Todo lo que hace el régimen en los actuales momentos apunta a las elecciones del 2024, y eso incluye, por supuesto, el referéndum sobre la Guayana Esequiba. Aunque hay de por medio también objetivos más estratégicos, como, por ejemplo, intentar salvar o maquillar su responsabilidad ante una eventual decisión adversa de la Corte Internacional de Justicia (consecuencia de la omisión y complacencia de Chávez con las inversiones de nuestro vecino en la frontera, y del errático proceder de Maduro ante la Corte), que los dejaría con una mácula indeleble en su impronta política, es indudable que en vista del abrumador rechazo que tiene, el chavomadurismo tiene una especial urgencia de generar una ola nacionalista que los levante y reivindique ante la opinión pública.
La pregunta previa que habría que hacerse es si el régimen pretende utilizar la disputa del Esequibo y las futuras acciones que se desprenderán de la consulta (declarar el territorio Esequibo como el estado 24, etc.) sencillamente como su principal estrategia de campaña -su issue, para hablar en términos de marketing electoral-, o que apunte también a crear un clima de tensiones y hostilidades -y en el caso extremo, una guerra- que los lleve a suspender las presidenciales (como algunos conocedores del tema militar han asomado).
Pensamos que si bien esta última posibilidad no puede descartarse (conociendo la falta de escrúpulos del régimen, cualquier cosa puede esperarse), su probabilidad debe considerarse muy baja por los altos costos que implicaría en términos de su precaria legitimidad y el altísimo rechazo que tiene, y su creciente aislamiento tanto en lo nacional como en lo internacional.
La conveniencia de realizar elecciones para el régimen luce por tanto clara, al punto, inclusive, que en el caso de que Estados Unidos revirtiera el Acuerdo de Barbados, y en consecuencia no entren los ingresos esperados por el cese de las sanciones a principios de año -indispensables para poder entrar en campaña repartiendo subsidios- es de suponer que el primer escenario que maneja Maduro no es suspender los comicios, sino realizarlos pero de manera leonina y claramente no competitivas, manteniendo la inhabilitación a María Corina y a cualquier otro candidato que represente a la oposición genuina, de manera de asegurar un resultado favorable, aunque esto implique una condena tan grande que su legitimidad de igual forma se va hundir en el abismo, siendo esa hipotética próxima gestión sumamente precaria e inestable.
Lo que va a suceder en este terreno no está claro todavía. El gobierno se maneja con ambigüedad: no ha derogado la inhabilitación de Machado, ni ha liberado a los presos políticos norteamericanos o algunos de los 300 nacionales, pero parece haber paralizado o dejado en el olvido a los procesos de juicio express que se levantaron contra Jesús María Casal, presidente de la CNP, y otros integrantes de esta. Eso parece ser una señal dirigida a bajar los ánimos con Biden, pero que parece insuficiente para evitar que éste retome las sanciones.
Por lo pronto, Maduro ha logrado en cierta medida colocar en el primer plano de la agenda de la opinión pública el tema del referéndum, morigerando en cierta forma el impacto de las primarias con su intensa campaña propagandística, para lo cual se ha valido de todos los recursos y medios (incluyendo nuevas detenciones y el silenciamiento o censura de conocidos fuentes de noticias web).
Pese a ello, el simulacro del domingo 19 estuvo lejos de ser apoteósico, al punto que Maduro le quitó la vocería a Amoroso, e hizo el papel de rector principal dando la poco creíble cifra de tres millones y medio de votos (a estas alturas, increíblemente, el CNE no ha dado un estimado oficial). Esto explica que hayan redoblado la campaña y bajado la línea a los opositores “amigos” para que salieran en cambote a defender el referéndum, señal de que el ciudadano común no se ha interesado de veras sobre el tema, o, en todo caso, de que la mayoría de la población desconfía en el manejo abiertamente parcial por parte del régimen y de su partido de tan delicada materia.
Aunque no conocemos datos de encuestadoras midiendo la intención de participación el 3 de diciembre, no se observa que el tema haya generado una verdadera motivación, pese a han inducido a apoyarlo a decenas de supuestas ONG e incluso figuras del espectáculo. El régimen ha tenido que valerse de la capacidad de convocatoria de algunos alcaldes y gobernadores, y se sabe que ha obligado a los empleados públicos a asistir a las movilizaciones que se han organizado, la mayoría de ellas discretas. Del tiro, como dicen, Diosdado se vio obligado a quitarse su indumentaria roja y cambiarla por una azul.
Todo esto pone en el tapete la discusión de si el escabroso y riesgoso asunto del Esequibo será realmente capaz de convertirse en la muletilla electoral que levante la popularidad del régimen, al punto de devolverle su aureola triunfadora de antaño (presuponiendo unas elecciones medianamente competitivas). Aunque nos inclinamos a creer que seguramente sí lo ayudará a levantar su perfil y agarrar unos puntos, dudamos seriamente que sea suficiente para recuperar su imagen victoriosa, no solo porque Guyana no representa una amenaza real para el país ni genera la misma sensibilidad que, por ejemplo, Colombia, sino porque una campaña nacionalista de este tipo difícilmente podrá tapar y sobreponerse al descontento enorme de las mayorías nacionales y el divorcio que se ha producido con el chavomadurismo.
Este cuadro de cosas conduce directamente, por otra parte, al asunto de si Maduro va a repetir nuevamente como candidato del PSUV. Es obvio que desde un principio él ha pretendido reelegirse, como se demuestra con la promoción del animado de Súperbigote desde hace más de dos años y su programa semanal en VTV. Si efectivamente la campaña sobre el Esequibo ayuda a recuperar en algo su popularidad y la del partido, lo más probable es nadie discuta internamente la legitimidad de su aspiración a reelegirse. Pero si eso no es así, o si su rechazo sigue siendo tan alto como en los últimos tiempos, es de pensar que habrá presión de muchos liderazgos nacionales o regionales para que haya un relevo.
El gran enigma es quién podría ser ese relevo. Es de lógica suponer que Maduro preferiría alguien de su entorno íntimo, acaso Cilia Flores (no en balde, el protagonismo de las primeras damas ha dejado de ser algo novedoso en la región), o alguno de los hermanos Rodríguez. El problema es que cualquiera de ellos tendrá el enorme peso de la impopularidad del locatario de Miraflores. Eso abre, quizá, la opción para otros más alejados de su entorno y más autónomos en su trayectoria, como Lacava y Héctor Rodríguez. El inconveniente aquí es distinto: cualquiera de ellos, de llegar el poder, muy pronto tendrá que plantearse el asunto de controlar y dominar el partido, haciendo a un lado a Maduro, Cabello y compañía, y consagrando su propio liderazgo, con las consecuentes ardorosas disputas.
Este y otros dilemas son los que en principio tomarán cuerpo en los próximos meses, al calor de un referéndum que, potencialmente, es como una pequeña Caja de Pandora, cuyos efectos últimos son difíciles de predecir y aún más de controlar.
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