En el año 1929 sucedió la famosa eclosión económica denominada La Gran Depresión: nació en Estados Unidos, y su fecha exacta de nacimiento fue cuando cayó estrepitosamente la bolsa de valores de Nueva York el martes 29 de octubre de 1929.
La Gran Depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la inseguridad y la pobreza se transmitieron como una epidemia, de modo que se desmoronaron el ingreso nacional, los ingresos fiscales, las ganancias empresariales y los precios. El comercio internacional se redujo entre 50% y 66%. El desempleo en Estados Unidos se incrementó a 25% y en algunos países alcanzó el 33%.
Ante este panorama John Maynard Keynes escribió su famosa obra Teoría general del dinero, el interés y el empleo, texto que fue publicado en 1936. Así brotó la famosa economía “keynesiana”, la cual es la esencia básica de la “macroeconomía”. La idea fundamental de Keynes era demostrar que la deficiencia de la demanda podía causar recesión, prolongación del desempleo, así como baja del consumo y de la producción.
Hasta la llegada de Keynes, la economía estaba concluyentemente del lado de la oferta. La generación de valor agregado era el objetivo de la actividad económica y se entendía que era inmensamente difícil. Por lo tanto, la actividad de creación de valor se dejaba en gran medida en manos de la comunidad empresarial. Las fuerzas del mercado se reconocían como un sistema de ensayo y error en el que los que podían crear más valor del que se consumía en la producción podían continuar en el negocio. A los que no podían, se les alentaba a encontrar otra forma de ganarse el sustento. El libre mercado y la competencia figuraban entre los elementos institucionales más importantes diseñados para recompensar el éxito y apartar de la dirección del capital a quienes no podían utilizar los recursos de la nación de forma productiva.
Esta manera de entender la economía había sido sustituida por una teoría que coloca la demanda en el foco de la actividad macroeconómica. Es la compra lo que supuestamente hace avanzar una economía, no la producción. Se espera que la recuperación se produzca estimulando la demanda, no fomentando la producción de valor añadido. De modo, que, en lugar de reconocer la necesidad de los meticulosos esfuerzos necesarios para establecer una empresa, en vista de que el valor de la producción fuese mayor que el valor de los recursos utilizados durante la producción. Ahora se expone que podemos alcanzar el mismo resultado simplemente gastando dinero en lo que parezca más conveniente políticamente.
La economía norteamericana se recuperó en realidad cuando la nación del Tío Sam se metió de lleno en la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto su aparato industrial aumentó la producción de armas y otros productos bélicos. Después del gran conflicto, los gastos de reparación de las economías de Francia, Alemania, Japón y otros países estimularon en gran medida la economía mundial. Ojo, en la práctica se renovaron los equipos industriales en Europa y hasta en el lejano Japón.
Pero, a mediados de los años setenta, como consecuencia de la devaluación del dólar como efecto directo de la suspensión de su convertibilidad en oro por Nixon (1971), los exportadores de petróleo cuyos contratos generalmente están denominados en dólares aumentaron el precio del barril, dando como excusa el apoyo que Estados Unidos le había dado a Israel durante el conflicto de la guerra del Yon Kippur.
Por otra parte, los precios del crudo se cuadruplicaron entre octubre de 1973 y enero de 1974. En promedio, en la zona de la OCDE, la tasa de inflación escaló al 15% en la primavera de 1974 y llegó a más del 30% en Japón y el Reino Unido. Así mismo, las tasas de interés se remontaron al 12% durante el mismo periodo, en tanto que la producción industrial se redujo 13% mientras que el número de desempleados alcanzaba los 15 millones en 1975, es decir, 5,5% de la población activa civil, la cifra más elevada de la posguerra. Todos estos datos, presentados por la propia OCDE, plantearon la severidad de la «crisis» y la convirtieron en un problema global.
Por primera vez, en la historia económica de Occidente se presenta el fenómeno de la “estanflación”, una situación de desempleo junto con una inflación de costes, que los teóricos del poskeynesianismo no logran dominar y menos entender. Porque uno de los artilugios del keynesianismo era la llamada curva de Phillips, en donde había una relación inversa entre la inflación y el empleo: esto es, se escogía menos inflación pero más desempleo, o al revés menos desempleo pero más inflación. Ya eso había dejado de funcionar.
Es ampliamente sabido que los gobiernos de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher, en Estados Unidos y Gran Bretaña, vencieron la inflación y lograron un crecimiento sostenido con políticas de apertura a los mercados y privatización de empresas, sobre todo en el Reino Unido.
