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El fetichismo fotográfico

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Atardecer en Kalahari, Botswana, África / Foto Involv Africa

El sol acababa de caer, como si la tierra hubiera devorado un inmenso círculo perfecto, una bola de fuego de rojo puro, sólido, sin una sola deformación en su circunferencia. Me senté a ver el atardecer, absorto frente al interminable desierto del Kalahari. A los pocos minutos, en lugar de oscurecer, el cielo, las nubes, el universo entero, todo el paisaje, estallaron en una pugna expansiva de destellos y colores. Todas las tonalidades desembocaron en mi mirada: anaranjado, escarlata, bermejo, bermellón, ámbar, ocre, morado, fucsia y también azules. Como si el sol enfurecido luchara contra el ocaso en los trasteros del horizonte, una línea que se hacía cada vez más profunda, más amplia. También la arena era un destello, una ráfaga de colores que se unía con el firmamento. No tengo memoria de otro ocaso similar, tan vasto. Repentinamente, en medio del silencio absoluto y portentoso que ocurre sólo en la naturaleza, los sonidos monocordes de los obturadores de cámaras fotográficas quebraron mi concentración. Alterado, me giré y vi a los turistas que había en el lugar, no muchos, en un farragoso ir y venir para capturar con sus cámaras el crepúsculo. Después de la foto, ninguno permaneció más de un minuto en el asombro.

A pesar la incomodidad que me había producido la interrupción, sentí, inexplicablemente, cierto remordimiento por no haber fijado el instante para enviárselo en forma de foto a amigos y familiares, de modo que, de allí en adelante, decidí llevar siempre la cámara fotográfica conmigo, una antigua Canon 35 mm. Pésima decisión. A partir de allí, también, me sentí absolutamente desnudo. Al tener que enfrentarme en la distancia a la fotografía de una ágil y rápida chita o de un pequeño cuclillo esmeralda, empecé a anhelar los gigantescos teleobjetivos que tenían todos los turistas. El que menos, cargaba con superteleobjetivos de entre 240 y 500 mm., muchísimos con focales mayores a los 500 mm. El problema no es, por supuesto, que las facilidades técnicas nos hayan hecho confundir nuestro rol de viajeros con el de geniales fotógrafos, que todos queramos y podamos ser artistas o periodistas de National Geographic, sino que África, por no decir el mundo entero, se ha convertido, no en un continente para ser vivido, sino en un escenario para ser fotografiado. No importa el instante, la experiencia. Lo relevante es mostrar la imagen.

El fetichismo fotográfico es uno de los grandes fenómenos sociales del siglo XX. Es un desplazamiento masivo de la libido que invertimos en el objeto a su representación. Pero las complejidades que revela, como observamos en el impacto psicológico de los teléfonos inteligentes con cámara y la fenomenología del selfi, no son problemas de elección individual, no resultan de la libertad de acción y representación. Son mandatos sociales. En África, parecieran tener carácter conminatorio. Las personas con la cámara más extraordinaria o el teleobjetivo más penetrante tienen carisma, son portadores de una especie de liderazgo natural. Son poseedores de derechos especiales. Los mortales sin cámara tienen una mengua de humanidad. Los remeros, los motoristas, los conductores, los baqueanos, los guías, obedecen y dan prioridad a las personas imbuidas de mana fotográfico. Basta que en una barcaza o en un transporte colectivo tengamos la desgracia de coincidir con un pakistaní o un japonés con un ultratelefoto de observatorio astronómico, será él quien imponga el ritmo del viaje. Aunque deseemos continuar el trayecto para disfrutar del paisaje en su totalidad, para sentir el viento, la cadencia y compás del camino hacia distintos derroteros, es muy probable que nos veamos obligados a permanecer 40 minutos en el mismo lugar, esperando las 1.266 fotografías del diminuto pajarito que a simple vista no se ve y cuyo nombre nadie conoce, menos pronunciado en un ininteligible inglés con tono bantú. En el África dura y pobre, el valor de una cámara fotográfica puede representar una fortuna para la manutención de una familia entera. En el África turística, en las reservas y parques naturales, es difícil superar el día sin una cámara, aunque sea una sencilla Canon 35 mm.

Artículo publicado en Atril.press

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