La leyenda narra que el Gran Rabino de Praga, cansado por tanta labor comunitaria, fabricó un muñeco de trapo para que fuera su siervo, al que sopló aliento de vida desde recetas cabalísticas. Lo llamó gólem, vocablo hebreo que a lo largo de los siglos ha significado materia prima, embrión, autómata, robot. Palabra ya universal que designa el poder usurpador de la maldad, palabra con la que Jorge Luis Borges tituló su famoso poema en 1958.
El genial invento se volvió potente, malvado, autoritario sobre su creador y el amo se convirtió en su esclavo destruido. Símbolo arcaico de la Inteligencia Artificial –cerebro electrónico–, arma de doble doble filo descrita al detalle profético y satírico por el británico Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz en 193 con varias versiones cinematográficas del género de ciencia-ficción.
Antes y durante el Medioevo esta mitología se incrustó en temas del arte y folklore con imágenes del gólem en arcilla y barro, pero es en el área política mundial donde adquiere carácter trágico como el gólem de hierro, pues hiere y aniquila por igual a dueños, sirvientes, actores, productores, espectadores, cómplices, ignorantes, todos miembros de la era atómica globalizada por la tecnología dominante capaz de facilitar, dañar o liquidar a sus creadores y receptores.
Para Venezuela, las elecciones del 28J ratifican que su gólem traiciona criminalmente a la sociedad que hace 25 años lo forjó. Tiene varios filos –Vladimir Padrino López, Nicolás Maduro Moros, Jorge Rodríguez Gómez, Diosdado Cabello– que ratifican que el corto poder legal normaliza sociedades, el alargado ilegal enferma y el abuso del poder intemporal corrompe y criminaliza absolutamente.
Pero también al contrario. Las cúpulas militaristas y sus fichas civiles no contaban con una reacción adversa impulsada por la certera conducción, hasta el final, de los sabios líderes opositores María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, representantes del hartazgo y reprimida furia popular victimizada durante un cuarto de siglo.
Esta vez falló la treta fundacional subversiva del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) –en realidad mafia elitesca fragmentada– mostrando sus perversiones, roturas y remiendos. Es cada vez más notorio ese golem aislado y suicida con el aval de autócratas, tiranos, dictadores y teócratas. Su pánico represor sigue accionando farsas, esta vez encabezadas por la proclamación presidencial del perdedor sin una sola muestra inmediata de las actas electorales firmadas y registradas por los testigos de mesa.
El llamado mundo libre democrático, cada día más frágil, hasta hoy, madrugada del jueves 1º de agosto de 2024, tarda bastante en reconocer la evidente legitimidad presidencial de Edmundo González Urrutia, propiciando la falsificación de actas originales, las ausencias y abstenciones vergonzosas que en la OEA apoyaron este miércoles el gigantesco fraude oficialista y, lo peor, los asesinatos y detenciones de manifestantes pacíficos.
Mientras tanto, por mandato expreso de Cuba, el ilegítimo Poder Ejecutivo anula los deberes constitucionales de su propio Poder Electoral remitiendo las presuntas pruebas de su triunfo a su Poder Judicial, lo que significa simulacro total.
La estrategia oficial está a la vista y el oído internacional. Estimula que la protesta masiva pacífica se torne en rebeldía violenta para justificar el “baño de sangre” anunciado por el gólem del narcopalaciego Miraflores, desde su origen forjado en el sistemático violador Fuerte Tiuna a través de su armamento fratricida. Ambos entes “bolivarianos” escupen sobre la frase de Simón Bolívar, el pensador político:
”Maldito sea el soldado que apunta su arma contra su pueblo”. Ahora los sumisos robots disparan.
Tragedia histórica que pudiera concluir cuando soldados de la “patria revolucionaria” en obligada ropa policial y militar se quiten las chaquetas de uniformes manchados con sangre inocente y se incorporen a su masivo pueblo.