Está claro que el chavismo -no todo- encarna una cadena de desaciertos, extorsiones, corruptelas y terca apología de ineptitud. Por ello, atrae fracasados, desleales y desorientados, desde los escalones más humildes del trabajo hasta los colosales naufragios empresariales, económicos y políticos. Aunque esta visión es innegable, no es exacta. Tales especímenes, asimismo, pululan en círculos que se jactan de ilustrados, respetuosos de los derechos humanos, que acogen con talante democrático las opiniones ajenas, del que tanto presumen. También están los valerosos, esos que defienden a rostro descubierto, con el corazón firme, sus principios, demandas y razones. Sin embargo, con demasiada frecuencia, la complicidad oportunista se disfraza, se infiltra, se entrelaza en los rincones menos sospechados; se mimetiza en el paisaje y de su presencia se percata, cuando golpea la amarga sorpresa.
Tomemos, por ejemplo, prestigiosos y exclusivos cenáculos, cuya entrada se celebra como un triunfo. Allí, individuos de conducta intachable truecan principios por conveniencias, evalúan según riqueza, éxito en los negocios o influencia, relegando la decencia pública. Lugares de abolengo y tradición que, si siempre se hubieran mantenido fieles a su esencia, no habrían sucumbido al estilo grosero, chabacano, arrogante y altanero que hoy conocemos como el castrismo venezolano. No obstante, algunos de sus miembros más conspicuos respaldaron la estulticia convencidos de que manipularían a un inepto, carente de formación, un títere que acataría órdenes. Pero el fantoche resultó astuto, despiadado y ducho en liderar incautos.
Existen camarillas elitistas y excluyentes, compuestas por linajes de ilustres formados en reputadas instituciones nacionales e internacionales, que se embriagan en cuadras, deleitan en charcas diseñadas; disfrutan bares y festejos en acogedores salones de banquetes. Educados para erigirse en líderes cívicos, terminan fascinados por la pudrición, comportándose como rufianes, capos de mafias y pandillas, menospreciando a quienes se alzan en reclamos legítimos. Pero basta con que alguien muestre los dientes para que callen, optando por la connivencia, prueba de esa dolencia mental y espiritual que es el castrismo -sea chavista, o de cualquier matiz-, según corruptelas a proteger o juicios a esquivar. Una peste enquistada en los órganos más insospechados.
Los escépticos, curtidos en el conocimiento de lo venezolano, parecen tener razón. Tal vez porque, sin pertenecer, han vivido a cierta edad el yugo de dictaduras que sometieron a los ciudadanos y silenciaron políticos.
Urge edificar desde los cimientos un nuevo país, con expertos que enarbolen democracia y libertad como estandartes, dejando atrás a los engreídos que sueñan con excesos y demasías; así como, a los rezagados embusteros que, rechazados, vencidos y descalificados, cosechan las secuelas de su ascenso al poder. Cargados de tropiezos, mediocres en méritos y acaudalados en codicias, no supieron ver, cegados por su egolatría, que el país, como toda creación humana, evolucionaba. Apretaron la tuerca hasta aislarla.
La nación flota a duras penas. La nave revolucionaria de la ignorancia, incapaz de navegar con o contra la corriente, nos arrastra al fondo. Algunos tragan en seco, persisten en sus yerros y toleran lo que jamás aceptarían en sus hogares o empresas. Otros protestan en privado, pero enmudecen en público, cómplices tanto de lo bueno como de lo nefasto. Guardan silencio para esquivar el “qué dirán” o el rechazo de unos pocos. Pero, lo triste y deplorable: “No me meto para no complicarme”. Así triunfa el statu quo, artero y devastador.
En décadas, Venezuela no ha logrado desprenderse del chavismo, ni de sus ramificaciones y réplicas comunistas, socialistas y castristas. Eso habla mal de nosotros. ¡Rompamos el silencio encubridor! El letargo es pasajero, y se extinguirá. Venezuela no es un pueblo de truhanes indecentes ni de indignos sometidos; no está vencida, nunca será dócil, mucho menos fallida. Pero si seguimos negligentes, temerosos y mudos, no estaremos lejos de ese sombrío destino.
@ArmandoMartini
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