Es una verdad, de aquellas que no requieren prueba, de que hacen falta “gobiernos eficientes” y que la gente está, obviamente, mucho más satisfecha cuando el destino la ha ubicado en países por ellos administrados.
Se acude, en aras de calificarles, a la metodología consistente en analizar “los elementos que están posicionados, uno con respecto a otro”, a fin de evaluarlos. Se incluyen, por ejemplo, a Alemania, Japón, Estados Unidos, Reino Unido y Suiza entre los 5 países con mejores condiciones para modelos de negocio sustentados en nuevas tecnologías. Para Platón, quien lo ha debido oír de Sócrates, “el gobierno ideal” está condicionado a la capacidad intelectual que la aristocracia, la timocracia y la oligarquía supongan. Y un poco más acá escuchamos, asimismo, que para Thomas Jefferson es «aquel capaz de asegurar con mayor eficacia los derechos del pueblo”. Pudiéramos afirmar que la definición no ha perdido vigencia. Más bien, prosigue como criterio para distinguirlo de los malos. Tarea cuyo resultado no deja de ser perplejo.
Para la revista The Economist la medición, a efectos de calificar a los gobiernos como democráticos, ha de tomar en cuenta “el proceso electoral y pluralismo, funcionamiento, participación política, cultura política democrática y las libertades civiles”, considerando que 36,9% de la población mundial mora bajo un régimen autoritario y 45% conforme a democracias, muy pocas desarrolladas, numéricamente hablando (Noruega, Nueva Zelanda, Finlandia, Suecia, Islandia y Dinamarca). ¿La categorización que derivan del estudio? 1. Democracias plenas, 2. Defectuosas, 3. Regímenes híbridos y 4. Autoritarios. ¿Las características de estos últimos? El pluralismo político, inexistente o limitado, pocas instituciones y de escasa sustancia, elecciones, si las hay, no libres y libertades civiles violadas, represión y censura generalizada. El Poder Judicial no es independiente.
“El gobierno bueno” deambula, también, entre esa dualidad de “derecha e izquierda” que ha dividido al mundo, a pesar de que para algunos ha perdido la vigencia de otrora. No pareciera para Francis Fukuyama el del best seller El fin de la historia, en cuyas páginas concibió a una humanidad que había descubierto esa especie de “panacea” de la conjunción de “la democracia liberal con la economía de mercado”. Hoy al académico le preocupa “el avance da la ultraderecha, el nacionalismo y los populismos”, problema que analiza en su texto Identidad: La demanda por dignidad y las políticas de resentimiento. Copiamos de la sinopsis: “La demanda de reconocimiento de la propia identidad es un concepto maestro que unifica gran parte de lo que está sucediendo hoy en la política mundial. El reconocimiento universal en que se fundamenta la democracia liberal ha sido cada vez más desafiado por formas más estrechas de reconocimiento basadas en nación, religión, secta, raza, etnia o género, que han resultado en populismo antiinmigrante, el resurgimiento del Islam politizado, el ‘liberalismo de identidad’ de los campos universitarios y el surgimiento del nacionalismo blanco”. En el prefacio se lee: “Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016”. Al lector corresponde asimilar el análisis por demás interesante de este destacado PhD de Harvard. No es, como suele decirse, de nuestra cosecha, sino del intelecto del destacado científico.
Es cierto, como se lee, que a la democracia ha de concebírsele como “ligada a la libertad”, pero se reclama, también, que a “la “prosperidad y a una vida mejor y más digna”. Esta especie de ambivalencia ha acompañado a “la fórmula (la democracia)” a lo largo de la historia. Una verdad incuestionable, aprovechada por regímenes poco y casi no democráticos en lo que a su fuente respecta, pero respetados, tanto en lo interno como en lo externo, por sus indiscutibles avances como potencias mundiales. Para muchos, el caso de la China de Confucio y de la que hoy es presidente Xi Jinping, hijo de un compañero de armas de Mao Tse-tung y de una revolucionaria que peleó contra los japoneses. Salió, como se lee, por la puerta grande como secretario del PCCH para ser reelegido presidente del país. Un timonel de 69 años.
No es fácil predecir que Mr. Xi esté aplicando “la enseñanza confuciana”, la cual postula “el deber de tener claro el lugar de cada persona en la sociedad y la responsabilidad del gobernante con su pueblo”, pero, tal vez, sea lo más probable. Lo que sí pareciera advertir el presidente de China es que para gobernar “hay que tenerlas bien puestas”, razón, quizás, para iniciar su tercer mandato “rodeado de fieles escuderos que lo han acompañado durante su carrera” y que le acompañan desde que Jinping mandaba en las provincias de Fujian, Zhejiang y Shanghái (El Mundo, España). Las fuentes llaman al grupo “Los siete magníficos”: 1. Li Qiang, primer ministro, 2. Ding Xuexiang, viceprimer ministro, 3. Zhao Leji, presidente de la Asamblea Popular Nacional, 4. Li Xi, jefe de la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, 5. Wang Huning, presidente de la Conferencia Consultiva Política, 6. Cai Qi, jefe del Departamento de Propaganda y 7. Han Zheng, vicepresidente, a quien el periodista califica como «viejo escudero de Xi en Shanghái». Una pregunta, entre otras, ¿se mantendrá China con un gabinete tan pequeño como cercana a Estados Unidos, en el contexto de las discusiones acerca de cuál es la primera potencia del mundo? Un latinoamericano, sin ánimo de herir susceptibilidades, afirmaría que es muy poca gente para la encomienda.
Lo expuesto induce a la razón de ser del título de este ensayo “El gobierno ¿será este el necesario?”. Pensamos que el lector, si los hubiere, asuma, tal vez, que este escribidor concluiría que ante tantas divagaciones de “la democracia tradicional”, a favor del régimen de Xi hay unos cuantos puntos.
Y mucho más en tiempos tan aciagos, como los que se viven. Tipificados por gobiernos pésimos, sin poder salir de ellos. Las multitudes embarriadas en cómo lograrlo.
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@LuisBGuerra