OPINIÓN

El furor de las Euménides y la venganza como castigo a la libertad

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.

En medio de esta derrota colectiva hemos de volver los ojos a Grecia, la cuna de todo este golpeado Occidente, que busca refugiarse en la casa grande, ese lugar común para todos, un espacio de conocimiento y encuentro de nuestra génesis como sociedad. Justo en este intersticio común hemos dado con el mito como periplo de creencias para la consolidación de las ciencias y gnosis del paradigma occidental, la Euménides o Erinias eran figuras anteriores a las divinidades olímpicas, deidades ctónicas o telúricas, ese criterio de precedencia al antropomorfismo de las deidades helénicas les confería un carácter visceral, primitivo, vengativo y estéticamente contrapuesto a la alegría griega de vivir, así pues, las Euménides o Erinias eran criaturas de un aspecto horrendo, con rostros humanos, cabelleras entrelazadas por serpientes y alas de murciélago, quienes atormentaban a los mortales tras haber cometido cualquier violación de las normas establecidas.

La proxémica del mito de las Euménides permite recrear cómo la venganza es opuesta a la justicia y en sí misma representan el manejo de la evolución normativa de la sociedad, pasando de la aplicación brutal del castigo hacia un equilibrio normativo en el manejo de las sociedades.

Las Euménides eran insoportables en su presencia para inmortales y mortales, es Esquilo quien las lleva al teatro, esa portentosa invención de los griegos para alertar al inconsciente colectivo sobre los extravíos del carácter, que lleva a la desmesura del orgullo hibris, para ser castigado por estas figuras ctónicas, telúricas y de juicio implacable, su significación de fuerzas viscerales las vincula con un Estado que no reside subordinado al imperio de las leyes, de allí que las mismas son anteriores a la dinastía de los olímpicos y en el plano de evolución histórica, la obra Euménides, escrita por el dramaturgo clásico Esquilo coincide con el período de la democracia ateniense de Pericles y la trascendencia e importancia de los actos del Areópago, la votación democrática para establecer sanciones no podía seguir estando guiada por la acción vehemente, telúrica y visceral de las Euménides, la carga semiológica, que supone el debate entre Atenea y las Erinias, para establecer la responsabilidad de Oretes en el matricidio de la infiel reina Clitemnestra, refleja cómo la razón jurídica se impone a la venganza instigada en este caso por Electra, hermana de Orestes, a quien las furias perseguían, siguiendo el vaho del olor de la sangre derramada por su madre.

Imposibilitados de defender a Orestes, Atenea y Apolo, intervienen en un juicio, cerca de la roca de Ares, en la Acrópolis, lugar en donde Esquilo sitúa a Orestes “asido desesperadamente a una estatua de Atenea, mientras las Euménides olfatean la sangre, derramada por la reina Clitemnestra” (Esquilo, 1994), madre de Orestes, allí justamente interviene Atenea, para establecer orden e indicar que ese asesinato, había sido inspirado por la justicia impartida por Orestes y su hermana Electra, contra Clitemnestra y su amante Egisto, autores del asesinato de Agamenón rey de Micenas, las furias votan y alegan, logrando demostrar Atenea la inimputabilidad de Orestes. Vaya lección que nos dan los griegos y el teatro, el Estado y el poder subordinados a la razón, pues Atenea esgrime que la sangre que mana, cual vaho matricida del cuerpo de Orestes, es la misma sangre de su progenitor, asesinado con la colusión entre Clitemnestra y su amante Egisto.

Las Euménides son confundidas con las Parcas, aquellas que tejen nuestro destino vital, con la Grayas connaturalmente ciegas, desdentadas y viejas y con las Gorgonas, en la Teogonía de Hesíodo, las Euménides “son hijas de la sangre derramada por Urano, cuando es castrado por su hijo Cronos” (Hesiodo, 1919), todas las representaciones dan cuenta de figuras hórridas, insoportables y por ende antagónicas al hedonismo griego, lo importante es destacar su importancia simbólica al ser referidas como precontractuales, previas a la justicia.

