OPINIÓN

El eslabón perdido

por Ángel Oropeza Ángel Oropeza

A pesar de que hoy en día no posee la validez científica que antes tenía, el término “eslabón perdido” sigue siendo utilizado en la literatura y en los medios de comunicación para referirse al elemento que falta en una cadena para que esta funcione como tal, para que el engranaje cumpla su papel de transmitir potencia mecánica de un elemento a otro. De hecho, un engranaje se forma cuando sus componentes o eslabones se acoplan y funcionan de manera coordinada. Si uno de estos eslabones falta, el engranaje deseado simplemente no se logra.

La oposición democrática se ha planteado varias tácticas para alcanzar su objetivo estratégico, que es derrotar a la dictadura por medios pacíficos y constitucionales, sustituyéndolo por un Gobierno de Emergencia y Unión Nacional que frene la crisis estructural y reconstruya a Venezuela. Entre esas varias tácticas o modalidades de la lucha política complementarias e incluyentes (por ejemplo, la presión y la acción internacionales, la docencia social, la exploración de mecanismos de negociación con el enemigo, el trabajo político de socavamiento de las bases de apoyo del régimen, por mencionar solo algunas), hay una que es crucial, y sin la cual las otras pierden mucho de su eficacia política: la presión cívica interna, constitucional y democrática.

Por presión cívica interna se entiende la articulación progresiva, sistemática y constante de las acciones de protesta y de legítima exigencia de los distintos actores sociales de un país, que tiene por una parte unos niveles de organización e intercomunicación, y por la otra una direccionalidad orientada hacia los responsables de sus derechos vulnerados, lo que le permite convertirse en un instrumento social de poderosa eficacia política.

Nótese que la presión cívica interna es distinta a la conflictividad social, entendida esta última como un indicador de las protestas sociales, conflictos, tensiones y luchas populares de un país. La conflictividad social, aunque sus causas suelen ser identificadas y reconocidas, puede ser de expresión espontánea, desagregada, sin orden, articulación ni direccionalidad. La presión cívica interna no. De hecho, puede haber mucha conflictividad social sin que ella necesariamente ni se convierta en presión cívica interna ni tenga la eficacia y direccionalidad para representar un peligro para la dictadura.

En Venezuela la conflictividad social no solo es alta sino que cada vez se agrava. Según las cifras del Observatorio Venezolano de la Conflictividad, en el pasado mes de marzo se registraron 580 protestas en el país (un promedio de 19 protestas diarias). En abril, las protestas aumentaron a 716 (24 diarias en promedio). Y en mayo, último mes sobre el que se tiene registro, la cifra se elevó a 1.075, lo que significa un promedio de 36 protestas populares al día. Nótese que este aumento en la conflictividad ha ocurrido no obstante las severas restricciones de movilización impuestas en los últimos 3 meses para evitar la propagación de la pandemia. A pesar de la cuarentena y las prohibiciones, el pueblo se ha lanzado a las calles en reclamo por sus legítimos derechos.

Ahora bien, una cosa es una multitud creciente de protestas y motines populares desagregados, y otra un movimiento de presión cívica que solo se construye a partir de la interconexión entre esas expresiones de reclamo, pero sobre todo de una organización que permita dotarles de  la dirección política necesaria para dos objetivos cruciales: uno, evitar en lo posible que esta rabia ciudadana se quede solo en expresiones de descarga catártica o –peor– se desvíe en contra de la misma gente, y dos, buscar las maneras de intentar canalizar esta energía en formas que tengan al menos algún grado de eficacia política.

La sola conflictividad social, de suyo grave, no parece preocuparle a la dictadura. Maduro cree que puede seguir su avance hacia la radicalización totalitaria porque siente que sus acciones no tendrán mayores consecuencias, lo que evidencia que su actuación no depende de códigos éticos ni mucho menos de marcos jurídicos, sino íntegramente de la existencia o no de fuerzas que puedan frenar sus apetencias de dominio. Este avance de Maduro hacia la destrucción total del país solo puede ser frenado si al lado de una presión internacional creciente, se levanta sobre todo un movimiento poderoso y articulado de presión y lucha cívica interna. Y este es el eslabón que ha faltado en el engranaje de las fuerzas democráticas que se oponen a la dictadura.

La gente está saliendo espontáneamente a protestar por falta de alimentos, por la precariedad de los servicios públicos y por lo indigno de sus condiciones de vida, y pocos los estamos acompañando en sus luchas, y no hay una orientación de cómo conducirlas.

Los factores políticos y sociales que luchamos por la liberación democrática de  Venezuela debemos orientar a los ciudadanos a que la lucha no solo es por alimentos, agua, gas o electricidad, sino también por restituir el orden constitucional, porque las penalidades que hoy sufrimos como pueblo son precisamente consecuencia de esa ruptura con la Constitución y de la imposición por la fuerza de un modelo de dominación que solo favorece a unos pocos a cambio del empobrecimiento y dolor de la mayoría.

Ahora bien, cualquier estrategia para intentar transformar la proliferación de protestas y pobladas en auténtica presión cívica,  debe basarse en dos columnas: docencia política y acompañamiento popular.

La docencia o pedagogía política debe privilegiar el informar y explicar siempre, evitar el peligro que parte importante de la población se quede sólo con las versiones y “maneras de echar el cuento” del régimen, y señalar siempre al responsable de los problemas que sufre la gente. Y el acompañamiento se inicia con la solidaridad y ayuda a quienes legítimamente protestan, acompañándolos físicamente y estimulando su valentía y decisión. En cada uno de los barrios y comunidades donde haya presencia de miembros de los partidos políticos o de las organizaciones sociales, es necesario orientarlos a estar prestos para acompañar a la población en sus protestas. No se trata de buscar dirigirlas partidistamente, lo cual no es ni deseable ni posible, sino convertirnos en uno más del pueblo en esas luchas.

Pero además de esas dos columnas –docencia política y acompañamiento– se requiere de un elemento central, y es la organización de las estructuras sociales y partidistas aguas abajo para llevar adelante esa tarea. La migración forzada, la crónica crisis económica y la represión selectiva pero salvaje de la dictadura contra dirigentes políticos y sociales locales, ha mermado en alto grado estas estructuras organizativas, y esa es una de las razones por las cuales este eslabón no ha funcionado como cabría esperar en una situación tan grave como la que vivimos. Por ello es necesario y urgente el trabajo de construir nuevas estructuras de organización sociales y políticas locales, en las comunidades y barrios, y fortalecer  las que existen.  Ello requiere, en primer lugar y por supuesto, que nuestra dirigencia política y social asuma esta tarea –ciertamente lenta y complicada– como prioritaria, si queremos que el resto de las piezas tácticas del engranaje del cambio funcionen y se alcance el objetivo.

Este es uno de los retos más difíciles para nuestro liderazgo y para todos quienes luchamos por la liberación democrática de Venezuela. Pero como decía Edward Murrow, “la dificultad es una excusa que la historia nunca acepta”. Trabajemos en este eslabón, que es el que falta para que la cadena del cambio opere de manera efectiva. Las demás piezas están actuando. Pero necesitan de esta.

@angeloropeza182