No es el fútbol ni el básquet el deporte venezolano por excelencia. Es el béisbol. Tiene sobre los otros dos deportes de masas una enorme, una gigantesca ventaja: en él, como lo afirmara el viernes 3 de octubre de 1947 en un partido definitorio de las Grandes Ligas entre los Dodgers de Los Ángeles y los yanquis de Nueva York, el extraordinario lanzador Yogi Berra, cuando todo apuntaba al triunfo de los Yanquis, para al final permitir el triunfo de los Dodgers, que el joven Lawrence Peter Berra (nacido en Missouri y mejor conocido como Yogi Berra) pasara a la historia con su inolvidable frase: “El juego no se acaba hasta que termina.”
Carlos Andrés Pérez complementaría políticamente esa maravillosa afirmación de esperanza con su célebre frase: “Llueve y escampa”. Como Yogi Berra, el caudillo de Rubio hablaba por experiencia propia, era veterano en diluvios. De todos ellos salió seco, salvo del último temporal, provocado por sus propios compañeros de equipo. Debió morir lejos de los temporales caraqueños. En Venezuela aún no escampa. Pero tampoco ha terminado el juego. El desenlace final está pendiente.
Lo recuerdo hondamente preocupado por la deriva de pesimismo que veo cundir entre las dirigencias de las huestes democráticas que sufren el asedio del agente principal del castrismo en Venezuela, Nicolás Maduro. Y ello, sin que el partido esté ni con mucho cerca de llegar a su final. Este año, que comenzó prometiendo ser crucial como para haber desalojado a la tiranía, termina entre el desconcierto y la desilusión, causados por los propios errores y la parálisis de los principales agentes del cambio. Aunque sacudido por la demostración de alto ejercicio político que nos dieran los chilenos. Atacados los demócratas sureños por el mayor y más vehemente asalto de las fuerzas castrocomunistas internas y externas – se destaca la presencia de agitadores castrocomunistas venezolanos en la participación, organización y financiamiento de las devastadoras protestas que han pretendido echar abajo al gobierno del presidente Sebastián Piñera, – han logrado digerir, metabolizar y resolver la ofensiva con una clara demostración de alta experiencia política. Si bien contraatacaron con masivas marchas pacíficas y civilizadas, el envite fue asumido por todos los partidos políticos del espectro, salvo el comunista, obvia y naturalmente alineado con el asedio castrista, como para poner de manifiesto y dejar muy en claro que la fuerza popular está con la paz, no con la guerra, – propiciada por cierto desde La Habana, el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, asistidos por líderes políticos chilenos, como José Miguel Insulsa, Marco Enríquez Ominami y el senador Navarro, – la respuesta propiamente política no se dejó esperar: lograr rápidamene un acuerdo transversal para poner de acuerdo a las fuerzas anti castristas arrebatándoles la iniciativa de una Constituyente, y convocar a un plebiscito para definir sobre la materia, a celebrarse en mayo de 2020. Con lo cual desactivaron la bomba de tiempo esgrimida por el Frente Amplio, los comunistas y la ultra izquierda chilena.
No ha sido el caso venezolano. El poderoso impulso de la sociedad civil que culminara en su primera etapa con el masivo respaldo al entonces desconocido dirigente de Voluntad Popular, diputado por La Guaira Juan Guaidó Márques, nombrado presidente de la Asamblea y presidente interino de la República, reconocido de inmediato por todo el espectro político venezolano y más de medio centenar de naciones democráticas, no se tradujo en iniciativas propiamente políticas. Antes bien, se cometieron dos flagrantes y graves errores propios de inexpertos políticos desesperados por logros inmediatos. Prefiriendo el atajo a la reflexión y el inmediatismo al acuerdo de largo plazo de todas las fuerzas, como ha sucedido en Chile, se provocó a un inútil y costoso desafío de solicitar un inmediato envío de auxilio internacional, culminado en un fracaso lamentable, y se procedió a improvisar un golpe de Estado que sólo sirvió para liberar por algunas horas al jefe del partido de Guaidó y ponerlo a resguardo en manos de la legación española en Caracas.
Ha sido la consecuencia directa de la ausencia de políticos experimentados al frente de las tareas de liberación. Y de la crasa ausencia de una política consensuada por todos los sectores de la oposición, desde Julio Borges y Henry Ramos Allup, hasta María Corina Machado, Diego Arria y Antonio Ledema. El fracaso de los intentos anteriores no debiera llevarnos a desistir de la necesidad de consensuar. Al contrario, debería afincarnos en una mayor insistencia para superar el sectarismo predominante en todos los sectores de la oposición. Que actúan más en atención a sus propias ambiciones de poder, grupal, partidista y personal, que en función de las necesidades nacionales. ¿De qué nos ha servido el reconocimiento internacional sin que avale una política de quiebre y ruptura de la dictadura y la creación de condiciones para la reconquista del poder por parte de los demócratas venezolanos? ¿Por qué, contando con ese masivo respaldo, la nueva autoridad no se asumió como tal designando un nuevo gobierno, haciendo uso del talento que no ha salido del país con aquellos obligados a hacerlo para salvar sus vidas? ¿Por qué la negativa a entablar conversaciones con todos los sectores y avanzar hacia la conformación de un poderoso bloque opositor, amplio, democrático y representativo? ¿Por qué las viejas dirigencias se han negado sistemáticamente a dejar espacio a las nuevas camadas de dirigentes políticos, suficientemente capacitados y reconocidos mundialmente? ¿Por qué las nuevas dirigencias se conforman con alcanzar una representación inútil y vacua, en embajadas ficticias o en un poder asambleario extemporáneo y ruinoso?
La marcha reciente, sin un solo mensaje, sin una sola política, sin otro fin que el narcisista del propio auto reconocimiento, deja una estela de frustración y cansancio. Si ella hubiera terminado en una tarima sobre la que se hubiera demostrado al mundo nuestra vocación unitaria y nuestro auténtico y verdadero deseo de ponerle un fin a la tiranía, con la vibrante participación de nuestros líderes que resisten en medio de inmensas dificultades: Juan Guaidó, Cecilia García Arocha, Blanca Rosa Mármol de León, María Corina Machado, Andrés Velásquez, Henry Ramos Allup, y todos quienes han debido huir, asilarse y proteger sus vidas ante el peligro real de ser detenidos, torturados y asesinados, hoy ya estaríamos enrumbados hacia la recreación de nuestro tejido social.
Unirnos: es nuestra propuesta. Nunca es tarde. Siempre es temprano para hacerlo. La máxima responsabilidad le cabe al gobierno interino. Convocar a todas nuestras personalidades. No haberlo hecho hasta ahora no tiene otra explicación que la mezquindad y la cortedad de juicio. Todavía es tiempo. Mañana será demasiado tarde.
@sangarccs