El fracaso en América Latina
En el subcontinente latinoamericano, las ideas de Raúl Prebisch apuntaladas por la Comisión Económica de América Latina (Cepal) era que existía una dependencia con los países industrializados de bienes manufacturados, mientras que los países latinoamericanos estaban condenados a ser exportadores per secula seculorum de materias primas y productos agrícolas. Sea como fuere, países como Argentina, México, y Brasil que ya tenían cierto avance en sus economías con sus exportaciones, aumentaron notoriamente sus aranceles en gran proporción, y así pudieron reducir sus importaciones para sustituirlas con productos, muchos de inferior calidad que los importados, y encima más costosos. Un ejemplo, de ello, fue la creación de plantas automotrices en los diferentes países sobre todo en América del Sur. Otros países, subdesarrollados como los del Sureste de Asia eligieron un modelo de crecimiento hacia afuera aprovechando su mano de obra, y al final lograron un crecimiento mejor de sus economías en comparación a las latinoamericanas. En Venezuela, por ejemplo, en la época de los años sesenta cuando comenzó la política de sustitución de importaciones, también había fracasado una reforma agraria, por lo tanto, los campesinos se dirigieron para trabajar en las ciudades y no pudieron conseguir empleos en el sector industrial. En Argentina, sobre todo en los años de los gobiernos de Juan Domingo Perón, las exportaciones agrícolas bajaron al punto de que se tuvo que imponer una prohibición de vender carne en determinados días de la semana.
En el Cuadro 1, que abajo exponemos podemos verificar cómo América Latina bajó su participación en las exportaciones mundiales, de esta forma pasó de 13,5% en 1946 a 4,4% en 1975, en un tiempo en que el comercio mundial se expandió, así como la producción mundial en general. Es impresionante ver cómo Argentina, el adalid de la política de sustitución de importaciones, bajó su participación en las exportaciones latinoamericanas de 25,5% a 8,2%. En tanto que Venezuela, siempre dependiente de sus exportaciones petroleras más bien las aumentó. Al igual que Brasil.
En el cuadro 2 podemos ver el auge del crecimiento del producto interno bruto de los países del sureste asiático en comparación con los países latinoamericanos. En este contexto, podemos comprobar que en los años 1965-73, América Latina obtuvo un crecimiento del PIB (promedio ponderado) de 7,4%, mientras que los países del sureste asiático en ese mismo lapso crecieron 8,3%. Si luego tomamos el período 1980-83, en el cual la enorme deuda externa agobiaba a numerosos países, el crecimiento en América Latina fue deficiente y hasta negativo (-1,1%), en tanto que estos países de la región del Asia crecieron a tasas superiores a 5%. Corea del Sur, que en los años cincuenta experimentó una terrible guerra civil, creció a tasas superiores al 7%.
Adicionalmente, a esta falta de mayor crecimiento económico, los altos aranceles aplicados en casi todos los países latinoamericanos han impedido los procesos de integración económica tan recomendados por la propia Cepal y otros organismos económicos.
Así mismo, el incremento del gasto público en la región, en gran parte ineficiente debido a las empresas del Estado, y la expansión de la seguridad social, abrieron las puertas en una medida descomunal al endeudamiento externo. En 1960 el total de la deuda externa pública y privada de los países de la región llegaba a 7.200 millones de dólares, se calculaba que costaban en intereses el 3,6% del total de las exportaciones. En 1982, la totalidad de la deuda externa ya alcanzaba la astronómica suma de 314.400 millones de dólares, que generaba intereses que se llevaban 34,3% de las exportaciones. Por otra parte, la inestabilidad y la posibilidad de grandes devaluaciones en la tasa de cambio estimularon la fuga de capitales. Ya a finales de 1982 se estimaba que el sector privado de Argentina, México y Venezuela poseían en el extranjero activos por equivalentes a la mitad del valor externo de la deuda pública total de cada nación.
Actualmente, en el año 2020, el PIB por persona en América Latina y el Caribe disminuyó en 7,4%, mientras que en el sureste asiático la disminución fue de 3,3%. Si medimos el bienestar total, como el mejoramiento de las condiciones en general de la población: según cifras de la Cepal, la tasa de pobreza en América Latina y el Caribe se incrementó a 33,7% de la población lo que equivale a 209 millones de personas. Ahora bien, de acuerdo con el Banco Mundial, ¡la tasa de pobreza en el sureste asiático alcanzó la cifra de 3,2%!
El lector puede decir que hemos sido pesimistas, pero Chile, la nación hispanoamericana que mejor ha conducido su economía, en 1973, como efecto del gobierno marxista de Salvador Allende, experimentaba una fuerte inflación y tenía en ese año un PIB por persona de 4.051 dólares (a precios de 2010), pero en el año 2021, este PIB por persona había llegado a la suma de 14.116 dólares, superando ampliamente al valor del PIB por persona para América Latina, que es de 8.495,2 dólares para 2021. Entre las instituciones que lograron esta tasa de crecimiento se encuentran los fondos privados de pensiones, que supieron canalizar el ahorro familiar hacia la inversión reproductiva. Y precisamente, esta institución está sometida a la crítica del gobierno de Boric. Chile ha diversificado sus exportaciones y tiene un Banco Central que disfruta de independencia con relación al gobierno.