Los próximos 17 y 18 de julio se celebrará en Bruselas una nueva Cumbre de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). La importancia de su realización en estas fechas responde a la singularidad de la actual coyuntura geopolítica internacional, marcada por los efectos de la pandemia y por la invasión rusa de Ucrania. Pero tampoco se debe olvidar el hecho decisivo de que es la primera reunión de estas características que ocurre tras ocho años de desencuentros entre Europa y América Latina. En efecto, fue en 2015 cuando vio la luz la última Cumbre eurolatinoamericana, aunque con resultados bastante mediocres.
No es una casualidad que, tras tantas peripecias, la Cumbre coincida con la presidencia semestral del Consejo de la UE que ejercerá España a partir del 1º de julio. En realidad, esta es la quinta vez que España se hace cargo de la responsabilidad de gestionar la presidencia semestral. Y en esta ocasión, como ocurrió en las cuatro presidencias anteriores, América Latina ocupará un lugar central en la agenda. Sin embargo, solía ocurrir en el pasado que, una vez finalizados los seis meses de rigor, la región volvía a la casilla de salida, postergada nuevamente por diversas y justificadas prioridades europeas, todas ellas de muy distinto cariz e importancia.
En este momento parece que las cosas pueden ser diferentes, lo que introduce un matiz de optimismo adicional. Al tradicional interés español (y también portugués) hay que añadir la preocupación de la Comisión Europea tras la crisis ucraniana por consolidar y reformular las alianzas internacionales. Si bien Europa, después de la invasión, ha salido fortalecida, de hecho está más unida que nunca, su relación con el mal llamado “sur global” es bastante problemática. Más allá de las votaciones en Naciones Unidas, prácticamente ningún país relacionado con ese bloque se ha unido a las sanciones occidentales o comparte las posiciones europeas frente a la guerra y sus implicaciones futuras en la construcción de un mundo más democrático.
Y aquí es dónde América Latina puede, y debe, desempeñar un papel importante. No es solo Bruselas, comenzando por el Alto Representante Josep Borrell, quien hoy se interesa por la región, también lo están haciendo muchos estados miembro, hasta ahora bastante prescindentes respecto al fortalecimiento de la relación birregional. Por eso, Borrell habla de la necesidad de europeizar, o desiberizar, estos lazos, en el sentido de dar mayor protagonismo a otras capitales europeas, permitiendo que la relación deje de ser un asunto casi exclusivo de España y Portugal, asumiendo una postura mucho más coral.
Para fortalecer esta relación, la UE necesita invertir mucho capital político, y también económico. Los fondos prometidos por la iniciativa Global Gateway y otras propuestas de cooperación son importantes, pero claramente insuficientes. De ahí la necesidad, perentoria e imprescindible, de cerrar de una vez las interminables negociaciones en torno al Tratado de Asociación con Mercosur, un acuerdo que sería beneficioso para ambas partes. De hacerse, Europa tendría algún tipo de tratado con prácticamente todos los países latinoamericanos, salvo Bolivia y Venezuela, que por diversos motivos han rechazado sistemáticamente una posibilidad semejante.
A lo largo del semestre español, y tras arduas negociaciones, puede firmarse la renovación de los Tratados con Chile y México. En el último caso, la reunión bilateral mantenida por Ursula von der Leyen con el presidente mexicano López Obrador, durante su importante gira por cuatro países de la región (Argentina, Brasil, Chile y México) fue decisiva para desbloquear un proceso que parecía no tener salida. Las opciones respecto a Mercosur son menos claras que en los otros dos casos, aunque lo positivo es que, pese a todos los obstáculos, se sigue negociando y que buena parte de los responsables políticos son conscientes de la trascendencia del Acuerdo.
Si bien el contexto en el que se celebrará la Cumbre no permite albergar excesivas expectativas, si parecen dadas las condiciones para que se creen mecanismos y estructuras que garanticen la continuidad futura del diálogo birregional. De hecho, si europeos y latinoamericanos son capaces de mantener abiertos los canales de comunicación más allá del 1º de enero de 2024, será mucho lo que se habrá conseguido. Pero, por el contrario, si nuevamente América Latina cae en el olvido, el fracaso será colectivo, será un fracaso europeo con grandes dosis de frustración.
Es verdad que América Latina es una región fragmentada. Que alcanzar consensos sobre los temas más variados de las agendas regional e internacional es algo complicado y que eso repercute negativamente sobre la Celac, una institución sumida en múltiples contradicciones. Ahora bien, es el único organismo existente que reúne los atributos necesarios. Por tanto, si la UE quiere avanzar en la relación birregional no tiene más remedio que contar con ella. No obstante, esto no debe excluir la posibilidad de hacer compatible el fortalecimiento de la relación birregional con la potenciación de las relaciones bilaterales, no solo con aquellos países que por algún motivo nos interesen, sino también con todos aquellos que estén interesados en reforzar sus lazos con la vieja Europa.
Artículo publicado en El Periódico de España