A falta de una definición universalmente aceptada y establecida, la palabra fascismo se presta a múltiples interpretaciones. En realidad, cada quien lo expone y explica de conformidad con su propio interés y conveniencia. Ahora, que en Venezuela se está promulgando una “ley antifascista” con la finalidad de condenar ciertos comportamientos de quienes se oponen al régimen, conviene ceder la palabra a alguien suficientemente autorizado que por su lugar y fecha de nacimiento, por sus estudios y prominencia en el ámbito intelectual, resulta muy difícil refutar o calificar de errado, parcializado o desconocedor de la materia. Me refiero al filósofo, semiólogo y escritor italiano Umberto Eco, autor de muchos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de algunas novelas de mucho éxito, como El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, Baudolino, La isla del día de antes y otras más, fallecido a los 84 años, en Milán, a comienzos de 2016.

En una conferencia dictada en la Universidad de Columbia (Estados Unidos), en 1995, para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la derrota del fascismo en Italia (1), Umberto Eco explicó que el fascismo no tiene una filosofía propia o una ideología política rigurosamente estructurada, ni ha sido tampoco un sistema de gobierno completamente totalitario como el comunismo. En todo caso sería un totalitarismo vago, impreciso (light, diríamos hoy), lo que de ninguna manera significa que no sea cruel, intolerante y dictatorial. El fascismo es, en esencia, un collage de diferentes ideas políticas y filosóficas, pero, aun así, es una confusión estructurada, una emoción ensamblada firmemente con determinados arquetipos básicos. Según Eco se pueden establecer, entre otras menos importantes, las siguientes características básicas del fascismo:

  1. El culto a la nacionalidad y a sus símbolos (himno, bandera, escudo, etc.), a los antepasados, a la tradición, a los prohombres de la historia patria, etc.
  2. El estatismo y la condena a la forma de vida burguesa.
  3. La exaltación y la movilización de las masas mediante la utilización de la frustración individual o colectiva. Históricamente el fascismo ha sido un llamamiento a las masas irritadas y desazonadas por alguna crisis socioeconómica o por una derrota bélica.
  4. La permanente denuncia del complot y la amenaza de los enemigos coligados, de todos los que no están abiertamente con la revolución (empresarios, exiliados, Iglesia, judíos, imperialismos, etc.).
  5. La exaltación del heroísmo y el culto a la muerte, expresados en la disposición y preparación para morir por la patria, por la causa, por los ideales de la revolución, etc.
  6. La concepción del pueblo como una entidad monolítica que expresa la voluntad de la nación y la caracterización del líder carismático como el único y fiel intérprete del designio nacional.
  7. La inclinación por las armas y el militarismo.
  8. La lucha y el enfrentamiento permanente.

No es preciso que todas estas características estén presentes, basta con que algunas de ellas existan para que se configure un sistema político de corte fascista o un pensamiento orientado en esa dirección. El pensamiento fascista está siempre latente y se pone en movimiento cuando la democracia fracasa y se producen graves crisis económicas, políticas y sociales.


(1)  Umberto Eco, Cinco escritos morales, Editorial Lumen, S.A., Barcelona, España (1999)

 


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