En un mundo donde un mensaje en redes sociales puede desencadenar una crisis internacional y un smartphone chino compite con gigantes tecnológicos a una fracción del costo, nos encontramos en una encrucijada histórica. La globalización, esa fuerza imparable que ha redefinido nuestras vidas, enfrenta su mayor desafío: la creciente amenaza de la ultraderecha.
El panorama global: logros y amenazas
El comercio internacional, que hoy representa 60% del PIB mundial —un salto impresionante del 39% desde 1990— ha sido el motor de un progreso sin precedentes. Más de 2.000 millones de personas han escapado de las garras de la pobreza extrema en las últimas tres décadas, gracias en gran parte a la apertura económica y al intercambio global de conocimientos.
Sin embargo, en medio de este avance, surge una fuerza regresiva. La ultraderecha, un movimiento que va más allá del conservadurismo tradicional, promueve ideas peligrosamente cercanas al neonazismo y la xenofobia. En Alemania, el partido AfD está bajo vigilancia por tendencias extremistas, mientras que, en Estados Unidos, el FBI identifica el supremacismo blanco y a #BlackLivesMatter como la principal amenaza subversiva interna.
La globalización: más que números
La globalización no es solo una estadística económica; es una disrupción multifacética que redefine lo posible:
- En economía, ha creado un mercado verdaderamente global. Un artesano peruano puede vender sus creaciones directamente a un coleccionista en Tokio, una realidad impensable hace una generación.
- En tecnología, ha democratizado el acceso a la innovación. Los smartphones chinos compiten con Apple y Samsung a una fracción del costo, impulsando una carrera de innovación que beneficia a todos.
- Culturalmente, ha enriquecido nuestras vidas de formas inimaginables. Disfrutamos de K-pop surcoreano, series nórdicas en streaming, y fusiones culinarias que mezclan sabores de todos los continentes.
- En educación y ciencia, ha derribado barreras. Estudiantes acceden a cursos de universidades de élite desde cualquier rincón del planeta, mientras científicos colaboran globalmente para enfrentar desafíos como el cambio climático y las pandemias.
- En salud, ha acelerado avances críticos. La respuesta global al COVID-19, con el desarrollo de vacunas en tiempo récord, ejemplifica el poder de la cooperación internacional.
- En derechos humanos, ha amplificado voces antes silenciadas. Movimientos como #MeToo se han convertido en fenómenos globales, catalizando cambios en múltiples sociedades simultáneamente.
La falacia del aislacionismo
Frente a estos avances, la ultraderecha propone un retroceso peligroso. Su discurso anti-globalización pinta un cuadro distorsionado, presentando la interconexión global como una amenaza a la identidad nacional y la seguridad económica. Explotan el miedo a lo desconocido y la nostalgia por un pasado idealizado que nunca existió.
Esta retórica no solo nos divide como ciudadanos del mundo que somos; es potencialmente devastadora, ya que explota las diferencias centradas en un resentimiento que ya no tiene cabida. Los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo, como hemos visto y experimentado, no respetan fronteras nacionales ni continentales. Ninguno de estos desafíos o problemas puede ser resuelto por naciones actuando en solitario, así quieran ahora marcar una diferencia entre el norte y el sur global.
Hacia un futuro global equitativo
Es cierto que la globalización presenta desafíos y es algo que quienes creemos en ella estamos conscientes. La desigualdad económica, la pérdida de empleos en ciertos sectores y las preocupaciones ambientales son problemas reales que requieren soluciones. Pero la respuesta no es cerrarnos al mundo, sino trabajar juntos para crear un sistema global más equitativo, próspero, seguro y sostenible.
Tratemos de soñar con un futuro donde la innovación se acelere gracias a la colaboración sin fronteras, donde equipos diversos (Estados y empresas multinacionales) generen soluciones a problemas globales, donde la riqueza cultural de todas las naciones enriquezca nuestras vidas diarias sin entrar en conflicto como ya pasa en una ciudad como Londres. Ese futuro es posible si rechazamos el miedo y la división, y abrazamos nuestra humanidad compartida con leyes internacionales claras y eficientes en donde una nueva ONU y los cascos azules puedan realmente ser eficientes en países donde haya conflictos largos y difíciles de resolver por la vía de la negociación.
Conclusión: nuestro destino compartido
El astronauta Sultan bin Salman Al Saud, tras ver la Tierra desde el espacio, reflexionó: «El primer día todos señalábamos nuestros países. Al tercer o cuarto día, nuestros continentes. Al quinto día, todos éramos conscientes de una sola Tierra». Esta perspectiva es más crucial que nunca.
El llamado es claro: debemos ser ciudadanos del mundo, arraigados en nuestras culturas, pero abiertos al vasto potencial de un planeta interconectado. La globalización no es una amenaza a temer, sino una herramienta para forjar un futuro mejor.
El futuro es global. Es diverso. Es colaborativo. Y es nuestro para construirlo. La pregunta no es si podemos detener la globalización, sino cómo aprovechar sus beneficios mientras enfrentamos sus desafíos. La respuesta no está en muros o fronteras, sino en puentes y conexiones.
Estamos en un punto de inflexión histórico. Podemos sucumbir al miedo y la división promovidos por la ultraderecha, o podemos abrazar nuestra diversidad como nuestra mayor fortaleza. Podemos retroceder a un pasado idealizado que nunca existió, o avanzar juntos hacia un futuro de posibilidades ilimitadas.
El momento de actuar es ahora. Superemos los prejuicios, abracemos nuestra humanidad compartida y trabajemos unidos para forjar un mundo más justo, próspero y sostenible. Porque en un mundo verdaderamente global, el progreso de uno es el progreso de todos.
X: @dduzoglou