Hasta el último momento corrían las conjeturas acerca de si Trump se reuniría con Guaidó. Algunos señalaban, con razón, que si el encuentro no se producía entonces la gira internacional de Guaidó quedaría devaluada. Y otros deseaban que la reunión se celebrara, para que se reiterase a nivel presidencial, pero de modo personal, el apoyo del gobierno de Estados Unidos a la causa democrática de Venezuela. Lo que terminó ocurriendo fue mucho más de lo esperado, superó las expectativas por su proyección política y mediática.
El respaldo unitario a Guaidó en el Congreso de Estados Unidos, las entrevistas en la Casa Blanca, la receptividad de Trump y sus más importantes funcionarios, manifiestan un compromiso público muy importante, que además de resaltar el conjunto de apoyos previos por parte de mandatarios de otros países durante la referida gira -Canadá, Francia, Reino Unido, Alemania, amén de de muchos gobiernos de América Latina- también contribuyen a consolidar a Guaidó como la figura principal de esa gran mayoría del país que ansía un cambio de fondo, en lo político, económico y social.
No se puede tapar el sol con un dedo, por lo que obviar esta realidad sería como tratar de hacerlo. Si fuera factible la unidad de un frente opositor, ya se sabe, al menos en el presente, quién debe ser el eje. Sin embargo, el desafío no está solamente en la capacidad de los voceros o representantes, sino en la manera cómo desempeñen su labor; eso que los expertos llaman «estrategia». No puede ser más de lo mismo. O mejor dicho, no debería serlo.
Focalizar la lucha en tramoyas de diálogo o en los laberintos preparatorios de supuestos comicios bajo el control de la hegemonía, equivaldría a perder el tiempo y, peor aún, a erosionar el capital político acumulado. Ya Rodríguez Zapatero comenzó a dar zapatazos hacia una «inminente salida electoral». Su juego de siempre. El juego de la hegemonía que no debe jugarse más. Ojalá y el espaldarazo promueva un cambio de actitud y de esfuerzo.