Tras casi dos años en el poder, la primera ministra italiana Giorgia Meloni se ha vuelto más popular e influyente que nunca, no sólo en Italia sino también en toda la Unión Europea. Es un logro notable para la líder de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), un partido político con raíces en el fascismo italiano que hasta hace poco era relativamente pequeño, carecía de cultura de gobernanza y exhibía una firme postura contraria a la UE y al euro.
Meloni lidera una coalición tripartidaria con una fuerza de ultraderecha (la Lega) y otra de centroderecha (Forza Italia). Pero Hermanos de Italia tiene una mayoría sólida. Y no es lo único que los distingue de sus socios de coalición. A diferencia del líder de la Lega (el prorruso Matteo Salvini), Meloni es abiertamente favorable a la OTAN. Es una de las principales razones por las que la dirigencia de la UE (y los mercados) tienen una visión cada vez más positiva de ella.
Todo indica que Meloni tendrá una influencia duradera en la política europea, donde Hermanos de Italia es parte del grupo de centroderecha Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), del que es presidenta. Forza Italia, por su parte, pertenece al Partido Popular Europeo (PPE), mientras que la Lega pertenece a Identidad y Democracia, junto con partidos de ultraderecha como Alternative für Deutschland (de Alemania) y la Agrupación Nacional (de Francia).
Meloni ya está tratando de darle más relevancia al agrupamiento CRE, aprovechando las expectativas de que la elección de junio para el Parlamento Europeo fortalezca a la derecha y debilite al centro. El PPE lidera las encuestas, pero para gobernar tendrá que formar una coalición, y necesitará los votos del CRE. Es muy probable que Meloni aproveche esta oportunidad para asegurarle a Hermanos una posición importante a cambio de apoyar a Ursula von der Leyen (del PPE) en su intento de obtener un segundo mandato como presidenta de la Comisión Europea.
Es verdad que una alianza formal entre CRE y el PPE (más los liberales) es improbable. La composición de CRE (que incluye a partidos de derecha radical como el español Vox, el polaco Ley y Justicia y nuevas incorporaciones como el francés Reconquête!) lo vuelve difícil de aceptar para los partidos más ortodoxos.
Pero no es imposible que haya negociaciones pragmáticas y apoyo en temas concretos. Y aquí Meloni puede resultar una mediadora clave. Pero en el tira y afloja, algunos de los compromisos de la Comisión saliente (por ejemplo la política de descarbonización) pueden terminar diluidos.
Es probable que el impacto de Meloni sobre la política europea trascienda el Parlamento Europeo. El matrimonio entre un partido con raíces en el fascismo, otro que es prorruso y uno que integra el PPE puede parecer una peculiaridad italiana que difícilmente se repita. Pero hasta ahora ha funcionado. Y si funciona en Italia, puede mostrar un camino a otros partidos políticos de Europa.
En muchas democracias avanzadas, la fidelidad de los votantes a los partidos políticos está en retroceso hace unas dos décadas. Ha habido grandes oscilaciones en el apoyo del electorado, y nuevos partidos ascienden (y a veces caen) de un día para el otro. Los partidos tradicionales ofrecían programas políticos abarcadores, pero los nuevos movimientos suelen concentrarse en temas acotados. Conforme el voto se vuelve cada vez más transaccional, se amplía el espacio para la formación de alianzas «antinaturales».
Pero no todo marcha sobre ruedas para Meloni; de hecho, un apoyo estable continuo en Italia no está garantizado. El ascenso de Hermanos ha sido meteórico: pasaron de sacar el 4% de los votos en 2018 a cerca del 27% en la actualidad. Pero su fortaleza ha derivado en gran medida de las debilidades ajenas. Esto también sucede en otras partes de Europa: los gobiernos de la mayoría de los países de la UE (Alemania, España, Francia, Países Bajos y Portugal) tienen muy difícil sobrevivir a la próxima elección. Y sucede también en Italia, donde dividida, la oposición no puede plantar un reto significativo.
Pero el electorado italiano es muy volátil, y más aún en un contexto de dificultades económicas. Y a pesar de que la economía italiana ha funcionado bastante bien desde la pandemia de COVID-19 (mejor que la de Alemania), el panorama parece estar empeorando, al revertirse medidas tomadas en respuesta a la crisis, en especial los generosos subsidios al sector de la construcción.
Se prevé que este año el déficit fiscal de Italia alcanzará un 4,3% del PIB (0,6 puntos porcentuales por encima de la meta original del gobierno) y que el gasto neto primario incumplirá la nueva normativa fiscal de la UE. Si se suma el hecho de que algunos analistas independientes temen que las estimaciones de crecimiento para 2024 sean demasiado optimistas, parece probable que haya un ajuste fiscal más fuerte de lo esperado. Y cuando cuatro años de generosidad fiscal lleguen a su fin, el crecimiento se reducirá.
Felizmente, esto todavía no se ha trasladado a la prima de riesgo de los bonos públicos italianos. Han quedado atrás los tiempos en que apuestas contra el euro provocaban inestabilidad en los mercados financieros. Pero el mercado está muy atento al desempeño de Italia y siempre puede cambiar de opinión.
Meloni ha demostrado que es una política creativa (y no la populista que muchos temían que fuera), pero un liderazgo basado en la debilidad ajena no es sostenible. Y hasta ahora, no ha presentado ninguna estrategia para dar respuesta a los problemas estructurales de Italia, a sus disparidades regionales y a la necesidad de reformar los sistemas de salud y pensiones. Tarde o temprano, los votantes pueden dar la espalda a Hermanos.
Traducción: Esteban Flamini
Lucrezia Reichlin, exdirectora de investigaciones en el Banco Central Europeo, es profesora de Economía en la London Business School y fiduciaria de la International Financial Reporting Standards Foundation.
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