En días pasados Venezuela observó, con pena ajena, a un pastor evangélico de rodillas frente a Nicolás Maduro pidiendo perdón al señor. En transmisión por el canal del Estado, en presencia de distintos funcionarios y en Miraflores (calificado en el ritual como “centro espiritual del país”). Este tipo de actividades son claramente una afrenta al principio de separación entre la Iglesia y el Estado, son contrarios a la Constitución y, además, son una clara manipulación con fines electorales.
En Venezuela no existe una religión oficial, al contrario, existe libertad de culto. Cualquiera puede practicar la fe de su preferencia sin que eso suponga ni prerrogativas ni perjuicios e, incluso, puede no practicar ninguna religión. Eso según lo que dice nuestra Constitución, no obstante, el evangelio según Maduro tiene al parecer mandatos más observables que la carta magna. Ahora ser pastor evangélico permite acceder a fondos provenientes del sistema Patria, recursos para construcción, remodelación y dotación de iglesias e influencia en la toma de decisiones en la administración pública. Esto no es un retroceso al siglo XX; es, por lo menos, un retroceso a la Edad Media.
¿Es este un problema? ¿Acaso el presidente no puede practicar su religión? Claro que sí, el presidente puede ser católico, evangélico, musulmán, judío, seguidor de Sai Baba, Yoruba o Palero, pero su responsabilidad como jefe de un Estado laico implica reservar sus inclinaciones espirituales a su fuero privado y, además, que tales inclinaciones no tengan ningún peso sobre las decisiones públicas ni privilegios para sus correligionarios. Si no se separan las cosas, si no le damos al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, más pronto que tarde tendremos, en vez de un presidente, un semidiós o un dios despachando en Miraflores. En ese caso no podremos votar, solo decir amén.
¿Qué le pasará a quien no se haga seguidor de la “fe verdadera”? ¿Ahora pecado y delito será lo mismo? Además de que por razones políticas se nos conduzca a la prisión, al exilio o a sufrir torturas ¿también se sumará a ese repertorio la hoguera? Ya que el discurso de las sanciones internacionales no parece ser creído por nadie como justificación de nuestros sufrimientos colectivos, ¿ahora diremos que el hambre, los bajos salarios, la falta de agua o electricidad, son castigos divinos y que todo sufrimiento terrenal será recompensado en el cielo después de morir siempre y cuando seamos obedientes a la “fe verdadera”?
Quizá me digan comunista, vieja cruz adeca, por decir que toda esta espiritualidad recientemente descubierta del jefe del Estado es opio para el pueblo. Un intento de adormecer el reclamo popular por una vida mejor, una vida digna en el aquí y en el ahora, no mañana, ni en el cielo, aquí y hoy. Vale la pena recordar que, en el pináculo del poder de Robespierre, en la Francia revolucionaria, después de un absurdo anticlericarismo, se pretendió crear una religión oficial al “supremo”, días después Robespierre fue… separado del cargo. Afortunadamente, los venezolanos de hoy tenemos una forma civilizada de rechazar pretensiones de ese tipo: con el voto, el próximo 28 de julio.
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