Cualquiera que se detenga a analizar las altisonantes declaraciones de Donald Trump en cuanto a revertir el control del Canal de Panamá y colocarlo de nuevo bajo la férula estadounidense concluirá rápidamente que algo de esa naturaleza no puede estarse fraguando dentro de la política exterior norteamericana.
No vamos a repetir que América Latina entera asegurará su solidaridad a Panamá en la defensa de algo que es suyo y que ha sido respaldado con un Tratado entre Carter y Torrijos desde hace un cuarto de siglo. De seguras que la administración republicana no va a inaugurarse creándose un conflicto diplomático protuberante con los países que se encuentran al sur del Río Grande… a menos que el objetivo sea otro.
Y es allí donde la gravitación de China en las actividades del Canal y en la dinámica panameña parece ser la nota discordante. Ocurre que esta vía transoceánica es estratégica para las grandes potencias mundiales, pues a través de ella circula cerca de 8% del comercio marítimo del mundo. China considera a Panamá un importante punto clave de la Nueva Ruta de la Seda, desde el cual consolida una mayor presencia y estrecha su política exterior en América Latina. No es sino lógico que ello sea motivo de preocupación para Washington.
Porque es que desde el establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países en 2017 y la firma de decenas de acuerdos de cooperación, la presencia china se ha acrecentado sensiblemente en el país en inversiones, en financiamiento y en la construcción de gigantescas obras de infraestructura ferroviarias y de puertos. Cabe mencionar que la administración de las entradas al Canal, tanto la del mar Caribe como la del Océano Pacífico, ha sido ganada en licitaciones por empresas originarias de China y asentadas en Hong Kong.
Ambos países se han dado a la tarea de estructurar relaciones mutuamente beneficiosas y de allí que a esta fecha no solo el primer proveedor de la Zona Libre de Colón, el más importante cluster de servicios portuarios del continente, es China, sino que, además, este país es el segundo cliente del Canal, justo por detrás de Estados Unidos.
Panamá ha estado cuidando que ello no degenere en una perniciosa dependencia, pero es justo reconocer que las actividades del Canal aportan 6% del producto interno bruto y una quinta parte de los ingresos gubernamentales.
Resulta claro, pues, que los “exorbitantes” costos del Canal no son más que una excusa para poner sobre el tapete un tema sobradamente trascendente que es el de la penetración de China en un área sensible para Estados Unidos en un momento de reacomodo del comercio mundial. Las tarifas que allí se practican tampoco pueden ser el origen del malestar norteamericano. Estas se establecen de acuerdo con modalidades convenidas en los contratos de administración del Canal.
La verdadera piedra en el zapato de Donald Trump está representada por el puesto de observación que allí se ha ganado China. La molestia exhibida con tantos decibeles por el nuevo presidente republicano tiene un alto componente de seguridad. Hay que decirlo: las empresas chinas que operan los distintos servicios asociados al tránsito de buques disponen de una muy privilegiada y sensible información a la hora de conflictos.
La administración Xi no ha perdido un minuto en insertarse eficientemente y ganarse la buena pro del pequeño país. Pero Estados Unidos estaría aún a tiempo de hacer otro tanto y recuperar el tiempo perdido.
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