La Organización de los Estados Americanos concluyó su 53ª Asamblea General, celebrada la semana pasada en su sede en Washington, DC. Sin pena ni gloria finalizó el 23 de junio, coincidiendo con la asonada de Yevgueni Prigozhin, que acaparó la atención mundial durante su clausura, aunque no fue esa la razón de su escasa cobertura mediática. Se pone de relieve que cualquier asunto es más atrayente para la atención de la comunidad hemisférica que lo que suceda en el organismo más importante desde lo que significa la institucionalidad en el continente.
En cuanto a sus resultados la Asamblea aprobó una resolución instando a Nicaragua a cesar las violaciones de los derechos humanos, liberar a los presos políticos, y respetar la libertad religiosa y la libertad de expresión, así como el Estado de derecho. Nicaragua abandonó la OEA, al igual que Venezuela y pareciera que nunca hubieran estado allí puesto que ambos regímenes ignoran y desprecian todo lo relativo a sus resoluciones y recomendaciones. El mensaje es para el resto de la comunidad americana, que más allá de la emisión de su voto no realizan actividad alguna con el fin de buscarle solución a esos problemas, salvo el sistema sancionatorio de Estados Unidos, que no es que produzca muchos efectos.
Los Estados también resolvieron reconocer la necesidad de que la OEA facilite asistencia a Haití en materia de seguridad, democracia, promoción y protección de los derechos humanos y la celebración de elecciones libres y justas tan pronto como sea posible. Este asunto difícilmente pueda involucrar al organismo más allá del relacionamiento que ha mantenido con los diferentes despliegues en el terreno de misiones de Naciones Unidas. Básicamente, las soluciones eventuales a la multifactorial crisis endémica haitiana están relacionadas con el presupuesto para su ejecución y solo a través de las contribuciones especiales bajo la coordinación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se puede seguir con ese empeño.
Asimismo, se aprobaron resoluciones sobre democracia, promoción y protección de los derechos humanos, seguridad y desarrollo, encaminadas a fortalecer y profundizar el trabajo de la organización en estas áreas, entre otras. Recientemente escribí un artículo en este mismo diario sobre el tema –«La Carta Democrática interamericana. 22 años después», junio 10, 2023-. La misma es la piedra angular del organismo para su actuación Las reformas que se proponen, importantes mas no suficientes, para los retos que actualmente superan las capacidades del organismo en el contexto actual deberían ser objeto de mayor atención por parte de los Estados miembros que integran el organismo, a pesar de los continuos embates de los reconocidos y autoproclamados saboteadores que, como lo he referido en otras oportunidades, lucen inclinados a trabajar en favor de la agenda rusa, china e iraní.
La Asamblea también aprobó el presupuesto de la OEA para el año 2024 en su programa-presupuesto. Al respecto es pertinente mencionar que Estados Unidos y Canadá aportan 86,58% del dinero para la operación de la Organización de Estados Americanos, mientras México aporta 5,58 % al organismo que pide desaparecer. Un retiro de financiamiento de Estados Unidos a un organismo como la OEA lo estremece más que una declaración de un presidente, como lo hizo Andrés Manuel López Obrador, ahora secundado por Lula y Fernández. Justamente, los cancilleres de sus respectivos países fueron los notables ausentes en la cita, además de Bolivia y no seguramente por razones de agenda.
Indudablemente la marea rosa que ha venido avanzando en el continente es determinante en el debilitamiento exprofeso del organismo. La defensa injustificable de los regímenes de Cuba y Venezuela -la “narrativa” de Lula, además de la tibieza hacia el de Nicaragua, parecieran ser los argumentos principales, así como el favorecimiento de una unidad latinoamericana bajo el paraguas de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe. En ese contexto se ha desarrollado la campaña sostenida de desprestigio personal y profesional del secretario general, Luis Almagro. Los escasos resultados que presenta la reunión anual contrastan con los exhibidos hace cinco años, en otro escenario por supuesto, donde se habían creado grupos de trabajo tan importantes como los relativos a la implementación del Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca y el del examen de la aplicación de la doctrina de la Responsabilidad de Proteger (R2P), referentes de la mayor importancia para la protección de la democracia y los derechos humanos en el continente.
La anomia colectiva de Latinoamérica en estos últimos ensayos de reintegración -Cumbre de Lula sin logro sustantivo, por ejemplo- pareciera estarse dirigiendo sus mayores esfuerzos a un ente sin estructura para tal fin como es la Celac. Su resurgimiento a partir del antinorteamericanismo de López Obrador, secundado por Fernández en sus pausas obsecuentes con Washington por razones de salud económica publica en Argentina, tendrá su prueba de fuego este mes en Bruselas al reunirse con la Unión Europea. Con la circunstancia de ir con agendas divergentes -Lula y Petro destacan desde ya-, la pretendida tutela de Sánchez pudiera tener sus horas contadas, literalmente, puesto que solo tres días separan la cumbre de las elecciones españolas de esquivo pronostico positivo para el actual presidente. Sin querer ser pesimista, lo previsible es que otra vez caigamos en el cajón de los recuerdos de Europa, como ha sido habitual tras esos magnos encuentros.
La OEA la conforman sus Estados miembros y hacia donde ellos se dirijan irá también el organismo. Los futuros procesos electorales que se avecinan no lucen como de importancia mayor para el cambio en el estado actual de cosas, salvo en el caso de Venezuela en un deseable triunfo democrático de la oposición venezolana en 2024, en el que María Corina Machado se perfila desde ya con una innegable ventaja que tendría un impacto mayúsculo y emblemático en el continente al contrarrestar los movimientos antidemocráticos autóctonos como foráneos.
Dentro del ya manido cambio de paradigma en las relaciones internacionales, la tradicional gobernanza global y regional que se aproxima a un siglo de existencia no luce como candidata a la sobrevivencia a largo plazo. Probablemente habrá coexistencia de mecanismos paralelos, como sucede hoy. Sin embargo, hasta que no haya sustitutos mejores a los avances que ha alcanzado el mundo en dos asuntos fundamentales que son la democracia y los derechos humanos, no deberíamos como humanidad optar por aquellos que producen miseria, sufrimiento y degradación del ser humano. Mientras haya esta esperanza organismos como la OEA deben ser referente fundamental. Está entonces en manos de sociedad civil y partidos políticos darle su apoyo, además de los Estados comprometidos. Hasta que Winston Churchill pierda vigencia.
“La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás»