de varios elementos que sirvieron para estimular el saqueo y actos vandálicos que ya estaban programados. La extrema izquierda y la izquierda comunista venezolanas siempre han negado esto. Han insistido en fue sido por generación espontánea que salieron a saquear aquellas hordas que no estaban de acuerdo con el aumento de unos céntimos al litro de gasolina. Por eso hay que volver a revisar todo y tomar en cuenta, por ejemplo, que el Caracazo ocurrió cuando se agudiza la célebre crisis del comunismo en la Unión Soviética y apareció en el terreno política Mijaíl Gorbachov.

A la luz de estos datos se ve que todos estos hechos vienen configurándose desde 1959, que no hubo generación espontánea, sino planificación de eventos muy concretos para imponer las doctrinas marxistas, comunistas, que se han ido apoderando geopolíticamente de nuestros países. Con esto se demuestra que el fracasado golpe del 4 de febrero −con sus incidencias militares y en combinación con el Partido Comunista y la izquierda− fue un eslabón de una cadena de conspiración. Lo que empezó en 1959 para destruir la democracia en Venezuela. El propio Chávez insistió una y otra vez que la revolución bolivariana empezó el 27F, aunque repetía la versión de que era un estallido popular porque necesitaba darle una raíz popular a la intentona que él lideró.

Lo más grave es que en su momento hubo gente a quien el país reconocía como figuras relevantes y que contribuyeron a desestabilizar el gobierno del presidente Pérez y legitimaron las acciones contra la democracia. Sin duda, el famoso grupo de los “Notables” fue un instrumento más en la siembra de los vientos que trajeron esta tempestad.

EL 4F no fue una intentona para derrocar al presidente Pérez, fue un golpe contra las instituciones democráticas de Venezuela, contra el Estado de derecho y contra la idea de nación autónoma que se había cultivado con tanto esfuerzo.

Esa autonomía era la pesadilla de Castro, que no lograba convertir en nuestro país en el socio pudiente que tanto necesitaba. Una pesadilla que logró superar para imponernos otra peor.