La neurogastronomía se adentra en el fascinante cruce entre cómo percibimos la comida y cómo se afecta nuestro cerebro al hacerlo y, por extensión, nuestra percepción, memoria y emoción. Uno de los casos más emblemáticos de esta interacción es el “fenómeno Proust” o “efecto Madeleine” (magdalena). Esta ocurrencia lleva el nombre de Marcel Proust, el célebre autor francés porque, en su obra ‘En busca del tiempo perdido’, describe un momento en el que el protagonista se come una madeleine —un tipo de galleta francesa— sumergida en té. Al hacerlo, se ve inundado por recuerdos de su infancia.
Veamos un caso de emociones neurogastronómicas:
«Psicólogo: ꟷBuenos días, Luis. ¿Cómo te sientes?
Luis: ꟷBuenos días. Pues, la verdad es que he estado un poco triste últimamente.
Psicólogo: ꟷ¿Quieres contarme más sobre eso? ¿Hay algo en particular que haya desencadenado esa tristeza?
Luis: ꟷSí, me he dado cuenta de que cada vez que como algo típico de Venezuela, me pongo muy nostálgico y empiezo a extrañar mucho mi país. Incluso he llegado a llorar en algunas ocasiones.
Psicólogo: ꟷEntiendo. La comida puede ser un fuerte recordatorio de nuestro hogar y nuestras raíces. ¿Puedes compartir alguna experiencia específica en la que esto haya ocurrido?
Luis: ꟷClaro. El otro día preparé arepas con unos amigos, que es un plato muy típico de Venezuela, y al primer bocado me vinieron a la mente todos los recuerdos de mi familia y los momentos felices que pasamos juntos. Fue como si por un momento estuviera de vuelta en casa, pero luego la realidad me golpeó y me sentí muy solo.
Psicólogo: ꟷEs comprensible que te sientas así. La comida tiene el poder de evocar recuerdos y emociones profundas. Es una parte importante de nuestra identidad y nuestros lazos con el hogar. Es bueno que tengas amigos a quienes le puedas contar tus sentimientos. La conexión con otros que entienden lo que estás pasando puede ser muy reconfortante. Debes tener presente que en tu narración tu primer recuerdo fue de felicidad con tu familia. Podemos profundizar en lo positivo y partiendo de allí, encontrar las maneras para lidiar con tu tristeza mientras te adaptas a tu nueva vida. ¿Te parece bien?
Luis: ꟷSí, me gustaría mucho eso…
Psicólogo: ꟷCuéntame ¿quién hacía las arepas en la familia?…»
“Por el aroma yo lo sé…”
Lo que Proust artísticamente relata es una experiencia que muchos hemos vivido: un sabor, un aroma y una textura que, al ser experimentados, nos transportan a un momento y lugar de nuestro pasado, o fija un presente para el futuro. La neurociencia, se relaciona con cómo y por qué se procesa en el cerebro la información sensorial, particularmente los olores y sabores. El sistema olfativo tiene conexiones directas con el hipocampo y la amígdala, estructuras cerebrales fundamentales para la memoria y la emoción, respectivamente. Así, un aroma o sabor particular puede actuar como un gatillo que activa un recuerdo específico, especialmente si esa remembranza está cargada emocionalmente. La comida tiene este poderoso estímulo sobre la memoria. Basta preguntar cuál es el plato más sabroso que nos gusta y cuál es el recuerdo que nos trae, seguramente asociado con seres queridos.
Comida, sobrevivencia y emociones
“Desde una perspectiva evolutiva, la capacidad de recordar fuentes específicas de alimentos era esencial para la supervivencia. Nuestros antepasados necesitaban acordarse dónde encontrar alimentos y, más importante aún, saber qué alimentos eran seguros para consumir y cuáles no. Además, a lo largo de la historia humana, la comida ha estado íntimamente ligada a la sociabilización.
Las comidas se han compartido en familia, con amigos, en celebraciones y ceremonias. Estos momentos, a menudo cargados de emoción, crean recuerdos vívidos que se anclan en los sabores y aromas de los alimentos consumidos. La neurogastronomía, al estudiar fenómenos como el efecto Proust, no solo proporciona una ventana al funcionamiento de nuestro cerebro, sino también a nuestra cultura, historia y conexiones emocionales. Nos recuerda que la comida es algo más que combustible para el cuerpo, es una experiencia que conecta el pasado, el presente y, potencialmente, el futuro. Al comprender mejor esta conexión, podemos apreciar aún más la riqueza de nuestras experiencias culinarias y cómo estas moldean y reflejan nuestra identidad y memoria colectiva”, nos explica el neurogastrónomo Merlín Gessen.
Neurogastronomía y felicidad
La neurogastronomía es un campo que estudia la relación entre el cerebro y la experiencia de comer y de cómo estos aspectos pueden afectar nuestras emociones y decisiones. Comer forma parte de la felicidad de las personas de varias maneras. Por lo que entender mejor cómo nuestros cerebros procesan las experiencias gastronómicas, nos revela una fuente de recuerdos felices y de conexión social y existencial. Compartir comidas fortalece los vínculos afectivos y conlleva un sentido de comunidad y de pertenencia, lo cual es primordial para nuestro bienestar y satisfacción. La neurogastronomía contribuye a entender la compleja interacción entre mente, cuerpo y comida, y cómo esta relación puede ser utilizada para mejorar nuestra salud emocional y nuestro bienestar general.
No todas las conductas aprendidas son útiles para mejorar nuestra vida y ser más felices, pero una buena parte de ellas suelen ser beneficiosas. Aprender a comer, es un aspecto vital de nuestras vidas porque hacerlo de manera equilibrada y consciente permite mantener un mejor estado de salud, prevenir enfermedades, y a disfrutar más de esta experiencia. Además, nos ayuda a manejar mejor nuestras emociones con los demás. Comer de manera saludable y consciente puede ser una habilidad valiosa para ser más felices. Más información sobre el tema lo puede encontrar en “Maestría de la Felicidad”. (Gessen y Gessen, 2024, Cap. 4).
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos.