Como dirían Willy Colón y Héctor Lavoe: «Todo tiene su final, nada dura para siempre». Las letras «ch» y «ll» han pasado a mejor vida. La Real Academia Española (RAE), que «limpia, fija y da esplendor» a la lengua de Cervantes, acaba de decretar la exclusión definitiva de los mencionados símbolos de nuestro abecedario, porque en realidad, según la institución, no son letras sino dígrafos. Según la propia RAE los dígrafos son conjuntos de letras o grafemas que representan un solo fonema. Es decir, que tanto la «ch» como la «ll» –esta que los hispanoamericanos pronunciamos como /y/– constituyen un solo ruido, aunque necesitemos de dos letras para representarlo. La decisión de excluir a estas difuntas letras es de vieja data (1994), pero, como todo, tardó en implementarse porque ambas eran letras enchufadas y llamativas.
Salvo en España, donde se lucha a brazo partido por su extinción, el español es una lengua floreciente en el resto del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, es la lengua extranjera más estudiada (dentro de algunos años lo será el inglés) y la hablan 543 millones de personas en el mundo, siendo el cuarto idioma después del hindi, le sigue el inglés. Es la lengua del reino de Castilla, por eso se le denomina también «castellano». Con el advenimiento de Isabel la Católica –según el historiador Menéndez y Pidal, la mejor gobernante que ha tenido España– se unifica políticamente la nación española, esa misma que trata de desunificarse actualmente. La lengua de Castilla se convirtió, entonces, en la lengua de España y de todos los territorios americanos que esta descubría y conquistaba.
Pero volviendo a los dígrafos que nos ocupan, no deja de ser curioso que la h, que es muda, quizá por eso tanta gente calla a la hora de defender los derechos humanos, haga tanto escándalo cuando se coloca después de la c. En cuanto a la ll, pronunciarla correctamente es supremamente complicado, como dirían en Colombia (el mejor lugar donde se habla el español según algunos), porque requiere llevar la punta de la lengua (en este caso el órgano muscular) al cielo de la boca por el lado del naciente.
Para no alargar excesivamente esta llamativa cháchara, solo recordar que la finada ch goza de la predilección del humor, quizá porque la forma expresiva de este es el chiste. Chespirito (Roberto Gómez Bolaños), por ejemplo, colocaba a todos sus personajes un nombre que iniciaba por ch: desde el Chavo hasta el Chapulín, pasando por el Chómpiras, el doctor Chapatín y Chaparrón Bonaparte, entre otros. Chaplin, es el genio del humorismo universal y el programa cómico por excelencia de la televisión venezolana fue Radio Rochela.
Para finalizar y para que no «panda el cúnico», solo agregar que la desaparición de la ch y la ll como letras del alfabeto no supone en modo alguno su desaparición del sistema gráfico español, lo cual tiene mucha lógica. Y es que, de lo contrario, los venezolanos tendríamos que llamar al proceso político que vivimos, desde hace poco más de dos décadas, «Avismo», una palabra que fonéticamente suena igual a aquella que designa a un lugar de gran profundidad en el cual no se alcanza a ver el fondo.
En fin, creo que, llegados a este punto, lo mejor es decir chao.
Artículo publicado en el diario TalCual