OPINIÓN

El espíritu tras la adversidad

por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

Los venezolanos están enfrentando una calidad de vida decreciente que se traduce en muchas cosas, sin embargo, estas pudiesen ser sintetizadas en tres palabras: ansiedad, frustración y tedio. Esto no es para menos. ¿Cómo pudiese ser de otra manera? El pasado queda en el recuerdo, el presente emerge sin consuelo y el futuro es una promesa silente que solo nos desespera. Suena muy triste, ¿no? Ese es el panorama cuando se vive una conjetura tan humillante como la actual. No obstante, hay algo, un hilo de luz, que se escapa de las fauces de tantas tinieblas.

Para ver ese hilo luminiscente se requiere, primero, tomar una medida muy difícil y esa es soltar el escudo de la resiliencia, ese bálsamo del autómata que sigue y sigue a pesar de lo que sea, a fin de tener un momento para, de veras, sentir el peso total de la circunstancia. Esto no es placentero, de hecho, es lo más devastador que se puede hacer. Cuando uno empieza a pensar en la gravedad real de todo cuanto se está viviendo, las voces fatalistas surgen a borbotones. Estas suspiran: “No hay nada que hacer”, “¿por qué sigo peleando?”, “nada es como antes”, “todo decae sin parar”, “¿qué será de mis seres amados?”, “¿qué será de mí mismo?”. Y así sucesivamente.

A las afirmaciones y cuestionamientos de tales voces es importantísimo que les demos audiencia, so pena de que terminemos por implosionar. Pero más allá de eso es que no podemos evadir toda la vida lo que está pasando. La tragedia es real, está ahí afuera, nos atañe y nos perjudica. En tal sentido, las voces fatalistas son solo heraldos de la conciencia que sabe que la amenaza existencial es tangible. El empobrecimiento progresivo no es chiste, el hambre no es cuento, la persecución no es rumor, la pérdida no está circunscrita exclusivamente a la vida de los extraños; estas son las verdades que tratamos vehementemente de ignorar o reprimir en nuestros corazones.

El asumir tal pesar representa, aunque no lo parezca, el inicio del camino de vuelta hacia la luz. Con esto no se hace referencia a llorar o a lamentarse un rato para luego regresar plácidamente al mundo de la evasión y lo artificial. Totalmente lo contrario. De lo que aquí se habla es de retomar la realidad en toda su extensión.

Qué quiere decir “retomar la realidad” puede estar preguntándose el lector en este instante. Bueno, lo que eso significa es regresar al concepto de que lo que nos rodea importa. Cuando a nosotros nos importa algo, la indiferencia no es opción por cuanto el valor que le damos no solo mueve las fibras más recónditas dentro de nosotros, sino que también nos sintoniza con ese verbo que es “cuidar”.

Cuidar es querer preservar, mantener, sostener y, puesto de la forma más noble, proteger. Tener tal disposición no es de apáticos o vencidos, sino de aquellos que saben que la línea entre lo que puede ser y lo que es se ve definida por su actuación. Imagínense solamente lo tan diferente que pudiesen ser las cosas si dejásemos esa impotencia corrosiva que nos pinta como incapaces de influir en nuestro destino, y la sustituyésemos por ese vigor de lucha por lo que sabemos que es nuestro.

Después de la aceptación y, por ende, la conquista de la oscuridad es que los elementos esenciales de nuestras vidas empiezan a brillar con un furor inigualable. Es ahí donde encontramos las respuestas al porqué seguimos aquí, al porqué aún estamos prestos a luchar y al porqué no podemos darnos por vencidos. De alguna manera, siempre fue simple; la razón por la cual nos sentimos inclinados a recuperar la compostura es que, incluso después de mucho dolor, las cosas nos siguen importando.

Ese es el espíritu tras la adversidad, el hilo de luz que permanece a pesar de la penumbra. Se nos manifiesta a través de lo que vale y queremos cuidar: la amistad, la familia, la pareja, la autoestima, los anhelos y, cómo no decirlo, el país que nos vio nacer. A partir de la importancia de lo que nos rodea nos atrevemos a ser optimistas y a tener esperanzas, porque para los objetos de nuestro amor no queremos otra cosa que no sea el bien.

Como venezolanos, en estas horas tan cruentas, debemos reaccionar como cualquiera que ve que las cosas que ama son tratadas con desprecio: con rabia y acción, en vez de con bostezo y parálisis.