El 11 de diciembre de 1941, a cuatro días del ataque a Pearl Harbor, Adolf Hitler declaraba la guerra a Estados Unidos. Una decisión que los historiadores y estrategas no logran comprender, debido a que el gran temor del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial era entrar en conflicto con la mayor potencia industrial del mundo. La tesis más probable es el ser una nueva arriesgada apuesta creyendo que bajo el Pacto Tripartito el Japón atacaría a la Unión Soviética. No tenemos espacio ni es el objetivo del presente artículo analizarlo, para ello le recomendamos el capítulo respectivo en el libro del historiador británico Ian Kershaw, Decisiones trascendentales (2007). Pero hay que decir que el hecho se hace más inverosímil porque el 5 de diciembre los soviéticos habían comenzado una contraofensiva en la Batalla de Moscú (2 de octubre de 1941 al 7 de enero de 1942) que había hecho retroceder por primera vez a la Wehrmacht y que sumaban numerosísimas bajas como nunca había sufrido desde el inicio del conflicto en 1939. Este el tema al que nos dedicaremos seguidamente, después de una primera entrega a principios de noviembre intentando dar respuesta a la pregunta que hemos establecido como título.
El mito del “general Invierno” quedó grabado en mi memoria gracias a una escena del «Capítulo 5. Barbarossa” de la serie documental británica, The World at war (Jeremy Isaacs, 1973-74), que vi montones de veces desde mi niñez hasta mis 20 años en Venezolana de Televisión (y que he seguido viendo desde entonces). En el mismo se entrevistan por Alemania al general Walter Warlimort y al ministro de armamentos Albert Speer, entre otros; y hacen gran énfasis en cómo el ejército mecanizado de Hitler aminora su avance al atascarse en el barro de las lluvias otoñales de octubre para después retomar la iniciativa con las primeras heladas de noviembre y detenerse de manera definitiva a las puertas de Moscú (a solo 23 kilómetros desde donde se pudieron ver las torres del Kremlin, dice la leyenda) cuando hombres y máquinas se congelan. La escena va mostrando cómo nada puede moverse y entonces con gran emoción describe que “cuando la Wehrmacht estaba con la moral más baja” el general Gueorgui Zhukov “¡suelta a los siberianos!” Se ven los soldados rusos avanzando rápidamente rodeados de los T-34 y en contraste los alemanes huyendo, para terminar con imágenes de las masacres de la ocupación nazi que los soviéticos descubrían con la reconquista. La música es emocionante primero pero después cambia a una marcha germana con la imagen de los soldados prisioneros o cadáveres enterrados en la nieve.
Nadie niega que la ausencia de todo el equipo necesario para contrarrestar las temperaturas de 40 grados bajo cero: los anticongelantes para sus vehículos y aviones y la sustitución de los uniformes de verano por los de invierno, generaron daños en las armas y muerte entre los soldados del Tercer Reich. Pero esto debió ser planificado como parte de la campaña rusa, de modo que es parte de los errores cometidos por el Alto Mando y especialmente por Hitler al rechazar el abastecer con estos implementos a su ejército por temor a una caída en la moral al sospechar que seguirían avanzando en pleno invierno. Muchos generales lo advirtieron y recomendaron atrincherarse hasta primavera, pero la percepción de la derrota inminente del Ejército Rojo y especialmente al inicio de la Batalla de Moscú cuando el 13 de octubre rodean a 660.000 soldados en la Batalla de Viazma y Briansk a 235 kilómetros del objetivo. Pero el dominio de esta “bolsa” fue costosa en equipos y soldados para los alemanes, y a este sacrificio se sumarían muchos más debido a la férrea resistencia durante el mes de noviembre cuando se acercaron a la ciudad. El historiador británico John Keegan en su libro Barbarroja: Invasión de Rusia 1941 (1970), afirma que a finales de noviembre la Wehrmacht “era un ejército agonizante” y la razón está en que sus pérdidas ya representaban entre un 40% y 50% con lo que era imposible seguir. Es por ello que el general Heinz Guderian y otros comenzaron a retroceder para consolidar posiciones defensivas mientras lograban reunir refuerzos.
Si no fue el “general invierno” ¿quién entonces venció al ejército que había logrado controlar Europa ante las dos principales potencias del mundo, Francia y el Reino Unido? ¿quién pudo organizar la más feroz resistencia a las puertas de Moscú y cuando ya parecían no tener más armas y soldados organizan una contraofensiva que para el 16 de diciembre ya había hecho retroceder más de cien kilómetros a los alemanes? La respuesta está en el pueblo ruso y los otros que conformaban los llamados soviéticos, ofreciendo sus vidas en el frente y trabajando (también en muchas ocasiones: mujeres, niños y ancianos) en las defensas e industrias por más de 12 horas diarias; el Ejército Rojo entrenando soldados y oficiales en muy poco tiempo, y sus oficiales aprendiendo las lecciones de guerra en todas las derrotas que padecieron durante el verano (Guderian lo dijo en noviembre: “Están aprendiendo”); la impresionante capacidad organizativa del general Zhukov acumulando divisiones hasta el momento preciso para atacar; la labor de inteligencia del mejor espía soviético de origen alemán: el comunista Richard Sorge, quien con sus contactos en el gabinete de Tokio confirmó que el Imperio del Japón atacaría el sureste y no a la Unión Soviética (Owen Matthews, 2021, Un espía impecable), de modo que se pudieron trasladar más de 30 divisiones que cuidaban la frontera del Lejano Oriente a Moscú (los que se han generalizado como “siberianos”); y por último, nos guste o no, el dictador totalitario y genocida Iosif Stalin y su gobierno, quien terminó de creerle a Sorge lo cual no hizo la primera vez que le dijo hasta la fecha de la Operación Barbarroja, y que se quedó en la capital como muestra de liderazgo y supo hacer uso de la propaganda, el patriotismo y el terror para canalizar todas las energías y lograr la victoria.
La II Guerra Mundial se complicaba y la esperanza hitleriana de un rápido dominio de Europa y la Unión Soviética ya no era posible. Todos los errores que debía evitar los estaba cometiendo, para su mentalidad era la hora de atrincherarse y desatar la guerra total. Esta serie la finalizaremos, Dios mediante, en febrero del 2022; porque las dos semanas que vienen las dedicaremos a cómo se vivió la Navidad de 1941 en medio de la guerra y para ello les pedimos que nos cuenten las anécdotas que conozcan.
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