Los romanos en su sincretismo religioso con los griegos las definen como furias, del término furor o locura, las Euménides representan el triunfo de la desmesura del hibris, el orgullo sin límites, ese que troca la justa razón. En la Edad Media, Dante las rescata en la Divina Comedia, las Euménides atormentan a las almas de los difuntos en el sexto círculo del infierno, a la entrada de la ciudad demoníaca de Dite, Virgilio en la Eneida les proporciona nombres a saber:

Más allá de una simple analogía, ahora la furia también define a este tiranía, la furia contra la libertad, furia contra quien se opone, furia contra el desvalido, irascibilidad, odio y rabia, heredad de furibundos que atentan contra un pueblo, Venezuela usando el subyacente legado de la Orestíada es una tiranía inmisericorde, se aleja cada vez más de la ya menguante democracia y actúa con “furia bolivariana”, siempre este régimen califica a sus tropelías con un complemento nominativo, pero la furia es locura, irracionalidad y terror, el Hemiciclo de lo que fuera una vez el Congreso Nacional es una caverna de odio sin fin, sempiterno en donde se le rinden culto a las Euménides.

El mundo occidental pide explicaciones al régimen, sobre su torvo proceder, lo único que encuentran es el telurismo, que tanto les agrada estudiar, admirar y hasta adular desde sus seguras sociedades, la furia llega en andanadas de migrantes hasta Estados Unidos, Europa o cualquier país vecino, de este círculo infernal de la furiosa Venezuela de Maduro.

Podríamos indicar, que en nuestro país gobiernan las Euménides en connivencia con el hibris del orgullo, somos una suerte de contemporánea Ilion saqueada, humeante y en ruinas, asediada por el odio y la barbarie, La obra de Esquilo aquí tratada Euménides, causó terror entre los antiguos griegos, la presencia del fantasma de Clitemnestra atravesada por la daga de su hijo Orestes y el despertar de las Euménides, cantando el désmios hymnos, sigue causando terror y pánico entre los asistentes a esta tragedia, que vivimos a diario, ese crepitar de gritos, lamentos y acusaciones de las Erinias, despertadas por el numen de un fantasma, es el crepitar de tanques y carros de combate en 2014 y 2017, es el espectáculo retorcido de los juicios militares a civiles, son las acusaciones sin sentido gritadas desde lo alto del Hemiciclo, lugar de culto de la venganza, es un fin más de la misma furia de siempre.

Furia de aquel 4 de febrero, furia del 27 de noviembre, furia al juramentarse aquel caudillo de cara pintada, quien nos amputó el paso al siglo XXI y nos mantiene atados cual Prometeo a la roca de los atavismos violentos del siglo XIX, la furia siempre los acompaña desde hace 26 largos años, furia en círculos del horror, en colectivos de agavillamiento y en justicia horrorosa, loca y extraviada.

La furia y la mentira son sus enseñas, la furia el justificativo perfecto para sumirnos en daño antropológico, la furia de la metamorfosis en un contorno kafkiano del hombre nuevo al hombre enfermo u homus saucio, que la furia no nos inmovilice, que la furia no nos cause temor, ni desesperanza o necesidad de exilio o insilio, sea la furia ese promotor del fomento de las virtudes de la templanza, la prudencia y la justicia, como equilibrios de la sociedad, sobre todo la justicia, no puede existir ningún pupitre en el cual se estudie derecho, que permanezca ausente a esta realidad y menos que la avale, pues estaría incurriendo en una imperdonable falta de talante moral y civil.

La furia los define a ellos, la templanza, la razón, la fortaleza, la prudencia y la justicia, están de nuestro lado, tal vez nos siga tocando ser los mártires del martillo y la hoz que hoy nos tiranizan, pero si la providencia nos premia con un cambio de destinos políticos, la rabia, la iracundia y la furia jamás estarán en nuestro discurso, pues usaremos la palabra y el poder de la misma con talante democrático, para regir los destinos de este sangrante país trocado en fardo saqueado y sangrante.

La mejor manera de curar el odio es justamente no odiando, limpiando nuestras almas, nuestro discurso y nuestras acciones, justo allí en ese intersticio reside el bálsamo para curar más de dos décadas de castigo, sangre, dolor e impunidad, conjuremos a la Euménides al oscuro tártaro de la historia y que brillen la virtud y el honor, de nuestro muy golpeado Himno Nacional.

Referencias:

Esquilo. (1994). Orestíada. Barcelona: Juventud.

Hesiodo. (1919). Teogonía. Tordesillas: Editorial Tordesillas.

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