OPINIÓN

El final de Ozark

por Héctor Concari Héctor Concari

Los Ozark son una región de montañas y lagos ubicadas en Missouri, en el centro mismo de Estados Unidos. Son el Estados Unidos profundo, los que no salen en las noticias diarias, territorio de gente de campo, de pobreza resumida en una palabra: “rednecks”. Cuellos rojos, a fuerza de trabajar al sol. Blancos todos. Un solo fenómeno rescata ese territorio del aislamiento geográfico y cultural. La belleza agreste del entorno ha atraído a los turistas, los turistas necesitan hoteles y disfrutan de los casinos flotantes que no tardan en instalarse. De esa ilusión y un proyecto turístico echa mano el financista Marty Byrde cuando las papas queman. En el primer capítulo de la serie (julio 2017) Byrde y su socio tenían un lucrativo negocio de “creación de estructuras financieras” para sus clientes. Un eufemismo para el lavado de dinero de un cartel mexicano de la droga. La ambición del socio lo llevaba, a espaldas de Byrde, a desviar parte de esos fondos, ser descubierto y asesinado. Byrde, en un rapto de audacia que signará toda la serie, propone para salvar su vida un repliegue hacia Ozark, esa zona virgen e insospechable donde se multiplican las oportunidades de legalizar el dinero sucio que el cartel recibe a borbotones. Y hacia allá marchan los Byrde, Marty, su esposa Wendy y los dos hijos que transitarán en la serie el final de su niñez y su adolescencia. Un dato adicional: el matrimonio está en crisis y Marty acaba de descubrir un “affaire” de Wendy que se soluciona, como todo a la larga en Ozark, sangrientamente.

El marco recurrente es el choque cultural. Los Byrde son esencialmente seres urbanos, habitantes de Chicago, una de las ciudades icónicas de Estados Unidos. Su trasplante al territorio “redneck”, desconocido, encerrado en sí mismo, cultor de valores conservadores que destilan pulsiones escarpadas y sin pulitura, es al mismo tiempo un desvelamiento de esa América profunda, despiadada y, en el fondo, muy perversa. Con un catalizador igualmente mortífero. La penetración de los carteles de la droga y su afortunado encuentro con ese humus necrófilo. La trama procede a través de giros de audacia narrativa que no son más que contrapartes de la ambición y el arrojo con los cuales el matrimonio se lanza, primero a salvar su pellejo, pero inmediatamente a encontrar formas cada vez más ingeniosas de encauzar su codicia y, en el proceso, contaminar a todo ser que se interponga en su camino y destruirlos más allá de toda redención posible. Obviamente, esta cultura de la perversión no puede dejar escapar a sus protagonistas y –un poco en el esquema de la también excelente Breaking bad– las diferentes temporadas son a la vez un testimonio del ascenso social y económico y la degradación moral del matrimonio y sus hijos.

La trama es atrapante acaso porque sus sucesivos giros se apoyan siempre en personajes que, aunque lo intenten, no pueden resistirse al encanto mefistofélico de los Byrde, sus ideas de negocios y el dinero que obtienen. En el camino y de forma maravillosa hay agentes del FBI envueltos en tormentosas relaciones homosexuales, curas que trafican droga en la biblias, una pareja de campesinos típica de la zona que cultiva droga en su finca a la vista de todos, un dueño de una funeraria que descubre cómo lavar dinero con los muertos, un hijo retraído que termina siendo un ludópata sin remedio. Y en medio de todo ese entramado en el cual los Byrde aprenden a moverse como peces en el agua, dos poderes regresan una y otra vez. El poder mexicano de los carteles, hecho de dinero y fuerza bruta y su contraparte local, el sinuoso accionar de los políticos locales, que mueven influencias, obtienen perdones y… otorgan los permisos de los casinos. Los Byrde son más que un matrimonio, una estructura criminal que cada vez con más ahínco, se complementan en el delito. Él, frío, oportunista y cerebral, es un as de las finanzas. Ella es una máquina de ambición, capaz de manipular a cualquiera, siempre para el lado oscuro. Todo ello ocurre en un entorno paradisíaco, pero un elemento envuelve la empresa. Los encantadores Ozark, sus ríos, lagos y montañas, escenarios de las peores y más macabras andanzas de los protagonistas son filmados en tonos plomizos, que no les quitan majestuosidad, pero los untan con un dejo de tristeza, acaso el desprecio que la madre naturaleza, reina de la zona, siente por las pequeñeces y monstruosidades de los humanos. Más que un policial, que lo es y de los buenos, Ozark es una metáfora de la América del Norte actual, enfangada en la desmedida codicia corporativa, poblada de ogros fascinados por el poder con una infinita capacidad de corrupción. Es una de las grandes series de la década y sus últimos capítulos acaban de salir. Está en Netflix.

Ozark. Estados Unidos 2017-2022. Creada por Bill Dubuque y Mark Williams. Con Jason Bateman, Laura Linney, Julia Garner.