OPINIÓN

El futuro viral

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Algún día, vaya usted a saber cuándo, el coronavirus será un recuerdo sombrío para quienes lo vivieron y una página de historia o de alguna narrativa estética o una anécdota oral. Ojalá y sea pronto. Ente otras cosas porque su prolongación lo hará cada vez más cruel: más muertes y devastación económica.

Sucederá, por supuesto, cuando tras muchos esfuerzos se logre restituir eso que llaman normalidad y hasta se pueda bailar con ardor erótico y besar a la nieta y protestar para que se vayan los dictadores e ir a las salas de cine sin temer esa tos del vecino. Pero, aparte de esas sanas y constructivas costumbres, habrá que hacer un esfuerzo descomunal para reponer las pérdidas de los bienes terrenales, desde los millones de empleos a las industrias arruinadas y a los Estados contusos o agónicos. Sobre eso no hablo porque simplemente no sé casi nada. Pero presiento que tardará un buen tiempo reponer personas y bienes devorados, y que los males que hay que curar serán mucho mayores en lo que llamamos tercer mundo y en general para los pobres del planeta que siempre pagan los platos que se rompen.

Perdonen tantos lugares comunes, pero por algo hay que empezar para llegar a los asuntos más diferenciados y complejos. Lo que me interesa es especular si se generalizará para ese renacer alguna mentalidad capaz de encontrar el camino para restituir lo derruido, como hizo Alemania después del genocidio nazi y el severo castigo recibido o Estados Unidos después de la demoledora Gran Depresión, dos entre cualquier cantidad de casos. Pero como las desigualdades seguramente habrán crecido, ya eran demasiadas antes de Wuhan —como muestran los rugidos callejeros de países pobres, ¡y ricos!—, podrían surgir dos actitudes básicas inducidas por el miedo y la incertidumbre acrecentados, que son esenciales con distinta intensidad a todo futuro. Podemos erigir fortalezas individuales para protegernos o construimos ciudades, polis, firmes e igualitarias.

La primera es la reacción inmediata y medrosa, la del lobo asediado. Hacer países fuertes que se encierren, a lo Trump para simplificar, y así aseguren sus bienes y sus goces. O, por el contrario, acabemos de entender que la humanidad es ya una y sola gran empresa, que debe hacer de la mayor solidaridad y equidad la medida de su sosiego y la relativa dicha que puede alcanzar. Si se quiere un ejemplo muy concreto sígase la polémica de la Europa unida, que quieren ser familia, sobre cómo distribuir los inmensos costos que la pandemia ha causado en los más y menos ricos. Lo cual vale para los ciudadanos en la medida que ya no sea el afán de lucro y consumo suntuario la medida de la voracidad de pocos y el sufrimiento y el dolor de muchos. En ese sentido no hay sino que mirar los modernos equipamientos de salud que gozan aquí no más, en esta Venezuela aplastada, la mínima minoría adinerada y el drama bíblico de los millones de migrantes recorriendo los caminos sin fin del subcontinente.

Dios o la naturaleza se han mostrado en estos meses, y los que han de venir, despiadados e inclementes. Nosotros, los animales racionales, frágiles y gratuitos. De repente ha llegado una hora propicia para entender más adecuadamente la naturaleza de la empresa humana y sus abismos y límites. Y la insoslayable necesidad de convivir en una relativa cercanía y armonía los unos y los otros. De ser así, algo menos tenebroso nos aparecerá el futuro próximo, el sol que se levanta ahora con dificultad cada mañana. Con lo otro, la lucha de todos contra todos, ¿es sinónimo de competencia ilimitada?, difícilmente derrotaremos los virus invisibles, los gritos de la ira, la violencia que mata, la venganza de la naturaleza atropellada y ciertamente no nos dará la ventura efímera que tanto y tan torpemente hemos buscado a través de milenios. En el fondo es una verdad muy simple, mil veces formulada y siempre violada. Quién quita que irremediable.