Dadas las dramáticas condiciones que se observan por todas partes con tan solo dirigir la atención a cualquier aspecto, asunto o tema de la realidad nacional, uno no puede dejar de preguntarse cómo es posible que un régimen que ha causado tanto daño al país, que ha arruinado la economía del país y diluido el ingreso de los venezolanos, que ha despilfarrado el mayor ingreso petrolero de toda la historia patria, que ejerce un poder ilegítimo, que es repudiado por la mayoría del país y que no es reconocido por las naciones que forman el contexto político, económico, cultural e histórico al que pertenece y del cual se ha divorciado, se mantenga todavía en el poder.
La respuesta nos viene rápida y cristalina: la persistencia del régimen obedece a dos causas básicas. Primero: la manipulación de un amplio sector de la población que vive de las dádivas y las prebendas oficiales, que constituye una clientela política cautiva, que es movilizada bajo estricto control para todos los actos oficiales y para los procesos electorales amañados que organiza el Consejo Nacional Electoral, los cuales, con un alto nivel de abstención, han proporcionado al régimen el control absoluto de las alcaldías y las gobernaciones y le han dado a Maduro un mandato presidencial espurio. Segundo: el apoyo incondicional de la Fuerza Armada Nacional, desnaturalizada por la corrupción y la politiquería, que actúa como guardia pretoriana, que ejerce una brutal represión para mantener a raya a la oposición y permite al régimen la comisión de todo tipo de delitos y violaciones de la Constitución Nacional.
Dos preguntas más son pertinentes: ¿cuánto tiempo más puede durar una tragedia como esta y cuáles son sus posibles salidas? Comenzando por la última cuestión, hipotéticamente, hay cuatro alternativas para salir del régimen: 1) la rebelión popular, 2) la intervención externa, 3) un golpe de Estado y 4) una fractura o cambio de actitud de la coalición gobernante que permita al país negociar una salida pacífica y electoral. Esta última solución sería la mejor para evadir el estallido de una violencia latente y evitar un final trágico del chavismo, que lleva sobre sus hombros la pesada carga del odio profundo que han incubado contra sí en el corazón de la sociedad venezolana.
Tarde o temprano un sector racional y consciente del chavismo descubrirá que la ruta por la que han conducido al país ha llegado al borde del abismo y seguir adelante por ella sería un suicidio. Si así fuese, buscará un acuerdo nacional para cambiar de rumbo y lograr una salida pacífica y electoral. En cuanto a la segunda pregunta relativa al tiempo requerido para que una cosa así pudiera ocurrir, es razonable pensar que lo será a corto plazo, en un lapso de dos o tres años máximo. En última instancia, Maduro cumplirá tres años usurpando el poder en enero de 2022 y en ese momento se presentará de nuevo la cuestión del referéndum revocatorio del mandato presidencial previsto en la Constitución Nacional. ¿Intentará el gobierno bloquear otra vez esa salida, como lo hizo en 2016? ¿Las condiciones para ello serán las mismas? ¿Lo permitiría el país y la comunidad internacional? ¿La Fuerza Armada Nacional, con todo lo corrupta y comprometida que está, será capaz de convalidar de nuevo ese ultraje a la democracia, al pueblo y a la Constitución Nacional?
La dirigencia opositora, que no ha estado a la altura de las circunstancias en estos últimos años, tiene la oportunidad de reivindicarse. Desde ya debe irse preparando para enfrentar lo que habrá de venir en este y en los dos próximos años. Ante todo debe lograr la unidad de la oposición y una alianza con los otros sectores democráticos del país para definir con ellos una estrategia de lucha clara, coherente e inteligente. Es el momento de asumir el rol que le corresponde, superando las diferencias políticas y personales que la han limitado hasta hoy. Es la única forma de evitar que la marcha indetenible de las cosas le pase por encima y la relegue definitivamente al pipote de basura de la historia.