Para quienes aún dudan qué tan lejos estaría el chavismo dispuesto a llegar para atornillarse en el poder, los eventos del 28 de julio de 2024 deberían despejar esa incógnita. El chavismo hará todo lo que sea necesario para seguir destruyendo a Venezuela, incluso violar su propia Constitución si fuere necesario.
El anuncio de la inaudita victoria de Nicolás Maduro sobre Edmundo Gonzalez tampoco debería sorprender porque se trata del momento culminante de una cadena de violaciones y arbitrariedades, todas aceptadas por la falsa oposición (PUD/MUD) en su empeño por aferrarse a la vía electoral como método para salir del chavismo.
Las negociaciones de México, entre el régimen chavista y su falsa oposición, que luego desembocaron en el caricaturesco Acuerdo de Barbados fueron justificadas como necesarias para lograr condiciones y garantías para unas elecciones justas y transparentes. De alguna forma, como siempre suele ocurrir, este propósito élite fue abandonado en el camino para embarcarse en unas elecciones con las peores condiciones que alguna vez hayan existido en la era chavista.
Todos y cada uno de los abusos fueron mansamente aceptados por la MUD sin oponer resistencia con tal y seguir en la vía electoral. Un CNE con mayoría de rectores y funcionarios chavistas. La exclusión de más de 9 millones de electores del Registro Electoral, 4 millones en el exterior y 6 millones de nuevos votantes en Venezuela. La confiscación de las tarjetas electorales de los partidos de la MUD para dárselas a operadores del régimen. La inhabilitación consecutiva de María Corina Machado y de Corina Yoris como candidatas presidenciales. Habría que agregar, por supuesto, el peculado de uso al dedicar recursos del Estado y de las Fuerzas Armadas para la campaña de Nicolás Maduro.
Pero hay más. La conformación de las mesas electorales fue el resultado de un extraño azar que favoreció a agentes del PSUV, que fueron 99% de ese personal electoral. Una cantidad importante de testigos de la MUD fueron sobornados y otros chantajeados.
Pero si lo que aquí se ha enumerado no es suficiente, entonces hay que sumar a la lista la expulsión de observadores internacionales en la víspera de las elecciones, el impedimento del acceso al CNE de los testigos nacionales de la MUD y hasta el robo de actas a mano armada.
La consecuencia de toda esta larga cadena de irregularidades no podía ser otra que la proclamación de Nicolás Maduro como presidente fruto de la madre de todos los fraudes electorales en Venezuela.
Muchas de estas arbitrariedades fueron deliberadamente ignoradas y hasta banalizadas por la MUD y sus dirigentes con la equivocada idea de que cuestionarlas promovería la abstención.
Quienes cuestionamos la vía electoral y planteamos no votar, para no cohonestar el fraude electoral, fuimos atacados como agentes del chavismo bajo la falsa premisa de que la abstención podría ser la causante de la derrota del candidato opositor. Hoy debería quedar muy claro que en una elección fraudulenta como la orquestada por la tiranía chavista votar o no votar no hace ninguna diferencia en los resultados.
No votar en tiranía es una posición política que se puede articular como parte de una estrategia mucho más amplia y comprensiva que busque debilitar y derrotar al régimen. Por el contrario, la vía electoral se ha convertido en una obsesión para unos y en un negocio para otros.
Para unos solo hay una forma de hacer política y esta es participando en las elecciones controladas que ofrece el chavismo. Otros, más experimentados, entienden el próspero negocio de administrar una tarjeta electoral y una franquicia partidista. Ambos han construido un discurso falaz para justificar la participación electoral en contra de toda lógica y sentido común como lastimosamente se pudo apreciar el domingo 28 de julio.
Consecuentes con la fracasada vía electoral, Edmundo González y María Corina Machado anunciaron que insistirán en que el régimen les entregue todas las actas de las mesas porque tan solo lograron recibir 40%. Esas actas serían la prueba material de la inconsistencia en la que se apoyó el fraude chavista. Pero suponiendo que el régimen les da esas actas, lo cual no es seguro, entonces la MUD tiene que decidir si apela administrativamente ante el CNE o judicialmente ante el TSJ. Ambos piezas claves del fraude en cuestión.
Tratar de involucrar a la comunidad internacional igualmente plantea un camino incierto que jamás logrará los magníficos niveles de apoyo que se observaron en las primeras semanas del Interinato de Juan Guaidó.
Por eso la semana pasada en esta misma columna adelantamos la hipótesis de que ante la posibilidad cierta de un megafraude electoral la PUD/MUD, sus operadores, Edmundo González y María Corina Machado debían resolver si no aceptaban el robo o si lo hacían bajo protesta. El 29 de julio en la madrugada, tanto González como Machado denunciaron que el candidato ganador habría sido el de la MUD, lo que en la práctica equivale a un desconocimiento de los resultados del fraude.
Esto no es poca cosa porque el régimen responderá con más acciones para no permitir la participación de aquellos que no bajen la cabeza y acepten esos resultados como válidos. En otras palabras, todo aquel operador político que tenga genuino interés en participar en el reparto de cargos en las elecciones legislativas y regionales previstas para 2025 tendrá que tragarse la rueda de molino del fraude electoral, de lo contrario no tendrá una tarjeta a su disposición para postular. Habrá que esperar para ver cómo juegan Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo.
La gran derrotada en la jornada del 28 de julio es la tesis de la vía electoral por inviable mientras no existan condiciones ni garantías. También salió derrotada la dirigencia opositora que ha reducido la política al ejercicio del voto. No se puede decir que el chavismo triunfó porque sencillamente se robó la elección para seguir gobernando en medio de sus propias contradicciones y enfrentando un inevitable desgaste, especialmente en su sector militar que se vio en apuros para desplegar el Plan República.
El gran ganador fue el pueblo venezolano que con esperanza y generosidad acudió una vez más al llamado de una dirección política que le ha vuelto a fallar. Ninguna insatisfacción debe invadir a quienes votaron porque han participado nuevamente en un ejercicio pedagógico para entender que votar por votar, sin condiciones ni garantías, es un sinsentido histórico que beneficia a sus promotores pero no al común de la gente que vuelve a ser abandonada en su desesperanza como resultado del voluntarismo, la improvisación y el espontaneismo.